El Ayuntamiento de Talavera de la Reina ha acordado poner el nombre de Ángel Ballesteros y Manolo Cerdán a una plaza y una calle de la ciudad, una iniciativa que uno aplaude porque es partidario de que los homenajes se rindan en vida de los homenajeados. Luego, aunque sea un refrán que suena a bestia -por eso uno lo usa en la vida cotidiana- "a burro muerto la cebada al rabo". Solo por eso tiene mi simpatía el Consistorio que preside José Julián Gregorio. Nadie me puede acusar de ser un votante agradecido, porque yo voto en Navamorcuende, aunque las cosas de Talavera se vean desde los pueblos como si nos afectaran tanto como las propias.

Uno se alegra, ante todo, de que Ángel y Manolo se puedan dar cuenta de que la ciudad les quiere. Y se alegra también de que, ahora que ya han dejado alguna de las actividades con que se han volcado toda su vida, cosechen para satisfacción de todos el testimonio del afecto de la colección de amigos que han cultivado durante toda su vida.

Ángel y Manolo, a pesar de ser muy diferentes en cuanto a su actitud vital y su personalidad, tienen un rasgo común que les ha valido para llegar a sus años rodeados de afecto y cariño: son dos personas generosas con quien es muy difícil estar a la altura de lo que te dan. Ángel ha prestado su saber a todo aquel que se ha acercado a él con cualquier tema relacionado con su querida Talavera: poetas, historiadores, ceramistas, investigadores… Todos hemos tenido siempre la sabiduría y todos los medios de Ángel a nuestra disposición incondicionalmente. Difícil devolver tanto.

Y Manolo, qué decir de Manolo y de su mujer Sara; de dos personas que han abierto su casa y puesto todos sus recursos a cualquiera que tuviera algo que decir en el arte, en la poesía, en la gastronomía, en la tauromaquia, en la Historia… En fin, es muy fácil decirlo, pero a ver quién es capaz de abrir su casa durante décadas a cualquiera que tuviera a bien presentarse allí a cualquier hora sin preguntarle ni exigirle nada a cambio, y seguir haciéndolo siempre con una sonrisa en los labios.

El inolvidable periodista Gustavo Adolfo Muñoz Gil, compañero infatigable de Manolo y algo más que un amigo para toda la familia Cerdán, dejó escrito que Manolo se merecía una estatua en la plaza de Tinajones, que tanta gente ha visto pasar para entrar por la puerta siempre abierta de Manolo, con el fin de que las palomas le cagaran encima y por fin pudiera ver a un Manolo impecable, elegante e imperturbable. No había otra manera de sacarle del traje y la corbata, con las que las malas lenguas dicen que se acuesta todas las noches. Ahora tendrá una plaza y alguien ya ha pedido que se inaugure con un evento de los que Manolo y Sara han prodigado sin distinción de clases, edades, creencias ni condición en la única casa verdaderamente abierta que uno ha conocido en su vida. Allí nos veremos.