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Tenía 28 años y se llamaba Jacqueline. Compartía un piso pequeño en el número 2 de la calle Tigris, en Sevilla Este, un barrio de la capital andaluza. A las 3 de la mañana del sábado al domingo, supuestamente su pareja, un joven de 21 años ya detenido, le dio una paliza y luego le clavó un cuchillo en el cuello. La mató en el acto y la abrazó mientras se desangraba tirada en el suelo. Antes, intentó suicidarse.

Una vecinas oyó los gritos de auxilio y bajó a socorrer a la mujer. Se llama Gabriela, como su hija, de 24 años. Ambas abrieron la puerta del portal y se estremecieron.

"Los dos estaban cubiertos de sangre. Ella estaba tumbada en el suelo, con la cara llena llena de sangre y él también. Él se había acurrucado con ella y la abrazaba desde atrás", explican las dos, aún afectadas por el suceso.

Ambas, que viven en la misma planta de la víctima y su presunto asesino, recuerdan que cuando vieron la escena, no se escuchaba nada en la calle. "Había un silencio total, la mujer ya no gritaba", indica la Gabriela hija.

Sí que había un ruido, recuerda la vecina más joven visiblemente nerviosa, en el sofá de su casa. "Se escuchaba todo el rato un móvil sonando. El de ella, que la estaban llamando", explica.

Café

En casa de esta madre e hija huele a cocido y café. Tiene sentido porque llevan desde las 3 de la mañana despiertas y nerviosas. Primero el crimen, luego la Policía Nacional que les tomó testimonio. Por eso el café. Y tienen que comer, son las 2 de la tarde. Por eso el cocido, que borbotea en la cocina donde Gabriela madre lo vigila.

"Yo anoche venía de tomarme una copa en un bar de aquí cerca. Por media hora no me cruzo con el asesino", comenta aliviada la madre. No conocía a la pareja. Su hija tampoco. Los demás vecinos señalan lo mismo. Vivían alquilados hace muy pocos meses en el edificio y no habían trabado amistad con nadie.

Al llegar a casa del bar Gabriela madre habló algo con su hija y ambas se fueron a dormir. A la media hora, un grito rompió la noche: "¡Ayuda, ayuda, ayuda!", explican que se escuchó. Ambas corrieron al balcón, pero la agresión se estaba produciendo justo debajo, en el soportal. Bajo sus pies. No podían ver nada, pero escuchaban todo.

"Una vecina chilló 'qué está pasando' y preguntó a gritos si llamaba a la Policía. El chico lo estaba escuchando todo, pero mi hija y yo bajamos corriendo", cuentan ambas, quitándose la palabra, nerviosas.

Allí vieron la escena que se les ha quedado grabada a ambas. "Él la abrazaba por detrás. Ella ya no se movía y él estaba lleno de sangre", señalan. Y el ruido del móvil. El timbre de llamada una y otra vez, una y otra vez.

Nadie los conocía en el barrio, pero Gabriela hija sí que recuerda oírles discutir a través de la pared. También golpes en el piso que, creen, era el que ocupaban en el edificio. No está segura de que fueran ellos, pero juraría que sí.

En la calle donde Jaqueline ha muerto esta madrugada los vecinos se iban reuniendo en corrillos. Casi siempre el mismo protocolo: "¿Te has enterado que han matado a una chica ahí?", dice uno; "No, ni idea de quién era", responde el otro.

El patio de luces del edificio donde se ha producido el crimen. EE Sevilla

Juan, uno de los vecinos del bloque señala que vive allí hace años y no recuerda a la víctima ni a su presunto asesino. Tampoco una joven que llega a media mañana a visitar a su madre, que vive en uno de los pisos más altos y que se queda blanca cuando le explican el porqué la prensa está en el portal.

Una pareja de mediana edad que toma una cerveza en el bar más cercano al lugar del crimen señala que no habían visto nunca a la pareja. "Igual los dueños del bar, que sí están aquí siempre, saben algo". Pero no. Una de las camareras: "No sabemos quiénes son. Ni idea". Ni un recuerdo de Jacqueline o su pareja.

Una mujer joven se acerca y pregunta: "¿Habláis de lo de la mujer muerta?" Puede que ella la conozca. Pero no. Era solo natural curiosidad de alguien que vive cerca. "Por el nombre, ni idea", explica.

Juan, vecino del bloque donde vivía la mujer muerta, explica que vivían en el primero. "Yo no sé si serían matrimonio o qué porque no los he visto nunca". Un testimonio más confirma que la pareja no tenía relación con sus vecinos y eran nuevos en la zona.

"Son alquilados"

"Son alquilados, conozco a los dueños del piso, no a ellos", añade Juan. "Soy vocal de la comunidad y hablo con los vecinos, pero con ellos no había hablado nunca", detalla.

¿Tampoco escuchó los gritos de la mujer? No, indica, porque su piso da a la parte posterior del edificio. "El bloque tiene seis plantas y la mitad de los pisos dan a la parte de atrás, no a la calle", indica. No oyó nada.

De Jacqueline, además de su nombre, sí que se sabe que "tenía expediente abierto" en el sistema VioGén por episodios anteriores de violencia "en los que se podría haber visto envuelta", aunque "no consta la existencia de denuncias previas ni medidas de protección judicial en vigor", explica la Subdelegación del Gobierno. Los episodios violentos previos fueron con quien ahora se cree que es su asesino.

Al llegar al portal lo que más impresiona es que en el picaporte, que es una barra de metal, todavía hay sangre de la mujer muerta. En el suelo solo quedan algunas gotas, pero ahí el crimen es muy evidente. Todo el mundo evita tocar cerca.

Una vez que se franquea la puerta, es un portal sin más. Zonas comunes de un edificio como otro cualquiera. En el primer piso, subiendo por las escalera, hay un descansillo. A izquierda y derecha, una puerta oscura que da paso a otro descansillo. En el de la derecha, a las puertas C y D. En el de la izquierda, al A y B.

Sin señales

En la puerta del B, donde se supone que vivía la pareja, nada indica el crimen. Absoluta normalidad. Ni marcas ni sangre. El edificio tiene una particularidad: los primeros pisos dan al patio de luces -no hay piso bajo- y desde ahí se puede ver la casa en cuestión.

Pero las ventanas están cerradas. En el patio no se asoma nadie. Unas pocas pinzas de la ropa, unos calzoncillos que se han debido caer de la cuerda de algún vecino y que han puesto en una reja para que los recoja su dueño. Un patio cualquiera en un barrio cualquiera. Nada particular.

Pero en la puerta D Gabriela madre y Gabriela hija dan fe de que no todo es ordinario en el edificio. Huele a cocido en el primer día de otoño que hace poco calor en Sevilla. Huele a café y ambas están en bata. Lo normal. Pero no. Unas horas antes vieron a una mujer muerta. Degollada, presuntamente, por su novio de 21 años. Y a él abrazado mientras se desangraba.

"El teléfono de ella no paraba de sonar -repite la Gabriela más joven- alguien la estaba llamando".