Hablar de brujas es hablar de Zugarramurdi. Un pueblecito escondido entre montañas y bosques, en el que la leyenda y la magia encuentran un refugio perfecto.

Leyendas y ritos ancestrales impregnan Xareta, “Tierra Arbolada”, el valle navarro en el que se ubica el pequeño municipio. Frondosas extensiones de hayas, castaños, robles y pinos completan un paisaje repleto de campas verdes, riachuelos de aguas transparentes y montes que ejercen de guardianes. El valle de Xareta salta la frontera con Francia. Cuatro pequeños y encantadores municipios conviven, separados, a uno y otro lado.

Sara y Ainhoa, en la Aquitania francesa, y Urdazubi-Urdax y Zugarramurdi, en Navarra, comparten los mismos parajes mágicos sin reparar en límites fronterizos. Mugas (fronteras, en euskera) que se diluyen en la naturaleza, entre antiguas sendas de comerciantes, peregrinos y contrabandistas. Un paraíso para caminantes y excursionistas.

Un entorno natural fascinante capaz de inspirar todo tipo de hechizos. Parajes en los que, supuestamente, se celebraron akelarres, y un pueblo en el que la historia resultó verdaderamente cruel.

Zugarramurdi

Es un viaje en el tiempo por el Pirineo Occidental, muy cerca de la frontera con Francia. Un espacio en el que la tragedia de los hechos supera el poder de cualquier leyenda. A principios del siglo XVII, 300 vecinos fueron acusados de realizar maleficios y practicar la brujería. El cruel proceso inquisitorial tuvo su origen en el sueño de una joven de la localidad que juraba haber volado y haber visto a personas del pueblo participando en akelarres. La Santa Inquisición proclamó su Auto de Fe en 1610 y más de medio centenar de vecinos fueron trasladados a Logroño. Algunos murieron en el camino y en las cárceles, y once fueron condenados a la hoguera. Zugarramurdi se hizo famoso en toda Europa como el Pueblo de las Brujas.

La maldad de las denuncias sobre bacanales, adoración al diablo, maleficios y vuelos sobre escobas sirvieron para resolver rencores, envidias y rencillas vecinales. Personas con taras físicas o mentales fueron consideradas seres endemoniados y sufrieron, también, un trágico final. El pueblo de las brujas ha reunido todos los detalles de su historia.

El Museo de las Brujas de Zugarramurdi se sumerge en la realidad del siglo XVII y relata no solo los hechos sino, también, la rica mitología y las leyendas de un lugar mágico, en el que la naturaleza ha sido y es protagonista. El museo sirve como homenaje y recuerdo del sufrimientos de aquellas víctimas y de toda una comarca. Las

investigaciones de grandes estudiosos como el Padre Barandiarán o Julio Caro Baroja, entre otros, han valido para recomponer tanto la historia real como la base mitológica de antiguas prácticas vinculadas a la sanación y los ritos paganos. Documentos, vídeos, paneles, y objetos conforman un relato riguroso, ameno e interesante.

Desde la puerta del museo, un camino de apenas 400 metros llega hasta el escenario de las reuniones de brujas y brujos.

Los Akelarres de la Cueva de Zugarramurdi

Akelarre, la palabra vasca adoptada para definir aquellas supuestas bacanales tiene un significado más inocente, “pradera del macho cabrío”. Reuniones paganas, danzas alrededor de la hoguera y fiestas desenfrenadas bajo “el hechizo” de la luna dieron mucho trabajo al Santo Oficio, siempre dispuesto a ver “al demonio” detrás de cualquier tradición pagana.

La Cueva de Zugarramurdi no necesita ningún artificio, la madre naturaleza ya la hizo espectacular. Es un impresionante complejo cárstico en el que no se aprecian estalactitas ni estalagmitas. La sima principal fue horadada por una fuerte corriente de agua, aún caudalosa, la Regata del Infierno o Infernuko Erreka, que la atraviesa formando un amplio y extenso túnel. Un espacio inmenso, hermoso y, desde luego, muy sugerente conocido como Sorginen Leizea, la Caverna de las Brujas. Un lugar idóneo para la práctica de aquellos ritos ancestrales que la Iglesia pretendía desterrar y cuyos descriptivos nombres sirvieron también como prueba en el largo proceso de la Inquisición.

Durante las fiestas de agosto la gruta se convierte en recinto de celebración gastronómica, con carne de res a la brasa y postres vascos. Una cultura que se extiende por todo el valle unido por la tradición, los lazos de sangre y los caminos del contrabando.

A la salida de la cueva de Zugarramurdi un viejo camino conduce hasta las grutas de Sara, la llamada capital del contrabando. Las cuevas reciben visitas guiadas y su museo conserva el cráneo de un oso cavernario hallado, en la gruta, por el antropólogo vasco José Miguel de Barandiarán. Sara es un precioso pueblecito con caseríos vascos, de fachadas blancas, entramados de madera y ventanas de color, que siempre parecen recién pintados.

Caminos y cuevas son nexo de unión entre los cercanos pueblos del valle. Llegar hasta Urdazubi-Urdax es posible gracias a otro breve paseo, de poco más de media hora. El sendero del descubrimiento llega hasta las Cuevas de Urdax, el yacimiento prehistórico más importante de Navarra.

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