El 8 de noviembre de 2020, Rosalía Iglesias, la mujer de Luis Bárcenas, ingresó en la prisión madrileña de Alcalá Meco. Por delante tenía casi 13 años de condena. Curiosamente, horas antes de su llegada, una presa del módulo de mujeres, el A.3, pidió dejar su celda individual, bien acondicionada y de las últimas en ser pintadas, para irse a convivir con otra reclusa.

Algunos funcionarios de la cárcel se sorprendieron mucho por la decisión de aquella mujer. Son pocas las encarceladas allí que piden vivir en pareja. Sin embargo, cuando vieron que Rosalía Iglesias ocupaba esa celda, entendieron que a aquella otra reclusa “se le había invitado a mudarse” para prestarle su chabolo a la esposa del extesorero del PP, condenada por blanquear dinero procedente de la ‘trama Gürtel’.

De aquello han pasado ya cuatro meses. Este próximo lunes, Rosalía Iglesias prestará mucha atención a las noticias de los informativos cuando pase un rato de descanso en la sala de televisión de Alcalá Meco, la misma que a ella le toca limpiar de vez en cuando, como a sus alrededor de 70 compañeras de módulo. 

Ese día, su marido, también preso, pero en Soto del Real, volverá a sentarse en el banquillo de los acusados. Esta vez, por el caso de la presunta caja B del PP, una pieza separada de la Gürtel. “Seguro que está atenta al juicio”, explica una fuente interna de la citada penitenciaría. 

“En los últimos días ya se le ha escuchado decirle a alguna otra presa con la que tiene confianza que su marido tiene intención de tirar de la manta. Según ella, no se va a callar nada”, asegura otra fuente.

Es muy probable que Rosalía Iglesias tenga razón. Que su marido destape la caja de los truenos contra quienes antes fueron sus compañeros de partido. Esta misma semana, la defensa de Bárcenas ha enviado un escrito a la Fiscalía Anticorrupción. Por un lado, dejaba claro que quiere colaborar con la justicia. Por otro, señalaba directamente al expresidente de su partido y de España, Mariano Rajoy. Pero, además, recordaba que tiene grabado en su corazón un daño irreparable.

"Di por buena la promesa que se me había hecho llegar por intermediarios de que mi mujer no entraría en prisión (...) El sentimiento de culpabilidad de haber podido provocar que mi mujer estuviese en riesgo de perder la libertad y entrar en prisión me hizo creer, inocentemente, en la promesa por parte del Partido Popular (...) Esa documentación comprometedora, [Rajoy] terminó destruyéndola en la máquina destructora de papeles, sin saber que yo guardaba copia de esa documentación". 

Celdas abiertas

Rosalía Iglesias conoce la estrategia que va a llevar su marido en este próximo juicio al que se enfrenta. Ella, mientras, ha asumido con resignación la larga estancia que le resta en prisión. La mayor parte del día convive de cerca con el resto de presas de su módulo, conocido como de respeto. En él, todas las celdas están abiertas, salvo por la noche y durante el tiempo de siesta tras el almuerzo.

Como las demás reclusas del módulo A.3, Rosalía Iglesias ha firmado un documento-contrato en el que se compromete a mantener buena conducta, a colaborar en las tareas de limpieza de las zonas comunes, a participar en actividades deportivas en el polideportivo y a apuntarse a cursos formativos.

“En el módulo de respeto sólo hay reclusas de buen comportamiento. Ella está bien adaptada. Es una convivencia más fluida entre presas porque pueden entrar y salir de sus celdas cuando quieren. Eso sí, uno de los compromisos es que no pueden estar tiradas en sus camas a mitad de mañana. Se tienen que mantener activas”, explican a EL ESPAÑOL varias fuentes internas de Alcalá Meco. 

“Se forman grupos de trabajo que se van rotando en las tareas comunes. Unos días les toca limpiar los cristales del módulo y otros, por ejemplo, la sala de televisión”, añaden. “También se ponen normas entre ellas, más allá de las que les impone la junta de régimen. En el módulo de respeto hay más reglas que en una comunidad de vecinos. Los funcionarios, en vez de llevar un listado en el que apuntan positivos a cada mujer, hacen uno con negativos. A ellas se les presupone buen comportamiento”.

Luis Bárcenas, en una imagen de archivo./ EP

De telefonista a 'blanqueadora'

Rosalía Iglesias Villar nació en marzo de 1959 en el barrio de San Andrés de Astorga, en León. Fue la menor de cinco hermanas. Su padre era propietario de una empresa de transportes. Su madre, ama de casa. En 1983, con 23 años todavía, comenzó a trabajar en Madrid como telefonista en Alianza Popular (AP), la génesis del PP. 

Durante el juicio de la Gürtel, Rosalía Iglesias siempre sostuvo que firmaba a ciegas lo que su marido le ponía por delante. Pese a todo, acabó condenada a 12 años y 11 meses de prisión por, entre otros, delitos de blanqueo de capitales y varios delitos fiscales.

En La caja fuerte (La Esfera de los Libros, 2016), la periodista Marisa Gallero, que se entrevistó con la pareja en varias ocasiones, cuenta que Rosalía Iglesias entró en AP, entonces presidido por el difunto Manuel Fraga, como refuerzo para las elecciones municipales de 1983.

Un año antes había comenzado a trabajar allí Luis Bárcenas, un joven de Badajoz que ya era mano derecha del entonces tesorero, Ángel Sanchís -otro de los 29 condenados en Gürtel-.

Pronto se inició una relación sentimental entre ambos. Rosalía y Luis se casaron en 1989. Lo hicieron en París. Al enlace sólo asistieron seis amigos. De aquella humilde boda pasaron, años después, y con el PP como el gran partido de centro-derecha en España, a veranear en Marbella o a esquiar en el Pirineo catalán. Juntos, también, iniciaron su caída: los bienes embargados, los juicios, la condena mediática y social… 

Ahora, ambos en prisión, siguen batallando juntos. Una, en Meco. El otro, en Soto. Seguro que Rosalía todavía recuerda cuando, según ella contó, encontró en el móvil de su marido y entregó a Pedro J. Ramírez, director de EL ESPAÑOL y por entonces de El Mundo, los mensajes comprometedores de Rajoy, como el “Luis, sé fuerte”. Tal vez ahora se haya dado la vuelta a la tortilla. Con su mujer en prisión, es Bárcenas quien puede decirle a quien fuera su jefe: “Mariano, sé fuerte”.

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