La pequeña ciudad, de apenas 1.000 habitantes, es el centro espiritual para millones de católicos. Está ubicada en la ribera occidental del Tíber, el lugar en el que San Pedro fue martirizado y enterrado. La gran belleza del Vaticano se concentra en apenas medio kilómetro cuadrado, en el que todo posee un gran valor artístico e histórico.

La Plaza de San Pedro

Es una de las plazas más hermosas y grandes del mundo, ha llegado a albergar a más de 300.000 personas. Su construcción se llevó a cabo en el siglo XVII y es obra del gran Bernini, el genio del Barroco. La condición que el papa impuso al artista fue que nunca restara protagonismo a la cúpula de la Basílica. No solo lo logró sino que consiguió resaltar aún más su majestuosidad. 140 estatuas, y bajo ellas, 284 columnas que nacen a los lados de la Basílica. En el centro se impone el obelisco, de 25 metros, que llegó desde Egipto en el siglo XVI. Todo resulta grandioso en la plaza del Vaticano que parece abrir sus brazos para acoger a los millones de fieles y turistas que la visitan. Cada 25 de diciembre congrega a una muchedumbre que acude a escuchar el discurso de Navidad del papa. El mensaje que el Sumo Pontífice dirige al mundo cristiano.

La Plaza adquiere todo su significado con la celebración del Ángelus dominical, cuando Su Santidad ofrece una breve homilía desde la ventana de los apartamentos Papales, o los miércoles durante la Bendición Papal.

Basílica de San Pedro

Su cúpula se divisa desde todos los miradores de Roma. Fue diseñada por el mismísimo Miguel Ángel, a mediados del siglo XVI, y es una obra maestra de la arquitectura renacentista. 320 escalones posibilitan el acceso a la cúpula, aunque resulta más cómodo utilizar el ascensor. La bóveda está situada sobre el altar mayor, el lugar bajo el que, según la tradición, se encuentra la tumba del apóstol Pedro. La visita a la Necrópolis Vaticana recorre varios mausoleos de importantes personajes y pontífices, como Juan Pablo II, hasta llegar a la supuesta sepultura de San Pedro junto a la que figura una inscripción en griego, del año 160, que afirma “Petro Eni”, Pedro está aquí.

La basílica se erigió para ser el centro del catolicismo mundial y todo en ella es tan magnífico como sus dimensiones. La maestría de Bernini se muestra en el increíble Baldaquino, con sus columnas salomónicas, o en el Altar Mayor. El resto de los altares y las capillas de las naves laterales albergan esculturas del siglo XIII como la estatua en bronce de San Pedro, cuyo pie derecho recibe tantas caricias que aparece desgastado. Pero, sin duda, y aunque resulta difícil fijar la vista, la famosa Piedad de Miguel Ángel recibe todas las miradas. El sublime grupo escultórico, en mármol, fue tallado por un joven Miguel Ángel de 23 años, el autor de una de las grandes joyas de la humanidad.

Museos Vaticanos

Ningún visitante de los Museos Vaticanos puede perderse la gran obra de Miguel Ángel. El genio del Renacimiento, es el autor de los impresionantes frescos de la Capilla Sixtina, La Creación de Adán, en la parte central del techo, y el Juicio Final, plasmado en el altar mayor. Resulta imposible no admirarlos, aun a riesgo de sufrir una seria tortícolis.

Los Museos Vaticanos poseen una espectacular colección de utensilios y monumentos del antiguo Egipto y del Imperio Romano. Objetos que llegaron a Roma para embellecer edificios, santuarios y villas de la capital del imperio y que se conservan en las Salas del Museo Gregoriano Egipcio. Las Estancias de Rafael, la Galería de los Candelabros, la de los mapas o la de los tapices también merecen una visita, pero, sin duda, el Museo Pío Clementino ofrece un atractivo único, su escalera en espiral. La “Scala” de Bramante es capaz de despertar una emocionante sensación de infinito. Su diseño está basado en el número áureo, uno de esos grandes enigmas.

La Ciudad Estado del Vaticano cobra especial relevancia durante la Navidad. Fechas de simbolismo excepcional en el gran centro de peregrinación cristiana. Asistir a la Misa del Gallo, el 24 de diciembre, en la Basílica de San Pedro rodeados de belleza y misticismo, o en la Plaza del Vaticano sintiendo el abrazo de la “columnata de Bernini”, es una experiencia inigualable, y no solo para creyentes.

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