“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”, dijo Jorge Luis Borges, quien, muy probablemente no tuvo que estudiarse tediosos temarios en época de exámenes en alguna de las más de 6.700 bibliotecas que hay en España.

No cabe duda de que, en su esencia, al escritor argentino no le faltaba razón en su delicada oda. Las bibliotecas son lugares abiertos a la creación e inspiración cultural en los que compartir y adquirir conocimientos con el resto de usuarios. Y qué mejor momento para rendirles homenaje que el Día internacional de las Bibliotecas. Fantástico.

Pero si bajamos su razón de ser a la tierra, también es el lugar dónde vas a memorizar el teorema de Coase, el principio de exclusión de Pauli, la espiral del silencio de Noelle Neumann o a aprenderte de cabo a rabo el Código Penal, sin que nada ni nadie te distraiga. Pero eso nunca ocurre, y lo sabes.

1. Tacones. Uno de los elementos que nunca faltan en las bibliotecas universitarias son los zapatos de tacón. Las usuarias de los mismos, además, urgen pasear por el espacio marcando un escandaloso ritmo solo comparable con el pitido infernal que producen algunas suelas de goma de zapatillas deportivas, también ansiosas por recorrer de arriba abajo las instalaciones bibliotecarias.

Vamos, que en más de una ocasión te has planteado si era mejor opción haber ido a pasar tus apuntes a limpio a un tablao flamenco. Probablemente.

2. Buscar la inspiración, pero nasal. Hay personas que llevan al extremo aquello de sentir el olor de los libros antiguos o nuevos. A toda esa gente que huele sonoramente los libros exponiendo a una posible rasuración a sus fosas nasales. Cortaros un poco.

3. Encontrarte con libros subrayados (A BOLI). Que sean un tesoro no quiere decir que tengamos la libertad de tatuar en los mismos un mapa inteligible sobre sus páginas.

4. Allí están las sillas más ruidosas del planeta tierra. No cabe duda de que se las encargan a una persona sorda que se esfuerza por lijar cada una de las patas para dejarlas lo más astilladas posibles y produzcan ese efecto sonoro al ser arrastradas o mínimamente desplazadas de su ubicación, sea la superficie que sea.

5. La música más atroz se escapa de los auriculares. Cada loco con su tema -nunca mejor dicho-, pero si vas a optar por la playlist de tu clase de spinning, baja los decibelios.

6. Lugar de reunión masiva de personas con tics, particularmente aquellas afectadas por los que tienen que ver con mover las piernas y rodillas como si padeciesen epilepsia.

7. Los que ‘no han visto el Iniston’ y deleitan al público asistente con su retahíla de estornudos y su deleznable y constante sorber de mocos. Jesús (léase en el tono que cada cual encuentre conveniente).

8. No a los susurros a voces…

9. ni a la gente que vocaliza lo que lee.

10. La gente que va a ligar (sí, lo del anuncio aquel de Coca Cola ocurre, aunque no a ti).

11. Las notitas. Aunque la caligrafía y calidad de redacción de las “interesantes” anotaciones que os dejáis en las mesas dejan claro que habéis hecho buen uso del material circundante, puede que al siguiente que ocupe ese asiento no le interese demasiado que estés esperando a tu ‘amigui’ “en la puerta de clase”.

12. La mala leche de las bibliotecarias. ¿Exigirán sentir odio hacia la humanidad en las pruebas de admisión?

13. El postureo generalizado. Insistimos: esta no era la puerta de la cafetería. Disculpen las molestias.

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