En los primeros minutos de Juego limpio (Fair Play), Chloe Domont sorprende con una escena de sexo que no es nada habitual en la pantalla. Además de cumplir la función de presentar el romance y nivel de intimidad de Emily y Luke, la pareja protagonista, con la reacción natural de él (la que debe ser, pero no siempre es) también le está diciendo al espectador que es un hombre del siglo XXI, deconstruido y representante de las nuevas masculinidades.

Ficha

Guion y dirección: Chloe Domont

Reparto: Phoebe Dynevor, Alden Ehrenreich, Eddie Marsan

Género: Thriller psicológico

Año: 2023

Dónde verla: Ya disponible en Netflix

Emily (Phoebe Dynevor, Los Bridgerton) y Luke (Alden Ehrenreich, Solo: Una historia de Star Wars) son jóvenes, atractivos y están enamorados. Van a casarse, pero no pueden hacerlo público porque el protocolo de la oficina en la que trabajan les obliga a mantener en secreto su relación personal.

Cada "mañana" la alarma del móvil suena a las 4:30. Se preparan y van a la oficina, cada uno por su lado y tomando rutas distintas. Al llegar, si se encuentran en el ascensor, se saludan como quien saluda al vecino si se lo cruza en el portal, y se dedican a lo suyo hasta que vuelven a encontrarse nuevamente en su apartamento por la noche. 

Y así cada día, de la casa al trabajo y del trabajo a casa. Están en un momento de sus vidas laborales en el que ascender es el principal objetivo. Entonces, llega la oportunidad. Se rumorea que el elegido será Luke. Es Emily quien lo escucha y se lo dice contenta. Lo celebran. Todo va bien hasta que la oferta se la hacen a ella.

Esa escena es otro momento decisivo en la película y su relación. La reacción de Emily al enterarse de que va a ser ascendida, el camino a casa y el instante en el que se lo dice a Luke no es de emoción e ilusión, es de miedo.

Phoebe Dynevor en 'Juego limpio'

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Su miedo es cómo va a reaccionar su novio ante la noticia. Emily no espera que la reacción de Luke sea la misma que tuvo ella al pensar que el elegido sería él. Emily sospecha que no le va a sentar bien. Y su instinto es correcto.

Su relación solo funcionaba cuando eran iguales en la empresa. O cuando la balanza se inclicaba a favor de él. En el momento en el que la dinámica de poder en el trabajo cambia, la de su realción personal también lo hace y desciende hacia el más oscuro de los abismos. Emily siente entonces la presión de gestionar las inseguridades de su compañero, que revela a partir de ese momento su frágil masculinidad, producto de la sociedad machista en la que ha crecido, por mucho que creyera estar deconstruido.

Luke no es el estereotipo andante de un sexista misógino, eso ya había quedado establecido desde el inicio. No le molesta que su superior sea una mujer, sino que sea la mujer de la que está enamorado. Siempre había admirado el talento e inteligencia de Emily hasta que se convirtieron en un espejo en el que mirar su propio fracaso, que solo es reflejo de un privilegio que le hizo creer, y por lo tanto esperar como algo dado, que ese puesto era suyo.

En su ópera prima, la gran sorpresa del último Festival de Sundance, Dumont demuestra un gran pulso narrativo al crear un thriller que funciona como una olla de presión con una deriva tan inevitable como sorprendente.

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Entre sus aciertos (además de la magnífica dirección de actores y un guion efectivo), destacan el uso del sexo como motor para hacer avanzar la trama y desarrollar a los personajes, y la claustrofobia de sus dos espacios principales, el apartamento y la oficina, que agobia con la sensación de estar siempre expuesto.

También la elección del universo laboral de los personajes. Situar la película en el entorno de las inversiones de alto riesgo de Wall Street le permite a Domont jugar la idea de que subir a la cima o caer al abismo dependen de una sola decisión. Y puede ocurrir en cualquier momento. Y con la toxicidad y la misoginia esperadas en estos salvajes entornos laborales. Todos en la oficina, incluido Luke, asumen al instante que Emily consiguió el puesto porque aceptó una proposición sexual de su jefe o que este se lo ofreció porque es lo que le gustaría obtener de ella. 

Sin recurrir a tópicos, Domont destaca con maestría el sexismo casual que Emily soporta tanto de sus compañeros de trabajo como de su prometido, pero no muestra a su protagonista como una heroína víctima del patriarcado. Emily es una mujer estratégica que ha aprendido a navegar ese mar dominado por machos alfa. No se ofende ni le da importancia a los comentarios sexistas y misóginos que escucha a su alrededor o dirigidos a ella.

En un momento su jefe le dice "dumb fucking bitch" y no reacciona en lo más mínimo. En otro, sus colegas intentan ponerla nerviosa con historias desagradables en un club de striptease, pero Emily no pronuncia ningún alegato feminista. Sus preocupaciones son otras. Su verdadera amenaza está en casa y su mayor defecto, ya sea por falta de experiencia, por estar enamorada o por un machismo interiorizado, es anteponer los sentimientos heridos de su pareja a disfrutar de su merecido éxito.

La escena sexual del inicio encontrará eco en dos momentos decisivos del tercer acto, otra escena en un baño y la escena final en la que todo vuelve a teñirse de rojo. Juego limpio no es tanto una fábula de empoderamiento femenino como un ejercicio de disección de un frágil ego masculino, al que se le exige que asuma responsabilidades. 

Nota 4/5

Te gustará si:

- Disfrutas con la insoportable tensión de los thrillers psicológicos centrados en situaciones realistas y no en misterios o crímenes.

No te gustará:

- Si te incomodan los personajes protagonistas con los que cuesta empatizar.