Algo termina, algo comienza. Las esquelas suelen estar relacionadas con un final, con una despedida, con algo que se trunca, pero a veces no es exactamente así. En ocasiones hay esquelas que llaman la atención, que son diferentes. Y en ocasiones son el principio de una nueva historia.

El pasado mes de febrero La Vanguardia publicó una esquela con un texto un tanto distinto al que solemos estar acostumbrados. Emilio Miró Paniello había "dejado este mundo sin haber aportado nada de interés". Es cierto que esto se puede aplicar a buena parte de la humanidad, pero no se suele decir en el obituario. 

Emilio.

Pero ese texto no fue el final de la historia de Emilio. Y es que el periodista Oriol Querol -que ya nos ha sorprendido con el CSI del negativo, la historia del retrato del niqab, y del misterio de la Sagrada Familia- se topó con sus pertenencias en Els Encants de Barcelona.

Y entre sus pertenencias, junto a cintas de vídeo con películas, cuadros y vídeos, había magnetófonos -grabaciones que dejaban claro que Emilio, de haber vivido hoy, sería youtuber de ciencia- y un diario. Un diario que cuenta una historia de amor no correspondido que hubiera entusiasmado al mismísimo Murakami: