El 20 de diciembre de 1996 una neumonía acabó con la vida de Carl Sagan. Durante dos años había sufrido un síndrome mielodisplásico, que causó que su médula no funcionase adecuadamente. Así, a los 62 años murió uno de los divulgadores científicos más importantes de las últimas décadas.

22 años después, el mundo se ha envuelto en banderas: Trump, el Brexit, Salvini, Putin, el procés independentista catalán, partidos como Vox o incluso el PP y Ciudadanos han convertido a la bandera en uno de los principales pilares de su discurso.

Carl Sagan no solo fue un gran divulgador, también dirigió grandes proyectos científicos y fue uno de los principales responsables del programa responsable de las sondas Voyager. Cuando la primera de ellas pasó junto a Saturno, hizo que se girase y sacase una foto de la Tierra. El resultado fue una mota de polvo flotando sobre un rayo de sol.

Esta foto más tarde inspiraría uno de sus textos más conocidos, incluido en el libro que publicó en 1994 Un punto azul pálido, una especie de sucesor espiritual de Cosmos. Su reflexión sobre la foto, leída por él mismo y con la música de su popular serie de televisión, es posiblemente una de las odas más agridulces que se ha hecho de la humanidad:

"La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto", escribe Sagan. " Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo... Todo eso es desafiado por este punto de luz pálida".

En una época en la que se están ensalzando tanto las banderas, se proponen levantar muros y nuevas fronteras, quizá no es tan mala idea recordar que, en la distancia, nuestro planeta no es más que un pixel y que el más grande de los imperios ha durado miles y miles millones de veces menos que un estornudo cósmico.