¿Salimos más fuertes? ¿De verdad salimos más fuertes? Si algo han conseguido la Covid-19 y la maldita pandemia ha sido acelerar las desigualdades. Y sin embargo, al igual que en 1347 la peste negra -también venida de Asia- supuso el embrión del Renacimiento, el coronavirus puede, debe, ser el germen de algo bueno. Puede ser la semilla de la que brote un mundo mejor. Puede, en definitiva, provocar un salto evolutivo en nuestra solidaridad, en nuestra capacidad de anticipación, en nuestra preparación para las crisis que vendrán, porque nadie debe dudarlo: vendrán más y tenemos la obligación de estar listos.

El mundo se ha visto embarcado en la mayor crisis sanitaria de los últimos 100 años. Nada igual se conocía desde la llamada gripe española, que siguió a la Primera Guerra Mundial, y prácticamente nada diferente pudimos hacer al principio para defendernos (usamos las mismas mascarillas y el mismo distanciamiento social que en 1920). Hasta que la ciencia vino a rescatarnos.

Vacunas

Con 91 años, la británica Margaret Keenan hizo Historia cuando el 8 de diciembre de este 2020 se convirtió en la primera persona en recibir la vacuna de Pfizer. Apenas dijo unas frases escuetas para la posteridad y como en casi todos los mensajes que acontecen en horas oscuras sus palabras no fueron de reproche, de queja o de malestar. El suyo fue un mensaje de esperanza: "Por fin podré pasar tiempo con mi familia después de haber estado prácticamente sola todo el año". Porque la vacuna es eso, un milagro científico que nos dará fuerzas frente al SARS-CoV-2 pero que sobre todo contiene la esperanza de volver a algo parecido a la normalidad.

"Los días más oscuros en nuestra batalla contra la Covid son los que están por venir, no los que hemos dejado atrás", dijo Joe Biden en un discurso el pasado 22 de diciembre. Y probablemente no le faltara razón, pues a final de año el mundo está siendo zarandeado por la segunda ola y el comienzo de la tercera, con más de 80 millones de contagiados y casi dos millones de muertos. Sin embargo, estamos mejor preparados, somos más conocedores de lo que nos jugamos.

Miles de personas han sido vacunados en los últimos cinco días del año. Y los que vendrán. Efe

La OMS ya ha confirmado el contagio por aire y la escasa capacidad de transmisión del virus a través de los restos que quedan en las superficies. La sociedad, o al menos la mayoría, cumple con la trinidad antiCovid de mascarilla, distancia e higiene de manos. Y tenemos a Pfizer, Moderna, Astrazeneca, Cansino... Tal ha sido el despliegue de tantos laboratorios a nivel mundial que las vacunas ya aprobadas son un milagro. Tanto, que incluso los responsables de la vacuna rusa han llegado a un acuerdo con los responsables de la de Oxford para mejorar aún más sus productos combinándolos.

Acariciamos el sueño con la yema de los dedos y el mejor ejemplo de ello fueron los increíbles rebotes que experimentaron las Bolsas de medio mundo cuando Pfizer o Moderna anunciaron que la efectividad de sus preparados era superior al 90%. Queremos volver a la normalidad, pero no podemos correr hacia ella. La inmunidad de rebaño queda lejos y países como Italia ya han informado de que no esperan haber vacunado a toda su población al menos hasta bien entrado 2022. De esta forma, las mascarillas y otros efectos indeseados de la Covid seguirán con nosotros una buena temporada.

Contra la negatividad

"Nada cambiará porque ya hace tiempo que empezó a hacerlo; Occidente no será eternamente la zona más rica y desarrollada del planeta". "Desde hace años todas las evoluciones tecnológicas han tenido como objetivo reducir las relaciones entre la gente, ya sea a partir de una masiva oferta audiovisual [...] o, evidentemente, a partir de cosas como el teletrabajo, las compras por internet o las redes sociales". "Hemos visto cómo las víctimas eran enterradas de forma casi clandestina, sin testigos y después de haber muerto solas en un hospital, convirtiendo seres humanos en poca cosa más que otro número: cifras en estadísticas".

Michelle Houellebecq es, probablemente, uno de los más grandes intelectuales de nuestro tiempo, aunque su pensamiento tal y como ha dejado plasmado en Un poco peor, la carta que leyó en directo en la emisora France Inter, se enmarca en una imaginación apocalíptica que en nada beneficia a la recuperación económica, moral o social que debe llegar tras la Covid-19.

Una pareja con mascarilla en Bilbao. Reuters

Sí, la mascarilla y el distanciamiento social han llegado para quedarse.

Sí, el traspaso de buena parte de nuestra actividad al mundo online puede llegar incluso a amenazar el funcionamiento de la democracia tal y como la conocemos y puede crear aún más desigualdades sanitarias, educativas y laborales entre aquellos que tienen acceso a un desarrollo tecnológico mínimo y quienes no lo tienen.

Sí, los confinamientos, las restricciones estatales o los cierres de fronteras pueden haber creado la (falsa) imagen de que estados autocráticos como China manejaban mejor la pandemia y de que mientras en la Unión Europea cada uno hacía la guerra por su cuenta con Borish Johnson empujando hacia un brexit caótico, en Estados Unidos la presidencia de Donald Trump dejaba mucho que desear en la gestión.

Sí, todo lo anterior es cierto, pero también lo es que la crisis de la Covid-19 nos ha llevado a redescubrir la importancia de la sanidad pública, la necesidad de invertir en el bien común, la obligatoriedad de fomentar la formación científica de nuestros jóvenes para evitar crisis similares en el futuro (que las habrá y volverán a ser planetarias).

Boris Johnson tras anunciar el acuerdo comercial con la UE. Reuters

También nos ha enseñado 2020 la necesidad de permanecer unidos, aunque sea cerrando acuerdos en Nochebuena, sobre la hora límite y con nuestro interlocutor enrocado. Aunque sea de forma telemática porque las relaciones interpersonales han cambiado de forma significativa y los Zoom, Meet, Teams o WhatsApp han venido a rescatar nuestras reuniones de trabajo y nuestros reencuentros con familiares y amigos durante meses, Nochebuenas y Nocheviejas incluidas.

Es más, el 2020, la Covid y la pandemia han hecho evidente, han demostrado fehacientemente que aún estamos a tiempo. Lo dicen los delfines que vimos en las siempre criticadas, por sucias, aguas de Venecia, los animales que aparecieron por las calles de Madrid y, por supuesto, el cielo de medio mundo que cambió de tonalidad y mejoró la calidad de su aire en apenas unos pocos meses de bajón de actividad humana.

Hay tiempo para enderezar el rumbo, para frenar el cambio climático y evolucionar hacia una economía neutra en emisiones y basada en las energías renovables que, además, no sólo ayude a luchar contra el cambio climático. Aunque sea en algo tan sencillo como cambiar nuestros coches de combustión por vehículos eléctricos.

Sostenibilidad

La economía y su control serán dos de los grandes caballos de batalla no sólo de 2021 sino de los próximos años en tanto que la pandemia ha acelerado una serie de procesos estructurales que ya venían desarrollándose y que no necesariamente deben impactar todos ellos de forma positiva.

Así, la Covid ha pronunciado aún más el desequilibrio entre salud y riqueza, viéndose mucho más impactados por la pandemia aquellos con menos recursos, lo que a su vez ha derivado, según el informe del banco de inversión Julius Baer, en un "impulso para reforzar la resistencia del sistema sanitario, lo que pasará por una mayor adopción y aceptación de soluciones sanitarias digitales". Pero también ha tenido un impacto positivo en "consumidores más concienciados" y en "un acelerón en la revolución eléctrica".

Joe Biden será el 46º presidente de EEUU.

En el lado negativo, la economía mundial profundizó la dicotomía en torno a qué sistema político es más efectivo para gestionar la crisis, dividiéndose casi a partes iguales los partidarios de "una postura más libertaria y centrada en los derechos civiles" y aquellos favorables a un sistema con China como modelo. Y esto se produce apenas unas semanas antes de la salida de Donald Trump de la Casa Blanca.

No será hasta el 20 de enero cuando Joe Biden jure sobre la Biblia como 46º presidente de Estados Unidos. Pero aunque ese día está por venir, las expectativas en torno a su gestión son muchas y de lo más variadas. Desde cómo cambiará la bilateralidad con la UE o diferentes países de Sudamérica a cómo variará el statu quo respecto a China o a Irán, por no hablar de las relaciones con la Rusia de Vladimir Putin. También se especula sobre su auténtica incidencia en las políticas contra el cambio climático o qué parte de las decisiones de Trump asumirá como propias (empezando por Marruecos y lo que ello supone para España).

Sin embargo, hablemos del Occidente que abandera Estados Unidos o de una China más asentada en su poderío y fuertemente beneficiada -al menos en lo económico por la Covid- lo cierto es que ambos sistemas económicos entrarán en colisión con la otra gran tendencia marcada de forma global: la desglobalización. "Las cadenas de producción globales se están viendo amenazadas y esto se ha visto intensificado con la crisis del coronavirus, pero todavía no se ha resuelto el debate en torno a los beneficios de reubicar la producción: puede ser más seguro para un país y cada vez parece más atractivo gracias a que las capacidades productivas cada vez se automatizan más, pero se debe hacer frente a un coste mayor", señala el informe de Julius Baer.

La playa Alicante, cerrada.

Esta afirmación se puede tomar por la parte o por el todo, pues prácticamente cualquier sector productivo se identifica con tal problemática, también los sectores enfocados al consumo. La pandemia ha golpeado de forma especial a la movilidad y con ello al turismo, al ocio y a la hostelería. Tres pilares básicos de una economía como la española que necesita oxígeno lo antes posible y que, si bien se aferra a la vacuna como el milagro que realmente es, aún tienen más dudas e incertidumbres que certezas porque probablemente nuestra forma de viajar, relacionarnos y relajarnos o disfrutar se verá forzada a evolucionar.

Esperanza

"La respuesta a una crisis tan seria como la que estamos viviendo no puede venir de la mano de más desánimo o de más desconfianza. La situación es grave. Pero, aun así, tenemos que afrontar el futuro con determinación y seguridad en nosotros mismos, en lo que somos capaces de hacer unidos, con ánimo y esperanza; con confianza en nuestro país y en nuestro modelo de convivencia democrática".

Felipe VI pronunció estas palabras durante su discurso de Nochebuena. La atención se centró sobre qué diría respecto a su padre, el Rey Emérito, y sus corruptelas, pero el Rey lanzó un mensaje de esperanza. A pesar de los pesares, de los que ya no están, de los más de 50.000 fallecidos por culpa de la Covid, de las nuevas cepas, de los problemas económicos, del paro, de los ERTE... A pesar de todo, "tenemos motivos para ello; porque a lo largo de las últimas décadas, ante dificultades también graves, siempre hemos sido capaces de superarlas", otra vez en palabras del monarca.

Europa no aprendió de China a principios de 2020. España no aprendió de Italia allá por el mes de febrero. América no aprendió de Europa. Y ninguno aprendimos de la primera ola. Cometimos errores, pero ya deberíamos haber memorizado la lección, haber mejorado y evolucionado. Ahora sabemos cómo vencer al virus, sabemos cómo proteger a nuestros mayores, sabemos qué debemos hacer. Ya sólo tenemos que hacerlo. Esperanza hay. Conocimiento también.

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