Los actos de partido que han celebrado este fin de semana los dirigentes populares y socialistas corroboran hasta qué punto sus promesas de regeneración son una farsa. Pese a tener abiertos frentes que merecerían una discusión abierta y una explicación a sus militantes y a la sociedad en general, ambos han hecho como si esos debates no existieran.

En la reunión del PP que Mariano Rajoy presidió en Toledo no se abordó ninguno de los problemas que arrastra el partido. Rajoy ni siquiera llamó al orden a sus ministros, después de una semana en la que Montoro y Margallo se habían cruzado duros reproches. Tampoco explicó ni lo ocurrido en el PP vasco ni las claves del batacazo de García Albiol que, paradójicamente, fue poco menos que aclamado.

Lo mismo puede decirse del PSOE. En la presentación de las candidaturas al Parlamento, Pedro Sánchez fue incapaz de justificar -más allá de una mención en su discurso a la conveniencia de incorporar a personas "independientes"- el fichaje de Irene Lozano, azote de los socialistas hasta hace cuatro días. ¿Cuáles son los méritos de la nueva niña de sus ojos? Él no los expone.

Una cosa es pedir que los dirigentes de los partidos se autoflagelen en público y otra que sean incapaces de abordar con naturalidad y seriedad las vicisitudes por las que atraviesan sus organizaciones en cada momento. Lo lógico es que asuntos que están en boca de todos, que aparecen en todos los medios de comunicación, se dirimieran sin tapujos. No hacerlo es el síntoma de que la vieja política, la de la ocultación y la amnesia crónica, sigue instalada en las dos grandes formaciones.

La imposibilidad de debatir en libertad es lo que lleva al despliegue de gestos, a un lenguaje codificado y oscuro que es lo opuesto a lo que debería ser la discusión política. En ausencia de argumentos, toca interpretar lo que piensa uno u otro en función de si no se queda a la foto de familia -como Sáenz de Santamaría en Toledo- o si se ausenta en una votación -como hizo el representante de Susana Díaz en el Comité Federal cuando tocaba refrendar la lista de Madrid-.

Los dos grandes partidos siguen en su mundo, funcionando como maquinarias cuya principal razón de ser es proteger intereses creados, y así es imposibe que representen el interés general. Podrán aprobar cuantas leyes de transparencia les plazca, pero servirán de poco porque ellos mismos no han asumido la cultura de la claridad. No es que tengan un problema de comunicación, como tantas veces repiten; no es una cuestión técnica, de mayor o menor habilidad para conectar con los ciudadanos; es que con su funcionamiento carecen de toda credibilidad.