Enrique Morente.

Enrique Morente.

LA TRIBUNA

La voz de Morente

El autor escribe unos versos en memoria del cantaor, Enrique Morente, en el décimo aniversario de su muerte.

13 diciembre, 2020 01:53

Suena la voz de Morente
y la lluvia en la ventana
acompaña en la noche
un quejío de guitarra
que hace temblar en los dedos
ese pellizco del alma
que corteja a las pasiones
en las roncas madrugadas
con los cantaores presos
de sus amados fantasmas.

Nubes de cruzar el cielo
velos de la luna blanca
lloran el adiós del hombre
el de la muerte temprana
con dolor de soledades
seguidillas y tarantas
cantes que caen al polvo
tacones sobre las tablas
un revuelo de lunares
un arrastrar de alpargatas.

El viento del pueblo suyo
al que quería y cantaba
se marcha por los caminos
que nacen cada mañana
con pasos de peregrino
mientras suenan las campanas
en las torres de cigüeñas
que jalonan nuestra España
como oraciones de piedra
con que espantar a la parca.

Queda la voz de la sangre
que el apellido reclama
cuando recita los versos
nacidos desde la azada
un tiempo de poetas muertos
de los que inventan palabras
escritas en la piel del mar
que contra rocas estalla
salve de los marineros
espuma de las entrañas.

Sobre la arena descalzo
de las olas escuchaba
el son de las minas viejas
cantes de sudor y palmas
que llaman al compañero
pa' compartir la pringada
con rostros de tierra seca
lágrimas de su garganta
convertidas en torrentes
de la más ardiente lava.

Noches de alcohol y de humo
de mirar y de miradas
cuerpos de mujer y brazos
que se cimbrean y alargan
como cipreses de bronce
que en oración se postraran
para pedir en silencio
besos de amor que se apagan
cuando huyen las estrellas
perseguidas por el alba.

En las colinas del rey
que dijo adiós a Granada
duermes Enrique tu sueño
que el Albaicín alumbrara
en años del duro hambre
del triunfo de la espada
sobre las manos tendidas
por hermanos rechazadas
con tributo de la sangre
que entre todos derramaran.

Testigo de otras voces
que nacen entre marañas
de zarzales y romeros
que se mezclan con las jaras
para subir por las trochas
que serpentean montañas
descienden hacia los valles
bajo el sol de la mañana
como homenaje a la vida
desde la cumbre escarlata.

Con Camarón de testigo
el silencio te reclama
para acunarte en los brazos
de la inmortalidad sagrada
la que conceden los dioses
a los que ellos solo aman
para cobrarse el tributo
de la gloria más mundana
la de los cantes oscuros
de las estirpes gitanas.

Te llevará Federico
por los sueños que él soñara
campanillas del “Faraón”
antes de que lo mataran
en una noche de odio
sueños de la vieja Alhambra
los que cantan en sus patios
las voces que forma el agua
para contarnos la historia
más bella siempre contada.

Esa que oír en silencio
en el viento que nos habla
de lo que vivisteis juntos
convertido en moaxacas
las que árabes y judíos
para enamorar usaban
zejeles de versos sueltos
del Sacromonte a Triana
olores de hierbabuena
de jazmines y albahacas:

"Negra si tú me supieras
Aurora de mis entrañas
la soleá es un grito
tu sabor, una taranta
que se me queda en los labios
dulce lo mismo que ácida
mientras te abrazo en el aire
te susurro en nuestra almohada
memoria de eternos besos
nosotros en la alborada”.

“Ligero de equipaje
como don Antonio manda
vuelvo a convertirme en polvo
y te dejo mi esperanza
para caminar contigo
verte bailar una zambra
de Carmen los pies descalzos
de mariposa las alas
compañera de fatigas
amor que siempre me abrasa”.

“Me verás en cada nota
que el dolor dejó grabada
en una cinta de vídeo
en un viejo pentagrama
voces que suenan a tierra
por el arado quebrada
duendes que vieron mis ojos
escondidos en tinajas
para mirarte desnuda
a la luz de la mañana”.

“Dejo una estrella a tu lado
de amaneceres labrada
fuego negro en el cabello
miel de caña en la mirada
hembra de bronce y raíces
que en astas de muerte andan
mientras sus labios murmuran
palabras de amor, palabras
entre caricias de noche
manos que al aire engañan”.

“Cachorros de hielo y fuego
lagartijas en el alma
llevan los dos que son uno
entre la cruz y la raya
encendidos los carbones
que esconden siempre la llama
con que arde nuestra sangre
cuando se baten las palmas
y sobre los pies descalzos
bajan lentas dos lágrimas”.

“Cada trece de diciembre
escríbeme una carta
en la que cuentes tus días
viejos miedos y esperanzas
que abrazados compartimos
cuando la fría guadaña
se llegó a nuestra puerta
y llamó sin ser llamada
para decirme bajito
que debía acompañarla”.

“Coge luego cada letra
clávala en la noche amarga
el alfiler de tu pelo
como un rayo que alcanzara
al jinete de la envidia
que por el mundo cabalga
escoltado de alguaciles
que la libertad atacan
sembrando odios y celos
España de mis Españas”.

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