No siempre limpia y da esplendor. El 'Yo acuso' de Arturo Pérez-Reverte contra la Real Academia, de la que es miembro desde 2003, es meridiano desde el título. En su última columna publicada en la web Zenda, el escritor cartagenero se disculpa con sus lectores y confiesa su "impotencia" ante la pasividad del organismo frente a los debates lingüísticos de corte político o social, para destapar después a los responsables: sus colegas académicos "pusilánimes" que se ponen de perfil en las polémicas para que nada les salpique en su sillón.

"Muy rara vez la Academia ha hecho oír en público la voz de su autoridad" - lamenta Pérez-Reverte, denunciando que deja desprotegidos a "ciudadanos indignados con el maltrato que de la lengua se hace en medios informativos y televisiones", a los padres "a cuyos hijos se impide estudiar en castellano", a los "funcionarios de autonomías donde las autoridades locales imponen disparates que violentan el sentido común", y a todas las "víctimas de acoso por no pretender sino ejercer su derecho a hablar y escribir con propiedad la lengua española".

"Se nos han enviado repetidas muestras de disparates lingüísticos vinculados a la política, al feminismo radical, a la incultura, a la demagogia políticamente correcta o a la simple estupidez; de todo aquello que, contrario al sentido común de una lengua hermosa y sabia como la castellana, la ensucia y envilece" - explica el académico. Los debates en el seno de la Academia, aclara, existen. Pero los acuerdos se deben tomar por "unanimidad y mayoría". Y entran entonces los "acomplejados y timoratos" a desbaratar la posibilidad de una sentencia.

"No todo el mundo es capaz de afrontar consecuencias en forma de etiqueta machista, o verse acosado por el matonismo ultrafeminista radical, que exige sumisión a sus delirios lingüísticos bajo pena de duras campañas por parte de palmeros y sicarios analfabetos en las redes sociales" fustiga Pérez-Reverte, famoso por no arredrarse e incluso levantar polémicas sobre sexismo y género en el lenguaje. La postura de los académicos, destapa, es hipócrita: en privado le apoyan, pero no se atreven a demostrarlo en público.

"Lo notas en las miradas cómplices o aprobatorias cuando planteas algo conflictivo, miradas que luego contrastan con los silencios a la hora de mojarse o de votar. «Para qué nos vamos a meter en política», argumenta alguno, para quien meterse en política es todo aquello que nos lleve a opinar en público".

"En la RAE hay de todo" - concluye el escritor en su ajuste de cuentas. "Académicos hombres y mujeres de altísimo nivel, y también, como en todas partes, algún tonto del ciruelo y alguna talibancita tonta de la pepitilla. En Felipe IV sigue cumpliéndose aquel viejo dicho: hay académicos que dan lustre a la RAE, y otros a los que la RAE da lustre". Para los "tontos" deja este recado: "Creen que por meter la cabeza en un agujero no se les queda el culo al aire".

 

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