Ana regenta un negocio en Sevilla desde hace más de 18 años. Su establecimiento, ubicado en la zona norte de la ciudad, es uno de los bares por excelencia del barrio, por lo que sus mesas siempre están ocupadas por clientes "de los de toda la vida". Sin embargo, el sacrificio para sacar el proyecto adelante no es poco, y es que, según sostiene, trabaja "más de 12 horas" de forma diaria.
Sus ganancias mensuales limpias superan los 1.500 euros. "Poco para lo mucho que trabajo", se lamenta la sevillana. Y es que, pese a las muchísimas horas invertidas, asegura que el pago de los trabajadores, la cuota de autónomo y los gastos normales en materia prima que tiene un bar se come "el 70 por ciento de los ingresos".
Ana reconoce que mantener a flote un bar en Sevilla no es tarea sencilla. La competencia es alta y los costes, cada vez más difíciles de asumir. "Todo ha subido: la luz, el aceite, el pan… y la gente se piensa que los bares ganamos mucho dinero, pero no es así", comenta.
Asegura que solo con los gastos fijos mensuales, el margen de beneficio se reduce al mínimo. "Si no echas muchas horas y estás pendiente de todo, el negocio no sale", añade.
A pesar del esfuerzo, Ana confiesa que sigue disfrutando de su trabajo. Lo que más le motiva, dice, es el trato diario con los clientes, muchos de los cuales la acompañan desde los primeros años del bar. "Aquí nos conocemos todos. Vienen los vecinos, los trabajadores de la zona y hasta los hijos de los primeros clientes. Es como una familia", explica con orgullo.
Sin embargo, reconoce que la hostelería "ya no es lo que era", y que cada vez cuesta más encontrar personal dispuesto a asumir los ritmos del sector.
"Antes era más fácil contratar camareros, pero ahora casi nadie quiere trabajar fines de semana o festivos. Es normal, son horarios duros y pocos descansos", señala.
Ana tiene dos empleados fijos, y entre todos cubren turnos de mañana, tarde y noche para que el bar pueda abrir todos los días. "Si uno falta, tengo que quedarme yo. Aquí no hay otra opción", comenta. Esa disponibilidad absoluta, confiesa, es lo que más desgasta, porque "no desconectas nunca".
Como autónoma, también ha notado el incremento de las cuotas y las obligaciones fiscales. "Entre Hacienda, Seguridad Social y lo que hay que pagar cada mes, se te va casi todo. Y si un mes vendes menos, nadie te perdona los gastos", lamenta.
Aun así, insiste en que cerrar no es una opción: "Después de tantos años, este bar es mi vida. Me costó mucho levantarlo y no pienso rendirme".
Pese a las dificultades, Ana considera que la clave está en la fidelidad de los clientes y en ofrecer siempre calidad y cercanía. "La gente quiere que la atiendan bien, que la comida esté rica y que el sitio sea agradable. Si cuidas eso, siempre tendrás clientela", asegura.
