Hubo un tiempo no muy lejano en que pasear una noche de fin de semana por las calles de Madrid implicaba toparse con un botellón en cada esquina. En las plazas era fácil escuchar cánticos amplificados por el alcohol —y otras drogas— o cruzarse a cada paso con un abraza-farolas que no era capaz ni de pedir un taxi que le llevara a casa. Pasaba mazo. Era un canteo. Pero ya lo cantó Bob Dylan, al son de una guitarra y una armónica: los tiempos están cambiando.

La calle de los Jardines, donde está la mítica sala El Sol, está tranquila este viernes a las 23:30. Apenas un puñado de personas esperan para entrar a la discoteca. Dentro hay fiesta. Toda la que se permite bajo las restricciones de la llamada nueva normalidad. Alba y Laya, dos chicas de 20 años, esperan enfrente de la puerta con la esperanza de poder pasar. “Lo intentamos. Estamos en proceso”, dicen con una amplia sonrisa.

Cuentan que ambas son de Barcelona y están aquí precisamente porque Cataluña ha cerrado el ocio nocturno por el aumento de casos de Covid-19 entre los más jóvenes. Recordemos: la incidencia acumulada de coronavirus en España a 14 días entre los veinteañeros supera 1.000 casos por cada 100.000 habitantes. En toda la población, esa cifra se sitúa en 317. 

Alba y Laya, dos chicas barcelonesas de 20 años de fiesta en Madrid. Jorge Barreno

—¿Qué os parece que Cataluña y la Comunidad Valenciana cierren el ocio nocturno?

—Yo creo que hacía falta. Es una mierda, pero es que yo pillé el Covid y todas mis amigas igual -responde Laya.

—¿Y lo pillaste de fiesta?

—Yo creo que sí.

—Realmente, nuestros amigos lo están pillando mucho -añade Alba.

—Es que Barcelona no es como aquí. Creo que aquí se siguen más las normas. Que si mesas, mascarillas, separación… en Barcelona no.

—Es una putada para los de Barcelona, ahora no hay verano, pero bueno. Por eso estamos aquí.

Alba y Laya pasan aquí el fin de semana, bajo el resguardo de la “libertad” que ofrece la presidenta autonómica, Isabel Díaz Ayuso. Fue el pilar fundamental de su campaña. Si esa libertad es poder salir de juerga, por el momento, lo está cumpliendo. El Gobierno de Pedro Sánchez, por su parte, no ha puesto sobre la mesa nuevas restricciones de cara al aumento de casos de Covid. Y la pregunta que está en boca de muchos desde que estallara el macrobrote de Mallorca: ¿es justo criminalizar a los jóvenes por el aumento de casos?

“Creo que el Gobierno aprovecha mucho la situación de abrirlo todo en verano, como si no pasara nada —opina Alba—. Y luego, volvemos a cerrar y la culpa es de los jóvenes, porque somos los irresponsables, bla bla bla... Pero luego también están los padres con el niño en el parque igual que los jóvenes. Mira, mis padres no son más responsables que yo en este sentido”.

“En Barcelona lo vivimos el año pasado. Se abrió todo en navidades, todo el mundo comprando y todos contentos. Y luego, volvieron a confinar otra vez porque subieron los casos. ¿Entonces abrís todo, dejáis que la gente disfrute del ocio y luego echáis la culpa a los jóvenes? Siempre nos cae a nosotros porque somos los irresponsables, ¿no? Yo sé que la gente se tranquiliza con el alcohol, pero eso pasa igual a las 7 de la tarde que a las 4 de la mañana”, considera Laya. “Y no solo los jóvenes. Ya te digo, mis padres se van de fiesta y acaban igual que yo”, remata Alba entre carcajadas.

Plaza de los policías

Si uno se planta una noche de fin de semana en la plaza del Dos de Mayo de Madrid espera encontrarse dos cosas: o un botellódromo, o bien un lugar tomado por la Policía Municipal. Como cabía esperar, ocurre lo segundo. Tres coches patrulla se cercioran de que nadie se lleve a la boca una bebida alcohólica. La pandemia lo ha cambiado todo y ya poca gente en Malasaña se atreve a beber sentado en una plaza, a menos que se celebre el Orgullo o algo similar. Lo más seguro para evitar la temida multa es beber en movimiento. Lata en mano, y a pasear.

Dos agentes hablan con un grupo de gente, sin llegar a multarles. Jorge Barreno

En la plaza de Juan Puyol sí que los hay que se atreven a echarse una cerveza. Y tienen nombre. Se llaman Bea, Adolfo y María. Preguntados por este periódico, en un principio recelan. María prefiere no contestar. “Es que soy anarquista, tío”. Bueno, ¿y? Bea, por su parte, hace muchas preguntas antes de, finalmente, animarse a responder.

—¿Qué te parece que se criminalice a los jóvenes por el aumento de casos de Covid?

—El pueblo no es responsable de lo que no puede ser responsable, porque esto no lo ha creado el pueblo. Nosotros no hemos creado nada y no nos podemos responsabilizar de algo que no viene de nosotros. Nosotros no decidimos esto, es más, no decidimos absolutamente nada en esta puta sociedad, aunque nos crean hacer lo contrario.

La conversación enseguida toma una deriva política, cuasi filosófica, sobre el anarquismo y la visión deformada que la sociedad tiene del mismo. Abarcar todo el discurso en estas líneas haría este reportaje infinito. Bea explica -a grandes rasgos- que no es una ideología que abogue por el caos y el desorden. Por el contrario, cuenta lo que ya escribieron Bakunin, Koprotkin y otros muchos teóricos: que lo que defiende es un orden social no jerarquizado y la abolición del poder injustificado. El tema es interesantísimo y con gusto pasaríamos toda la noche sentados en el suelo diseccionando el ideario libertario al calor de una cerveza. Pero hay que seguir.

Sin rumbo fijo

La calle Montera está plagada de terrazas a rebosar de clientes. Los hay jóvenes y no tan jóvenes. Vamos, que hay de todo, como suele ocurrir. Diego, Junior, Martín, Jorge y Anoir caminan sin rumbo cuando son abordados por los periodistas. La mayoría de ellos están todavía en edad escolar y no podrían entrar a una discoteca ni aunque quisieran. ¿Plan para esta noche? “Pues no lo sabemos ni nosotros. Hemos salido a dar una vuelta”, afirma uno de ellos. “Intentar conocer gente”, añade otro. Dicen gente, pero en realidad quieren decir chicas. Os entiendo, chavales.

Diego, el único mayor de edad de su grupo de amigos. Jorge Barreno

Preguntados por el tema que nos ocupa, la responsabilidad de los jóvenes en el aumento de casos de Covid, uno de ellos reflexiona: “Yo creo que deberían haber vacunado a los jóvenes antes que a algunos mayores. Porque si, teóricamente, los jóvenes somos los más problemáticos, ¿no sería más lógico vacunarnos antes?”

—Qué va, cabrón -replica otro.

—Sí, tiene sentido, bro.

—Si tú pillas el Covid no te va a pasar nada, bro. Si lo pilla tu abuela… Hay que proteger a los mayores.

Cuentan que han visto muchas actitudes irresponsables en sus círculos y fuera de ellos. Sin ir más lejos, la semana pasada, durante las fiestas del Orgullo LGTBI. “En el orgullo hubo una fiesta de 200 personas en el templo de Debod. Y sin mascarilla todo el mundo”. En ese momento salta la idea en la cabeza de los periodistas. ¿Vamos al templo de Debod? Vamos.

En las escaleras que suben al famoso templo egipcio que hay en la zona oeste de la capital, cuatro jóvenes están en las mismas que los anteriores entrevistados. ¿Planes? Ni idea. “Improvisar”. A diferencia de los anteriores, Rubén, Daniel y los dos Alejandros sí que llevan alcohol en bolsas. Pero el templo está plagado de policía. Difícil repetir lo ocurrido la semana pasada.

“Todos tenemos nuestra parte de culpa, también los jóvenes. Pero quizás el Gobierno no ha hecho las cosas como se debe”, responde uno de ellos al ser preguntado por la responsabilidad de los jóvenes. ¿Y respecto al cierre del ocio nocturno en Cataluña y la Comunidad Valenciana? “Yo no creo que sea una forma muy buena de controlar los casos. El metro lo usan al día millones de personas. Que 1.000 personas salgan por la noche no creo que haga grandes cambios. Y, además, destruye puestos de trabajo”.

Rubén, Daniel y los dos Alejandros, en las escaleras que llevan al Templo de Debod. Jorge Barreno

—¿Habéis visto muchas actitudes irresponsables en vuestros círculos?

—Pfff, sí. Por todos lados. En círculos nuestros y otros.

—¿Por ejemplo?

—Pues gente que va sin mascarilla, que no le importan nada los demás, fiestas en casas... de todo.

Una vez en el césped del templo, efectivamente, se confirma lo que acaban de decirnos los entrevistados. Hay ocho coches de Policía Municipal vigilando que nadie haga botellón. Y aún así, hay quien se la juega. Es el caso de un grupo de chavales que visten como raperos. “Venimos de grabar un videoclip”. La cosa se explica pues.

Un grupo de jóvenes en el Templo de Debod de Madrid. Jorge Barreno

“Te contesto si te tomas un chupito”, dice uno de ellos, con un marcado acento francés. Saca una botella de whisky Red Label, uno de los licores que más veces ha pasado por el gaznate de este periodista. Pero estoy trabajando y ni loco se me ocurre beber de la botella de un desconocido en tiempos de Covid. “No, tío. Está trabajando”, replica otro chaval, el que menos a cachondeo se toma la conversación. En 10 minutos que dura la charla es imposible conseguir declaraciones con sentido. A otra cosa.

“De chill y pa’ casa”

De vuelta a Malasaña, ya de retirada de este peculiar recorrido, hay más gente en las calles. La Palma, Velarde o San Vicente Ferrer están llenas de vida. Y muchos de los transeúntes llevan latas en las manos. No es el caso de Marta y Bea, dos chicas jóvenes que acaban de salir del Club Malasaña para echar un cigarrillo. Ahí también hay fiesta hoy. “Está todo el mundo sentado, cada uno en su mesita y muy tranquilo”, asegura Bea.

Las preguntas preparadas para este recorrido van como anillo al dedo para estas dos entrevistadas: Marta es valenciana y Bea es de una familia de hosteleros. Ya es casualidad. “Creo que han ido muy a fuego contra este sector”, cuenta Bea sobre el cierre del ocio nocturno. “No es cuestión de cerrarlo si no de que se tomen las medidas correctas. Pero es que pasa lo mismo que con los jóvenes. Hay quien se aprovecha de que les dejan abrir y se saltan las normas. Entonces pagan justos por pecadores. Me parece mal que se cierre. Se debería controlar más pero sin cerrar porque hay familias que lo están pasando muy mal”.

Marta y Bea, dos jóvenes de fiesta por Malasaña. J.S.

“Yo soy de Valencia y trabajo en algunos clubes nocturnos”, añade Marta. “Entonces entiendo que llevan 14 meses en los que prácticamente no han abierto. Y si abren la gente no puede bailar y cuesta mucho que el público vaya. Donde yo trabajo sí que cumplen con las medidas, pero sí que hay otros sitios donde se descontrola un poco”.

Para descontrol, el que vivieron ambas ayer en una sala al sur de Madrid. Cuentan que en la planta baja, todo normal, se respetaban las normas. Pero en el sótano se lió, como quien dice, parda. Que era una fiesta de las de antes. Ni distancias ni mascarillas ni historias. El plato fuerte fue ayer. Así que hoy “de chill y pa’ casa”. Pero antes, ¿una foto?

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