La artista Lula Goce, nacida en Baiona (Pontevedra), ha llevado su arte urbano a medio mundo. Desde Nueva York hasta Doha, sus obras invitan a la reflexión y al diálogo, buscando siempre provocar una emoción en quien las observa.
Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, Máster en Creación Artística y Doctora en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona, Lula descubrió su pasión por la pintura desde muy pequeña, imitando los dibujos de su hermano. Recuerda que su creatividad surgió ya en la infancia, en parte gracias a las horas que pasaba en el taller de ebanistería de sus tíos, donde jugaba a "construir cosas" y dejar fluir su imaginación.
En el instituto, su interés por el arte urbano se consolidó. "En Baiona empezaba a surgir la escena del arte urbano y mis amigos y yo, muy vinculados al surf, comenzamos a hacer murales con un estilo algo surrealista y casi psicodélico", rememora. Aunque no fue hasta su llegada a Barcelona cuando su carrera artística despegó realmente.
Tras recorrer el mundo con sus obras y recibir importantes reconocimientos, acaba de terminar su último mural en el Centro de Día Pérez Rabín, en Madrid. Una experiencia que define como "muy gratificante". "A un niño es fácil sorprenderlo, pero a una persona mayor, que ya lo ha visto todo, cuando consigues emocionarla es algo muy bonito", explica.
Siempre me gustó pintar en las paredes, para disgusto de mi madre
¿Qué te llevó al mundo del arte urbano?
Siempre me gustó pintar en las paredes, para disgusto de mi madre. Recuerdo que en mi último año de instituto, unos amigos y yo pintamos un muro en Patos. Llegó la policía, pero como entonces no se sabía mucho del arte callejero, nos dejaron continuar. Ese mural ya no existe, pero todavía encuentro algunas de mis primeras obras por Baiona. Me encanta ver que siguen vivas.
¿Fue tras acabar la carrera cuando decidiste dedicarte por completo al arte urbano?
Cuando me mudé a Barcelona para cursar el máster, descubrí una escena de arte urbano muy activa. Salía a pintar con amigos y trabajaba en una nave industrial llena de artistas. Allí comisarié algunas exposiciones y colaboré con gente muy importante del medio. También me di cuenta de lo masculino que es ese mundo: hay una competitividad muy marcada, ver quién pinta más alto o más grande. Yo siempre preferí un enfoque más conceptual, intervenir en la calle con un mensaje claro.
¿Es importante para ti que tu obra tenga un mensaje?
Sí. Un artista es un comunicador: tiene la necesidad de expresar lo que le ocupa la mente y provocar algo en quien lo ve. El arte necesita un emisor y un receptor, si no, no es arte.
Pintar es una necesidad vital para mí. Si paso un tiempo sin hacerlo, empiezo a sentirme mal. Por eso, aunque pinte en la calle, el proceso es muy íntimo. Me pongo los cascos y puedo estar mirando la pared durante nueve horas seguidas.
Arte como transformación social
¿Cuál es tu parte favorita del proceso creativo?
Ver cómo cambia la percepción del público es una de las cosas que más me gustan. Al principio, cuando llegamos con la grúa y el ruido, los vecinos se molestan; pero poco a poco, a medida que el mural avanza, se acercan, comentan y cambia su actitud. Eso es muy bonito.
Tu arte transforma espacios urbanos, ¿Consideras que tus obras ayudan a revitalizar espacios?
Sí, me gusta pensar que tengo un compromiso con el barrio donde pinto. No se trata solo de embellecer, sino de intervenir en el entorno para generar bienestar y pensamiento crítico. Busco que el arte contribuya al urbanismo y al bienestar en la vida comunitaria.
Y también fomentar el diálogo entre vecinos?
Exacto. De repente, una esquina que era fea se convierte en un punto de encuentro. La gente se para, charla, y se genera un vínculo emocional con el lugar.
Busco que el arte contribuya al urbanismo y a al bienestar en la vida comunitaria
Un sentimiento íntimo en las obras
Tus murales están llenos de figuras femeninas y elementos naturales. ¿Qué quieres transmitir?
La naturaleza forma parte de nosotros. En las ciudades donde trabajo, muchos barrios están desnaturalizados, sin espacios verdes y traer naturaleza es una forma de humanizar el entorno. Además, pinto mujeres porque me siento más cómoda hablando desde una perspectiva femenina: hablo de mis emociones y sentimientos.
Mis personajes suelen estar solos, en actividades íntimas, en espacios poéticos. Tiene que ver con la aceptación de la soledad, con la nostalgia del mundo interior. Es algo que intento transmitir con esas miradas graves.
¿Tu experiencia personal influye en tu obra?
Sí. Hablo desde un lugar muy personal. No estoy diagnosticada, pero creo que estoy en el espectro autista, entonces me gusta ver mi obra desde esa perspectiva de la neurodivergencia: la soledad interior y el aislamiento exterior. También es una forma de reivindicar que se acepte la diferencia.
A Dona de Esteiro: un mural con alma
Entre tu portafolio destaca "A Dona de Esteiro", en Nigrán. ¿Qué significó para ti?
Fue muy importante. Está justo en el punto donde confluyen Vigo, Nigrán y Baiona, en el Esteiro de Dafoz, un enclave natural precioso. Además, fue una obra muy emocional para mí. Mientras la pintaba, mi madre sufrió un accidente muy grave y el boceto lo hice sentada a su lado en el hospital.
Para el rostro usaste Inteligencia Artificial. ¿Sueles hacerlo?
Sí. Partí de una foto de Penélope Cruz que me gustaba y la modifiqué con IA. Me gusta experimentar con estas herramientas y aveces uso modelos generados por inteligencia artificial porque combinan rasgos de muchas mujeres sin ser ninguna en concreto.
Mirando atrás, ¿cómo te sientes al ver tu recorrido?
Me siento muy orgullosa y afortunada de haber podido desarrollar mi arte y recibir reconocimiento. Es muy gratificante cuando jóvenes artistas me piden consejo. Siempre les digo que es un camino de mucho esfuerzo y sacrificio.
Un artista debe vivir para su obra, como un deportista de élite. No puedes forzarlo, tiene que salirte de forma natural. Pero sí necesitas un punto de obsesión: estar constantemente pensando en tu arte.