Todo buen jardín tiene sus figuritas de gnomos. Eso es así, cualquiera que no los tenga no merece considerado ni jardín. Pero estos se quedan pequeños si los comparamos con una tendencia que se vivió en Reino Unido, especialmente en Inglaterra, en el siglo XVIII: los ermitaños de jardín, o ermitaños ornamentales.

Y sí, exactamente es lo que te estás imaginando: la moda consistía en tener a un ermitaño viviendo en tu jardín. Obviamente no era algo barato, por lo que era una muestra de poderío económico. Para empezar, tenías que tener un jardín lo suficientemente grande como para tener una pequeña choza en la que se alojase el buen señor. Además, le tenías que dar de comer claro.

Normalmente no eran ermitaños de verdad, sino personas que cobraban por ello. Eso sí, el trabajo consistía en vestir al estilo druida -aunque nadie tenía muy claro cómo vestían los druidas- no cortarte el pelo e incluso dejar que las uñas de las manos y de los pies crecieran indefinidamente.

Entre tus tareas era ejercer de decoración del jardín, actuar para el entretenimiento de los señores de la casa o incluso proporcionar sabio consejo. Al fin y al cabo los ermitas tiene fama de sabios -raritos, pero sabios-.

Ecos de la Antigua Roma

Hay que dejar claro que esto no fue algo común, fue siempre una frivolidad solo al alcance de los más ricos. Sin embargo, hay algunas circunstancias que explican el desarrollo de esta tendencia. Los inicios de la revolución industrial, el ritmo de vida creció y los momentos contemplativos o de meditación comenzaron a ser vistos como una extravagancia

Coincidió también, con una nueva fascinación por la cultura clásica -el neoclásico-. Dos siglos antes, se habían desenterrado en Tivoli los restos de la villa del emperador Adriano, que incluía una pequeña estructura junto al lago, que muchos consideraron que era usada por el emperador para retirarse a meditar. 

De maniquíes a una persona de verdad...

El diseño de los jardines ingleses de la época buscaban un aspecto natural y rústico. Al contrario de lo que ocurría en Francia, donde todo estaba medido, cuidado y podado, en las islas se llevaban las plantas frondosas y de aspecto desaliñado. Y nada encaja mejor en todo eso que un ermita.

En un primer momento, explica Gordon Campbell, a profesor de estudios renacentistas en la Universidad de Leicester en su libro Un ermita en el jardín: de la Roma Imperial al gnomo ornamental, en un primer momento solo se insinuaba: unas gafas y un libro clásico en un banco al lado de una cabaña. Más adelante se colocaron maniquíes y finalmente se pasaron a las personas de verdad.

Las condiciones podían variar mucho según quien te contratase. Muchas veces los contratos eran cortos, aunque se podía dar el caso de que te propusiesen contratos mucho más largos, como el que cita Campbell en su libro, que requería que pasase siete años sin abandonar el lugar, ni limpiarse ni cortarse las uñas. Aparentemente, solo tres semanas después el contratado fue cazado escapándose al pub. En otros casos, las tareas podían incluir entretener a los invitados con poesías.

...y de personas a figuritas

Esta estrambótica tendencia llegó a su final con el final del siglo. Sin embargo, no nos dejó del todo, y es muy posible que tú tengas el legado que nos quedó en tu propio jardín. "La figura del ermitaño ornamental evolucionó de los antiguos druidas", explica Campbell, "y degeneró hasta los gnomos de jardín".