Hacía mucho que no sabíamos de Marcelo Piñeyro, y ya teníamos ganas. Su nombre sonará a muchos cinéfilos, porque en el año 2000 dirigió un título que se convirtió en un pequeño fenómeno, como Plata Quemada se con la que ganó el Goya a la Mejor película de habla hispana. La década siguiente fue la confirmación del realizador argentino graciasa su emotivo filme sobre la dictadura argentina, Kamchatka, y su adaptación de El método, la obra teatral de Jordi Galcerán.

Piñeyro estaba desaparecido desde que dirigió en España la película Ismael, pero ahora ha regresado por la puerta grande con la serie más ambiciosa de Netflix en Argentina, El Reino. Un thriller oscuro, adictivo y con una carga políticia muy potente que lo convierten en una propuesta más que notable.

Él es el creador, junto a Claudia Piñeiro, de la serie más adictiva de Netflix este verano. Una serie de ocho episodios llenos de suspense, giros, asesinatos, corruptelas y traiciones donde nada es lo que parece. Tiene todos los elementos claves para un buen thriller, proporcionando la información justa al espectador, que va descubriendo cada nueva revelación en el momento oportuno, dejando siempre ganas de más y más.

'El reino'.

Pero lo mejor de El Reino es su capacidad de trenzar un thriller sólido, con todas las claves para enganchar a millones de espectadores, con una lectura política no sólo de Argentina, sino del mundo actual. La trama de El Reino comienza cuando un candidato a presidente de Argentina se dispone a dar su discurso de cierre de campaña. Para ello irá acompañado de su candidato a Vicepresidente, un pastor evangélico ultraconservador que opina que Cristo es más importante que nada. Una relación que a él no le convence por las opiniones radicales del religioso, pero que según sus estrategas les hace fuertes en las encuestas. El vicepresidente sólo será una figura de cara a la galería, para no perder el voto de la derecha más conservadora y reaccionaria.

Un atentado en el evento acaba con la vida del candidato, y el pastor de la iglesia se convierte en el heredero más lógico. Ya no será una figura testimonial, sino el líder del partido conservador en las elecciones. Ahí se destapan varias intrigas qué tienen qué ver con quién mató al líder, pero también los motivos y cómo eso repercute en una campaña política en el mundo actual.

Piñeyro tiene muy claro lo que quiere contar a través de este thriller, y tiene mucho que ver con la banalización de la política, de un momento donde las 'fake news' tienen el mismo valor -o incluso más- que la verdad, como demuestra el personaje de Joaquín Furriell como un Iván Redondo de la ficción que se encarga de destrozar con mentiras a cualquier rival.

'El reino'.

El auge de la extrema derecha, la espectacularización de la política y la legitimización de los discursos de odio. La importancia de la religión y su uso político… todo está en una serie que va a calzón quitado desde su inicio con la mítica cita de Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Unos monstruos que son más que reconocibles y a los que se les podría poner nombres y apellidos en cualquier país actualmente.

A veces El Reino se pasa de frenada, y alguna escena está llevada hasta el exceso y cae en un punto intermedio entre lo inverosímil y lo kitsch, pero está claro que es un tono forzado para mostrar el delirio de esta comunidad religiosa con mucho que esconder. Es brutal el esfuerzo de Diego Peretti por no caer en el exceso de este telepredicador, igual que el de la excelente Mercedes Morán como esa Lady Macbeth con más poder del que parece. Un reparto que muestra la solidez de los intérpretes argentinos, capaces de hacer creíbles cualquier línea de diálogo, y con un Chino Darín que siempre desprende carisma. Una serie más que notable, actual, con ritmo, y que es el mejor enganche veraniego para una temporada de secarral de ficciones potentes.

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