Todos los días nos levantamos con la esperanza de tener un buen día, es decir, uno de esos en los que sientes felicidad, aunque sea a ratos. La ciencia ha intentado explicar una y otra vez cómo conseguir esos momentos, y en las últimas décadas se han aportado datos, análisis y nuevos conocimientos.

Hoy sabemos, por ejemplo, que la felicidad, ese sentimiento de satisfacción y bienestar tan perseguido, depende tanto de factores internos como externos. Entre los primeros, dice mucho la química de nuestro cerebro afectada por los niveles de determinados neurotransmisores.

Estos son los que se conocen como las hormonas de la felicidad y que incluyen serotonina, dopamina, endorfinas y oxitocina. Estas hormonas se liberan al sistema nervioso cuando experimentamos placer o sentimos alegría.

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También sabemos cómo podemos aumentar estos niveles de las hormonas a través de hábitos saludables, como la alimentación adecuada y el deporte. Pero, además, hay un hábito muy efectivo, y avalado por estudios, que podemos incorporar fácilmente a nuestra vida diaria y es muy agradable.

Diversos análisis han demostrado que este hábito al que nos referimos, que promueve el contacto físico y es fundamental para alimentar el apego, tiene beneficios tanto en lo físico, como en lo mental.

Contacto físico

Se ha conseguido demostrar que el contacto físico, a través de caricias, abrazos, masajes y gestos, es tan necesario para el ser humano como lo puede ser comer.

Por ejemplo, se sabe que, tras el parto, el contacto del bebé con la piel de la madre no solo aumenta la supervivencia de los prematuros, sino que mejora las habilidades cognitivas y ejecutivas de los recién nacidos.

Si ese contacto se mantiene durante los primeros años de la infancia en forma de besos, abrazos y calidez, la salud mental, la autoestima y la autonomía del niño se fortalecen.

Historia del vínculo afectivo

En 1958 fueron el psicólogo Harry Harlow y el psicoanalista John Bowlby, quienes desarrollaron la Teoría del Apego, tras estudiar el comportamiento de los niños que se quedaron huérfanos tras la Segunda Guerra Mundial.

Anteriormente, Harlow ya había realizado un experimento con monos que le llevó a la base de esta teoría. Introdujo unos pequeños ejemplares en una jaula con dos madres ficticias: una de alambre que llevaba un biberón y otra que no alimentaba pero que estaba hecha de una tela muy suave al tacto.

Los monos se acercaban a una y a otra según necesitaran comer y dormir. En un momento decidieron meter en la jaula un oso mecánico que hacía un ruido infernal tocando un tambor y los monos buscaron refugio en la madre de tela, despreciando a la que tenía la comida. Por lo que los investigadores concluyeron que existe una pulsión primaria basada en el contacto.

Beneficios del abrazo

Son varios los estudios que recomiendan que incluyamos los abrazos en nuestro día a día como medida para hacernos sentir más felices, ya que mejora el estado de ánimo, disminuye el estrés, fortalece el sistema inmunitario e incluso puede llegar a alargar la vida.

Entre las hormonas que se liberan cuando nos abrazamos destaca la oxitocina, también denominada 'del amor', ya que favorece los vínculos entre los seres humanos y animales, y desempeña un papel esencial en la sensualidad, la afectividad y la sexualidad. Además de los abrazos, también se aumenta la oxitocina con masajes, mimos, contacto con el agua y las risas, por ejemplo.

Otras hormonas que se estimula durante el abrazo son las endorfinas, relacionadas con el buen humor y a las que se les atribuye propiedades analgésicas. Así como también la serotonina, que es capaz de mejorar nuestra capacidad para soportar la tensión diaria y esencial para fabricar la melatonina encargada del sueño.

Cómo se debe abrazar

Ni que decir tiene que hay diferentes formas de abrazarse, ya que no es lo mismo una relación romántica que una relación de trabajo o simplemente abrazar a alguien al que se intenta consolar en un mal momento.

Un estudio de las Universidades de Londres y de Bristol publicado en la revista Acta Phychologica concluyó cómo debería ser ese abrazo para que se incrementen sus efectos.

Los investigadores confirmaron que los abrazos que crean mayor bienestar son aquellos que se realizan cruzando los brazos alrededor del otro, ejerciendo una presión media y con una duración aproximada de entre 10 y 15 segundos.