Pepe Barahona Fernando Ruso

Reconoce Leopoldo que ese día había bebido algunas cervezas, que andaba solo en casa viendo —como acostumbra desde que se quedó en paro— vídeos de humor en YouTube. De un tiempo a esta parte las intervenciones de Antonio Rivero Crespo y Juan Joya, ‘El Peíto’ y ‘El Risitas’, en ‘Ratones Coloraos’, el mítico programa de Jesús Quintero, habían monopolizado sus interminables ratos de ocio. Los veía en bucle. Retrocedía en la reproducción para analizarlos y, casi siempre, acababa retorciéndose de la risa en el sofá.

Fue ahí, en uno de esos momentos catárticos, cuando se le ocurrió la idea de la que llevan días hablando sus vecinos de Los Rosales, un pequeño pueblo situado en la Vega del Guadalquivir. La ocurrencia, tatuarse en la nalga izquierda la cara de ‘El Peíto’ en plena explosión de risa: “¡Cuñaaaaooooo!”. Algo que hubiese pasado desapercibido de no haberse publicado en las redes sociales.

Quien conoce a Leopoldo jamás lo definiría como un tipo serio. Lleva más de diez años de trabajando como técnico de laboratorio en la investigación farmacéutica, realizando ensayos clínicos con personas que atraviesan por un cáncer. Ahora lleva un año en paro o “sabático”, como él prefiere llamarlo.

El tatuaje del Peito ya curado.

“Venía de una vida con mucho estrés”, reconoce. “Además de mi trabajo —sigue—, cantaba en la chirigota del Bizcocho y también actuaba en un grupito de rumbas y sevillanas; mucha tela, pero todo eso se ha caído por la pandemia, ya no hay carnavales ni ferias, así que estoy descansando”.

Si, como dice el refrán, cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo; Leopoldo emplea su mucho tiempo libre en sus dos pasiones: el humor y los tatuajes. Tiene gran parte de su cuerpo entintado. En sus brazos, sus piernas y en la espalda apenas queda hueco.

De zagal, siendo menor de edad, falsificó la firma de sus padres para poder hacerse su primer grabado, siete estrellas en la espalda. “Se me daba bien eso de copiar la firma; en el colegio era habitual que mis compañeros me dieran sus suspensos para evitar la riña de sus padres”, recuerda siempre sonriente.

Leopoldo, al que llaman ‘Chiqui’, es el segundo de tres hermanos. El mayor, Gonzalo, se dedica al mundo del tatuaje, una afición que acabó convirtiéndose en su profesión hace cinco años. Desde entonces es el tatuador de cabecera de la familia y del grupo de amigos.

Entre los dos hermanos hay poco más de dos años de diferencia; Gonzalo tiene 35 y Leopoldo, 32. El tercero llegó ocho años después, tiempo suficiente para que ‘Chiqui’ asentara ese apodo, una forma de distinguirlo de su padre, también Leopoldo.

Gonzalo y Leopoldo posan durante la entrevista. Fernando Ruso

Gonzalo y Leopoldo son hermanos, amigos y confidentes. Cuenta el primero que con nueve años le pidió a los Reyes Magos el tatuaje de una bandera pirata, pero que Sus Majestades de Oriente pasaron por alto su petición. También recuerda que lo primero que hizo al cumplir los 18 fue hacerse un tatuaje.

Los dos comparten la afición de llenarse la piel de dibujos. El mayor tiene una treintena de motivos grabados; el menor, el cuerpo casi completo. También les une el sentido del humor. Por eso no se extrañó cuando recibió el encargo de tatuarle a ‘El Peíto’ en el culo.

Un tatuaje sin “marcha atrás”

“Este trabajo tiene mucho de psicólogo —advierte Gonzalo—, porque en el momento justo antes de empezar a tatuar sientes el vértigo en la cara de la gente. No hay marcha atrás. Por eso trato de que los clientes lo tengan claro, pregunto y repregunto. ¡Hay jóvenes que se tatúan el nombre de su pareja, con la de problemas que trae eso!”.

—¿Y cuántas veces preguntó a su hermano si lo tenía claro?

—Lo conozco tan bien que sabía que me lo decía en serio. Nunca se ha arrepentido. Fue a tiro hecho. Me mandó un mensaje de WhatsApp con la idea. No me resultó raro. No en él.

—¿Y en el culo?

—Tampoco me extrañó. Es el sitio en el que se hace los tatuajes más canallas. Y ya tenía la nalga derecha ocupada. Para un tatuaje así solo había un hueco posible. Y ahí fue. Técnicamente ha sido mi mejor retrato. Y en los retratos realistas es muy importante la expresión, buscábamos el momento de máxima explosión de la risa, cuando el personaje tiene un ojo cerrado, el sudor… Sabía que si salía mal iba a ser un destrozo tremendo porque la persona que estamos tatuando es fea. Muy fea. Tiene una cara difícil, un gesto forzado…

Imagen del tatuaje de 'El Peíto'. Fernando Ruso

Antonio Rivero Crespo, conocido como ‘El Peíto’, se hizo popular por sus apariciones junto al recientemente fallecido Juan Joya, ‘El Risitas’, en los programas de Jesús Quintero, ‘Vagamundo’ o ‘Ratones Coloraos’. Su amplísima carcajada, que dejaba ver un único diente en su dentadura, provocaba hilarantes situaciones que trascendían con facilidad las pantallas. La risa contagiosa fue marca de la casa. Una reacción que alcanzaba su cénit con la icónica palabra ‘¡Cuñaaaaooooo!’.

Del dúo ya ninguno queda. ‘El Peíto’ falleció en 2003 a los 44 años a consecuencia de una enfermedad crónica, en los meses previos a su muerte ya andaba retirado de los platós.

La vida de ‘El Risitas’ acabó a finales del pasado mes de abril. En su currículum está su papel como actor de reparto en ‘Torrente 3’, una de las películas de Santiago Segura; haber sido protagonista de un anuncio de una marca de pizzas en Finlandia; o haber perdido entre las rocas una veintena de paelleras en un chiringuito de Chipiona en el que trabajó un verano.

Peíto, Risitas y Quintero

Cuando los focos se apartaron de él, 'El Risitas' se dedicó a contar chistes en un conocido local de la costa de Huelva a cambio de alojamiento y comida.

En paralelo a su triste vida, su risa se hizo popular gracias a Internet. Los Hermanos Musulmanes usaron sus vídeos para mofarse de Abdelfatah al Sisi, el actual presidente de Egipto. En Francia protagonizaba cientos de memes y lo conocían por ‘Issou’, una adaptación del ‘Jesús’ que el sevillano repetía cuando Quintero no entendía sus chistes. “Jesús, tú no eres de aquí”, repetía hasta la saciedad. Así disparaba el gatillo de miles de carcajadas.

‘El Risitas’ pasó los últimos compases de su existencia ingresado en la Residencia de la Hermandad de la Santa Caridad. Su situación económica era tal que un grupo de internautas franceses, del foro jeuxvideo.com, organizaron una colecta que llegó a los 10.000 euros.

A Juan Joya se le complicó la salud y acabaron amputándole una pierna. Falleció a los 65 años a finales de abril de este año. La hermandad de la Santa Caridad corrió con los gastos de su funeral y del entierro.

“Me hice el tatuaje de ‘El Peíto’ el mismo día que murió ‘El Risitas’”, apunta Leopoldo.

—¿Un homenaje a Juan Joya?

—No, a mí el que me hacía gracia era ‘El Peíto’. Además, ya lo tenía decidido de antes. Conocí a ‘El Risitas’ un día que coincidieron nuestras actuaciones en una caseta de la Feria de Abril. En las distancias cortas era muy estúpido y muy ‘saborío’. Si no había parné no había Risitas. Su muerte me dejó un tanto indiferente. Pena, como cuando fallece cualquier persona. Nada más.

Cuentan Gonzalo y Leopoldo que jamás imaginaron la repercusión que este tatuaje desataría en las redes sociales. “Somos un estudio pequeño, con pocos seguidores, y las publicaciones que tienen éxito tiene algunos ‘like’ y pocos comentarios —explican—; pero esto ha sido un boom”. “Solo por WhatsApp recibí una veintena de mensajes de gente que me había reconocido”, completa el tatuado.

—¿Por el culo?

—Sí, por el culo. Ya hay gente que nos conoce, que sabe cómo somos. No es que yo vaya por ahí con el culo al aire.

—¿Y por qué en el culo?

—Pues… pues porque es una idea cachonda, tío. [Risas].

—Pero lo ve poca gente.

—No me gusta que me vean.

—Y ni siquiera te lo puedes ver tú.

—Bueno, pero sé que está ahí. [Risas].



Leopoldo no usa las redes sociales. No le gusta exhibirse, pero no duda al contestar que respondería un sí rotundo a Jesús Quintero para ser uno de sus entrevistados en el caso de retomar su programa de entrevistas. Es su chamán del humor, el que guía a la audiencia en el trance de la risa, el comandante de un ejército de perros verdes.

Humor para sobrellevar la vida

El Loco de la Colina lleva años apartado de los platós. Poco de su vida se sabe por él y mucho se rumorea por otros. Dicen que está arruinado, que fracasó el teatro que llevaba su nombre en Sevilla y que, pasados los 80 años, espera a que le den el programa que le ponga broche a su carrera. En sus planes está hacer un museo en su pueblo natal, San Juan del Puerto, en el que reivindicar su catódica carrera.

En los peores momentos del presentador, fueron muchos los que recurrían a ‘El Risitas’ para tratar de sacarle un jugoso entrecomillado que llevase al titular. Jamás lo consiguieron. Juan Joya y Jesús Quintero firmaron un pacto que se respetó hasta el final. El humorista nunca reveló nada que pudiese afectar al periodista al que le debía su carrera.

“El que quiera tatuarse a ‘El Risitas’ que me escriba, que estoy dispuesto a hacérselo gratis”, sentencia Gonzalo, al que todos conocen por ‘Cuartichi’. “No es broma, el que quiera tatuárselo ya sabe que se lo hago gratis, así continuamos con esto que ha iniciado mi hermano”, explica.

Gonzalo utilizó la imagen del programa Ratones Coloraos para tatuar a su hermano. Fernando Ruso

Lo de ‘Cuartichi’ viene de una derivación de cuartucho o cuartillo, una habitación que está en la azotea de la casa familiar y en la que iba recibiendo a los amigos para iniciarse en el mundo del tatuaje. A sus padres le horrorizan los tatuajes. “Ay, niño, no te hagas más. ¡Qué dolor!”, les dice su madre. “Ustedes no estáis muy normal”, completa el padre.

En las últimas navidades, en la cena de Nochebuena, después de las copas de rigor, a Gonzalo se le ocurrió sacar su máquina de tatuar. La ocurrencia fue tatuarle a su hermano Leopoldo un pene en la nalga derecha. A nadie le pareció una mala idea.

“Para nosotros estas cosas no son nada extravagantes, es algo normal”, explican. “Somos unos cachondos”.

Cuenta Leopoldo y su hermano Gonzalo que el humor les ha ayudado a sobreponerse a situaciones difíciles. “Hemos tenido una racha mala con enfermedades en casa. Mi madre lleva once años con cáncer. También hemos tenido la muerte de un familiar. Y a los momentos más malos de la vida, si le metes el humor ya cambian”, defienden. “Es un sistema de defensa —zanjan—; ayuda a desbloquear. Y ‘El Peíto’ tatuado en el culo es un comodín para conseguir una carcajada fácil”.

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