La periodista y activista Ana de Santos Gilsanz, autora de Vivir sin huella y fundadora de Oxígeno Azul, ha compartido cómo pasó de la comunicación de moda y belleza a centrar su vida profesional en el cuidado del planeta y cómo fue ese punto de ruptura vital.
Criada en un pueblo de Segovia, con huerto familiar, una abuela de 96 años y una madre vinculada a terapias naturales, siempre tuvo una relación muy directa con la naturaleza y el bienestar, según ha narrado en su intervención en el foro sobre sostenibilidad Green Thursday: El impacto positivo de Galicia, organizado por Treintayseis, que se ha celebrado este jueves en el Círculo de Empresarios de Galicia y que se ha encargado de cerrar.
Durante años se dedicó a la comunicación de moda y belleza: escribía en revistas, presentaba pasarelas, hacía televisión. "Me gusta, me da de comer, lo paso bien, me divierto, pero me falta algo más", recordaba que se repetía al volver a casa. Su pasión real estaba en el mar y en la naturaleza.
El gran giro llegó con la maternidad en plena pandemia, cuando el mundo miraba asombrado noticias como los delfines en los canales de Venecia. "La naturaleza vivía mejor sin nosotros, pero nosotros no podemos estar sin ella", subrayó. Ese parón, también laboral, la llevó a compartir en redes cómo cuidaba a su hijo, su casa y su forma de vivir, y así fue creando una comunidad que confirmó “la importancia de visibilizar lo que hacemos para generar cambio y transformación”.
A partir de entonces decidió que toda su vida, personal y profesional, tendría tres vértices claros: "sostenibilidad medioambiental, mujer y bienestar, y de ahí no me bajo".
Desde ese marco, empezó a ayudar a empresas en su transición ecológica, a trabajar en certificaciones B Corp y a abrir espacios de conversación en medios como El Español, We Life o 20 Minutos, donde entrevista a mujeres líderes. Su libro Vivir sin huella, explicó, es el primero que aborda de forma divulgativa la diferencia entre huella ecológica y huella ambiental, la huella de CO2, la plástica, la hídrica o la química, y pretende ser "una guía muy práctica para que cualquiera pueda entender qué huella deja".
En el corazón de su mensaje está la idea de que la crisis climática es, en realidad, un síntoma de algo más profundo: "En mi opinión, la crisis climática no es más que el resultado de la crisis existencial". No se trata de medio ambiente por un lado y seres humanos por otro: "Mi sangre tiene los mismos componentes que tiene el mar, somos lo mismo".
Ana recordó también que "los gestos individuales suman, pero son los colectivos los que transforman", y ahí entra nuestro papel como consumidores. "Con nuestro dinero estamos votando", repitió, al hablar de fenómenos como el Black Friday y sus contramovimientos: iniciativas que promueven comprar solo lo necesario, "si no lo necesito, no lo compro", apostar por menos rebajas y más calidad, o apoyar al pequeño comercio local.
Como ejemplo de la huella que sí merece la pena dejar, contó la campaña "La huella que realmente merece la pena dejar", que impulsó tras la DANA que inundó un colegio en Sedaví (Valencia). A través de redes y con total transparencia sobre lo recaudado y lo que faltaba, consiguieron más de 30.000 euros para reponer el inventario del centro: "Parece que desde una publicación no puedes hacer mucho, pero sí se puede".
La charla avanzó hacia la dimensión creativa de la sostenibilidad: desde el diseño de eco-recargas para reducir envases en el baño, "un bote para toda la vida” que se rellena, hasta su proyecto de una vela-perfume recargable elaborada con ingredientes naturales y un vaso cerámico pensado para durar. Son, dijo, "pequeños gestos que cambian mucho, porque lo que es bueno para el planeta también es bueno para nuestro bienestar y para nuestro bolsillo".
A la vez, alertó sobre el eco postureo y esos productos que solo cambian la apariencia, no el impacto real: "No porque sea de bambú o ponga ‘vegano’ es automáticamente sostenible". El reto es aplicar sentido común y buscar circularidad, no tendencias pasajeras.
En la parte final, Ana se detuvo en el mar y en su proyecto Oxígeno Azul, nacido tras 20 años buceando y viendo el deterioro de los ecosistemas marinos. Recordó que "una de cada dos respiraciones se la debemos al mar, no a los árboles", y advirtió de amenazas como la acidificación de los océanos o la minería submarina en fondos casi desconocidos.
Ha impulsado peticiones para frenar esa actividad y quiere que la compensación de huella no se centre solo en plantar árboles, sino también en proteger corales y algas que hacen fotosíntesis y "le dan color al mar". Cerró invitando a mirar hacia las profundidades marinas y a implicarse: "Es imposible vivir sin huella, pero sí podemos decidir cuál es la huella que realmente merece la pena dejar".
