Todos los años pasa lo mismo. Una película encanta a la crítica, gana premios entre la prensa especializada, pero cuando llegan los Globos de Oro, los Bafta o los Oscar pasan de ella. No es que entre en unas cuantas categorías pero no entre en Mejor película, no, es que directamente se olvidan del todo. El año pasado fue El reverendo, fascinante thriller de Paul Schrader con un Ethan Hawke pletórico.

Este año la perjudicada ha sido, sin duda, Diamantes en bruto, thriller frenético y espídico dirigido por los hermanos Safdie y que en EEUU ha funcionado como un tiro en taquilla mientras que aquí se estrenará directamente en Netflix, que se ha encargado de la exhibición internacional de un filme que merecía más suerte y haber sido nominado a todo en los Oscar. Que un filme tan convencional como Le Mans 66 esté nominado, y Diamantes en bruto no, es una vergüenza.

La película cuenta la historia de Howard Ratner, propietario de una joyería ubicada en el barrio de los diamantes de la ciudad de Nueva York, que vende horteradas a raperos y jugadores de la NBA. No vende cosas finas a pijas blancas, sino que su negocio está en el derroche, en lo kistch, como ese Furby de diamantes que enseña compulsivamente. Pero, además es un ludópata obsesionado con hacerse rico. Cada buen negocio, uno que le podría dar estabilidad, es la puerta a una nueva apuesta.

Adam Sandler junto a Kevin Garnett.

Diamantes en bruto sigue a Ratner en una espiral de autodestrucción. Todos sabemos que cada decisión es peor que la anterior, pero los Safdie nos meten en ese bucle a ritmo de música dance y techno y con un montaje y un pulso frenético, espídico. No deja respirar. Además consiguen algo tan difícil como que empaticemos con este jugador, infiel y mentiroso al que da vida Adam Sandler. Él es el principal activo del filme, que nunca se despega de su personaje. Sandler entrega una interpretación volcánica, magnética y llena de matices. Un perdedor que a la vez es triste y carismático y que le debería haber granjeado una nominación al Oscar.

La película podría funcionar sólo como thriller en el que Sandler busca como solucionar el entuerto en el que se ha metido, con sus sacudidas violentas y su peculiar humor, pero es que también lo hace como manotazo al sueño americano. Este es el reverso de aquello que siempre se vende. El personaje de Sandler está condenado a ser un mediocre en la sociedad americana, y por mucho que se empeñe nunca logrará ser ese 'alguien' que ansía. Por muchas fiestas de The Weeknd a las que vaya siempre será un paria del que se ríen.

Los Safdie arriesgan también en su retrato de la clase media judía. Este apartado está muy bien representado en el filme, con una familia que ve a Sandler como un despojo con un trabajo de mierda, algo que él intenta revertir siempre con sus trapicheos. Su personaje es la encarnación de un arquetipo, el del judío avaricioso, tacaño y preocupado por el dinero, pero a la vez lo subvierte para hacer una crítica a una comunidad que realmente juzga por aquello que tiene. Un filme complejo, que es muchísimo más que 'otra de Adam Sandler' y que todo el mundo debería disfrutar.