Pepe Barahona Fernando Ruso

Se mueve nerviosa por la cubierta del velero, revisando que todo esté según lo previsto o haciendo vídeos en los que entrevista a los tripulantes para colgarlos en sus redes sociales. Faltan minutos para soltar amarras en la que será la expedición más larga a la que jamás se ha enfrentado esta joven de Castellón que ya suma 20.000 millas náuticas —casi 40.000 kilómetros— viajando por los mares del mundo. Hace barcostop, como autostop, pero en travesías oceánicas y sin pagar ni un euro. De Cádiz viaja a Brasil, Uruguay, Argentina, la Antártida y lo que surja. Su nombre es Paula Gonzalvo, tiene 30 años, es arquitecta y se enrola en tripulaciones a cambio de navegar para desmitificar el tópico elitista de la mar: “Porque se puede viajar por nada”.

El velero Doblón Copérnico ya navega hacia no se sabe bien dónde. Faltaban por llegar a las bodegas unas garrafas de aceite de oliva virgen extra de Priego de Córdoba antes de soltar amarras en lo que será una expedición de diez años surcando el mar. Primera parada: Tenerife.

Paula se sitúa al timón, es la segunda de abordo, y sigue las indicaciones del capitán en el movimiento con el que el Doblón Copérnico sale de Puerto Sherry, en El Puerto de Santa María (Cádiz). Todavía no ha anochecido, pero quedan minutos para el ocaso y el velero de 68 pies avanza con viento de proa por el Atlántico. A lo lejos se ve Cádiz y el nuevo puente, y las grúas de los astilleros de Navantia. Será lo último que vean los ocho tripulantes antes de verse solos en mitad del océano.

Paula consultando las cartas naúticas en el interior del velero. Fernando Ruso

Y a Paula el viaje no le cuesta nada. “Llevo más de 30 barcos y he navegado con gente de más de medio centenar de nacionalidades”, explica esta licenciada en Arquitectura que lo dejó todo para hacerse a una vida nómada y navegante. En noviembre de 2014, poco después de acabar sus estudios universitarios, la joven de Castellón se vio ante la disyuntiva de elegir entre un empleo precario o vivir una aventura de la que había oído hablar, pero de la que carecía de certezas: cruzar el Atlántico en ‘barcostop’.

“Quería llegar a Latinoamérica, pero no en avión —explica Paula—; como tenía tiempo, decidí ir a Canarias y probar suerte, para mí eso de buscar un velero en el que echarme a la mar era como ir a la Luna”. Tardó tres semanas en conseguir hueco en una embarcación con destino al Caribe. Pegaba carteles en bares, lavanderías, se presentaba a desconocidos y preguntaba. Hasta que le surgió la oportunidad. El viaje le costó 80 euros, “pero solo para pagar la comida”, matiza la joven entusiasta. 

“Era eso o buscar un trabajo como arquitecta en el que tuviera que dar las gracias por trabajar”, apunta Paula, hija de arquitectos y egresada de la universidad cuando la crisis de la construcción todavía hacía —y hace— estragos en su sector. “Estaba confundida acerca de lo que 'se debía hacer' al enfrentarme a la vida profesional y preferí vivir, ver mundo trabajando de lo que fuese”, insiste. Y así empezó su pasión por la navegación. “Fue mi primer viaje a dedo”.

Nómada y navegante 20.000 millas náuticas después

20.000 millas náuticas después, puede presumir de haber convivido con los indígenas de las islas de San Blas, un archipiélago con 300 islotes en los que solo pueden vivir los nacidos en ellas, y los privilegiados que llegan hasta ellos en un velero y tener la consideración de viajeros de tránsito. Aunque Paula echara allí ocho meses. “Compartíamos la vida con ellos, comíamos del mar, bebíamos agua de lluvia… me chocó muchísimo volver a la civilización —explica emocionada la aventurera—; me cambió toda la escala de valores que tenía en tierra”.

A lo largo de estos últimos cuatro años, Paula se ha despojado de aquello que es prescindible para subirse en un barco y ha adoptado una vida “nómada y navegante”. Ha viajado a solas por el Jónico en verano o por las exigentes costas del Reino Unido, donde las mareas son duras y cambiantes. “Descubrí este estilo de vida, me encantó y me decidí por él —sigue la treintañera—; aunque sé que siempre hay posibilidad de ir atrás, no se pierde nada por intentarlo, y se aprende mucho porque las experiencias y vivencias que te llevas son impresionantes”. 

—¿En tierra a quién o qué deja?

Dejo familia, amigos y un posible estilo de vida más cómodo que el que tengo. Al principio, todos lo vivieron con desconcierto, también decepción… porque cambié el trabajo como arquitecta a una forma de vida incierta; pero gracias al blog, Allende los mares, gracias a que otros reconocen lo que hago he conseguido que las personas más próximas también lo valoren. Ni mis amigos ni mi familia son de mar, ni siquiera viajantes y el hecho de viajar un tiempo indefinido y por mar no es tan comprensible para ellos.

La tripulación del Copérnico Doblón en proa con la luna al fondo. Fernando Ruso

Su blog se ha convertido en un cuaderno de bitácoras digital en el que la joven acerca sus vivencias a sus seguidores, que ya se suman por miles. En él presume de una “vida nómada, de mar en mar, de velero en velero” y da varios trucos para otros que estén interesados en emular su forma de viajar. Porque se puede viajar en velero sin soltar un euro.

—¿Y cómo se hace?

—En mi blog doy bastantes consejos sobre cómo se hace barcostop, que es viajar como tripulante en veleros de otras personas en vez de tener veleros propios. También hay páginas web, como BlaBlaCar, que conectan veleros y tripulantes (crewbay o findacrew). Hay que saber venderse, hay que ponerse en la piel de una persona que tiene un velero; ¿en qué te gustaría que te ayudaran? Hay que proponer, no hay que limitarse a la cocina o a la limpieza, que todo el mundo lo puede hacer; y vender otras capacidades, como la fotografía, el saber contar historias, o si el saber navegar de día o de noche… Hay que saber sacar a relucir tus virtudes para que te elijan a ti en lugar de a otra persona.

—¿Por eso se hizo capitana?

—Me hice capitana porque quería aprender, porque me parece muchísimo más interesante navegar sabiendo qué es lo que está pasando. Y controlar el medio y el velero en el que viajas. 

Paula es doblemente capitana, en España tiene el título de caputana de yate desde hace un año y está en vías de conseguir el prestigioso Yachtmaster Ocean en el Reino Unido. Aunque, matiza: “Por mucho que hayas leído, si no tienes muchas millas; es casi como las horas de vuelo de un piloto, no se aprende a navegar en los libros”.

Un viaje sin fecha de vuelta

“Hacerse capitana no es aprobar un examen, es echarse a la mar —sigue Paula con un discurso fervoroso—; elegí estar en el mar y siempre que eliges te pierdes otras cosas; y sí es verdad que he echado de menos otro tipo de vida en otros momentos, pero estoy contenta porque he apostado por el mar, porque allí me siento cómoda”. “Y para poder decir que soy capitana y no solo de libro”, zanja la joven.

Pero en el Doblón Copérnico Paula no será la capitana, el máximo responsable de este velero oceánico único de 68 pies de aluminio es su armador y también capitán Pedro Jiménez, un empresario madrileño que también lo ha dejado —casi todo— por esta aventura que se inició mucho antes de echarse al mar este pasado martes. 

Lleva cuatro años preparando un viaje del que se sabe la fecha de inicio, pero no la de finalización. “Mi propósito es estar diez años en el mar y volar a España puntualmente para atender mis negocios”, apunta el empresario, propietario de dos salas de conciertos, restaurantes y discotecas en Madrid: Doblón y Copérnico, “las dos que han pagado este barco”. 

Paula con un sextante, momentos antes de partir desde Puerto Sherry. Fernando Ruso

En este velero ya ha cruzado dos veces el Atlántico, a modo de preparación para este viaje en el que recorrerán la costa de Latinoamérica. “Este es el viaje más largo de mi vida”, explica el armador de 51 años, bastante inquieto, moviéndose errático por la cubierta del velero. Siempre con una sonrisa en el rostro.  

De Puerto Sherry, el Doblón Copérnico irá a Tenerife; de allí, a Fernando de Noronha, en Brasil; después a Recife. Bajará por la costa a Salvador de Bahía o Río de Janeiro para poner rumbo a Uruguay y al norte de Argentina, donde preparará el barco de cara a su expedición a la Antártida. Tendrán que esperar dos meses a que llegue el verano ártico para ir a Ushuaia, Puerto Williams y, por fin, la Antártida. Después empezarán a subir por el canal de Magallanes y navegarán por los fiordos y canales hasta Puerto Montt, que será —vaticina— la parte más bonita del viaje. Y seguirán subiendo hasta el Ecuador. “Y ahí no sé si iremos a las Galápagos o al Pacífico”, explica el capitán. 

Paula y él se conocieron en una regata de preparación que salió precisamente del punto en el que comienza su expedición, en Puerto Sherry. Ella no viajaba en el Doblón Copérnico, pero volvieron a coincidir en la República Dominicana, donde la barcostopista se unió a su tripulación. Juntos sí hicieron el camino de vuelta desde Cuba hasta la península. “Ahí fue surgiendo la idea de hacer juntos otro viaje”, explica él. “Congeniamos, nos complementamos bien, tenemos los mismos sueños y es importante encontrar un compañero de viaje que tenga las mismas pasiones —enumera—; es perfecta”.

—¿Qué hace ella a cambio del viaje?

—Ella no solo va en el barco, ella es parte del proyecto. Hemos hecho juntos la preparación, el estudio previo, la gestación de las redes sociales; sin ella me lo pensaría más, ella me envalentona. 

Junto a ellos navegan seis tripulantes más que irán variando a lo largo de la expedición. Todos con experiencia en la navegación y todos procedentes de una amistad virtual alimentada a través de las redes sociales y tres páginas web: el blog de Paula, Allende los mares, y otros dos específicos creados para esta aventura, Doblón Copérnico y Alegría Marineros.

'Barcostop' con rumbo a la Antártida

En la mente del empresario está la idea de mantener en el velero una tripulación variable de no más de ocho personas, cuando el barco está despachado para doce. “No es un chárter, esto es la experiencia de compartir un viaje; aquí todos vamos a hacer de todo”, puntualiza Pedro, que financia toda la expedición. “Vamos a ir recogiendo a gente, pero no queremos que esto se convierta en un trabajo; nos gustaría compartir esta aventura con gente que nos acompañe quince días o un mes y que aporten un poco de dinero para el día a día; sobre todo porque está bien tener compañía que rompa la monotonía”. “Aunque quiero que el 40 por ciento del tiempo estemos solos”, advierte. 

Paula explica que con experiencias como esta quiere desmitificar el mar como un espacio solo copado por la élite. “Quiero demostrar que se puede viajar casi gratis, descubrir mundos y personas únicas en costas inaccesibles, o islas remotas a las que no llegarías de otra manera”, apunta la joven. “Se puede viajar por nada —insiste—, se puede”.

Y así, gratis, ya imagina cómo será la parte más dura de la travesía, el trayecto entre Uruguay hasta la Antártica y de ahí hasta Puerto Montt, en Chile. Navegarán sin asistencia y los vientos —los Cuarenta Rugientes por el sonido aullador de los vendavales— y los mares serán los más fuertes del mundo. Ahí deberán ser autosuficientes. 

Pedro Jimenez, con más de 100.000 millas navegadas, ha decidido vivir en su velero y navegar por el mundo. Fernando Ruso

Paula no tiene o esconde muy bien el miedo. “El 'barcostop' es para aquellos a los que les gusta la aventura —advierte la treintañera—; es un estilo de vida que no es para todo el mundo, porque todo puede salir bien o no, hay cosas que salen bien y otras de las que se aprende mucho. Y si prueba y gusta…”.

—¿A qué peligros se ha enfrentado?

No he vivido una gran tormenta, una gran catástrofe a bordo, ni enfermedades, ni problemas graves entre la tripulación o reparaciones importantes en el velero. Todo ha salido siempre bien, aunque hay veces que he vivido cosas duras.

—¿Es este un mundo de hombres?

—En el mundo de la aventura, de los viajes, deporte… lo copan los hombres y sé manejarme con ellos, hay que saber con quien subirse a un barco y por qué te quieren en un barco. Y marcar las distancias. Hablar a priori de forma clara y saber a qué te expones. 

Paula sostiene que solo conoce dos formas de vida: la de estudiante y la de nómada, por eso se le hace cuesta arriba pensar en volver a una vida estable. No se ve ejerciendo la arquitectura. Ni siquiera es capaz de aventurarse a hacer una previsión a un mes vista. Tampoco se ve como armadora, teme perder la libertad de la que goza como ‘barcostopista’. “Yo, si quiero ir al Caribe, voy; si quiero ir a Turquía, voy; si quiero ir a Grecia, voy”, narra resuelta.

De momento va embarcada en el Doblón Copérnico rumbo a la Latinoamérica.

—¿A dónde llega?

—¿Cuándo?

Cuando termine este viaje

—¿Qué significa terminar un viaje? Este velero no va a parar, va a seguir rumbo al oeste, por donde se pone el sol, y del Atlántico irá al Pacífico por el Cabo de Hornos; quien llega al Pacífico suele estar bastantes años allí; y luego… está el Índico, y luego…