Conocí a Stéphanie en un breve y cuidado video que me envió por WhatsApp la semana pasada, una vez confirmada mi reserva en el hotel Le Grand Contrôle de Versalles. En él se presentaba de una manera elegante y sin envaramientos como mi butler, se ponía a mi disposición y me deseaba un viaje agradable desde Madrid.

No hay una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión. La palabra mayordomo suena hoy en día algo anticuada, pero butler [expresión en inglés] es de uso frecuente en hoteles y resorts de lujo de todo el mundo. Quizá butler y WhatsApp son términos que no van mucho de la mano o quizá sí. Los modernos mayordomos, estimado P.G. Wodehouse, se siguen pareciendo en cierta medida a su inolvidable Jeeves, pero ahora también tienen algo de Jobs, Steve Jobs.

Cuando Stéphanie estaba esperándome en la puerta del hotel Le Grand Contrôle, el pasado 29 de septiembre, reconocí esa cara que me resultaba familiar gracias al video enviado a mi móvil. Esa es precisamente la idea de una bienvenida que nunca había visto antes en un hotel: un detalle personalizado y cálido hacia sus huéspedes que muestra ya la calidad de la hospitalidad que van a recibir.

Fachada principal de Le Grand Contrôle en Versalles. Renée Kemps

Mi joven butler lleva en su cuello un camafeo. Es parte del elegante uniforme azul. Y en uno de sus bolsillos, un iPhone. A sus espaldas, uno de los hoteles más esperados de los últimos tiempos, un alojamiento único en el mundo, tal vez pionero, realmente excepcional por lo que es capaz de ofrecer a sus huéspedes. Y lo que ofrece no es otra cosa que una inmersión sin precedentes en el universo del Grand Siècle francés nada menos que en uno de sus principales bastiones: Versalles. La expresión "experiencia inolvidable" tan usada ahora en todos los hoteles parece cobrar una nueva dimensión en Le Grand Contrôle, que abrió sus puertas el pasado 1 de junio.

Mito y realidad

Soñé con la idea de conocer este hotel y escribir su reseña desde que tuve conocimiento de la existencia del proyecto, hace ahora unos tres años. Versalles nos hace soñar. Cuatro siglos después de su construcción, el Château conserva una extraordinaria capacidad para la ensoñación. Versalles, mito y realidad de mil y una ventanas, de mil y una historias, de mil y una vidas capaces de sobrevivir a todo: guerras, asaltos, revoluciones, incendios, repúblicas, deterioros, endeudamientos, pandemias... ¿Pandemias?

Imagen de la Suite Necker, en la que EL ESPAÑOL | Porfolio ha pasado una noche. Renée Kemps

Ya en el interior de este coqueto palacete construido en 1681 por el arquitecto de cabecera de Luis XIV, Jules Hardouin-Mansart, me olvido de la Covid. Los huéspedes no llevamos mascarilla. En muchos establecimientos hoteleros y restaurantes parisinos, como he comprobado estos días, se solicita a la entrada el pasaporte Covid, lo que libera del uso de mascarillas. Al principio me sorprende. Claro que nada comparado con el resto de lo que ven mis ojos.

Parte del personal va vestido como lo hacía el servicio en el siglo XVIII, con levitas y chalecos brocados, pantalones hasta la rodilla y medias blancas. Van y vienen. Mullen almohadones. Llevan bandejas. Arreglan flores. Más que en un hotel, me siento como si me hubiera colado en una casa de época. En uno de los retratos del elegante salón en el que me encuentro. Observo los cuadros. Reconozco en uno a una joven María Antonieta. Parece que me mira. Yo miro a su largo y blanco cuello.

Empleados del hotel preparan uno de los salones. V. V.

El personal viste como en el siglo XVIII: chalecos brocados, levitas y pantalones a la rodilla.

¿Dónde estoy? Estoy en un hotel totalmente distinto de los que he conocido hasta ahora, una especie de hotel museo, galería de arte, capítulo de la historia, viaje en el tiempo, donde todo, sorprendentemente, resulta muy real. Hubert Savouré, el segundo de a bordo, acude a mi encuentro. Hombre de trato exquisito, afable, con experiencia en los mejores hoteles de París. Nuestra larga conversación despeja mis dudas. Todo está pensado para que sienta exactamente lo que estoy viviendo en estos momentos de cierto desconcierto.

Anticuarios y subastas

Durante cuatro años, un equipo de profesionales ha trabajado con historiadores y bibliotecarios del Palacio de Versalles. Se ha buceado en sus archivos para reproducir fielmente infinidad de elementos. Casas como Sevres o Pierre Frey han reproducido vajillas y telas exactas a las de Versalles. El staff ha recibido clases de historia y hasta un pequeño curso del lenguaje gestual del siglo XVIII. Se trata de una plantilla de 110 personas para un máximo de 30 huéspedes. Dudo que haya otro hotel en Europa con semejante ratio, pocos en todo el mundo.

Detalles de la habitación de la Orangerie. Renée Kemps

Se han comprado 900 piezas de mobiliario del siglo XVIII francés en anticuarios y subastas de toda Europa. Se ha trabajado con ebanistas, artesanos, orfebres, marqueteros. Se ha estudiado la música, la pintura, la moda, la gastronomía de ese periodo en el que Francia sentó las bases de su reputación de expertos en "el arte de vivir" que tantas divisas aún le reportan.

Reconozco el precioso Te deum de Charpentier mientras disfruto de la conversación y de un chocolate de Alain Ducasse, una de sus especialidades, y observo por la ventana los jardines de la Orangerie. Es la ensoñación.

El sueño francés

El sueño del Hotel Grand Contrôle comenzó concretamente en 2008, cuando el Ministerio de Defensa francés dejó libre un pequeño palacete junto a la Orangerie que utilizaba como club de oficiales. Construido inicialmente como residencia del Duque de Beauvillier, fue adquirido por Luis XV en 1723 para acoger la residencia y las oficinas del Controller-General de Finanzas, o ministro de Finanzas, del que toma el nombre.

Estricto sensu no está dentro del palacio, aunque sí depende del complejo. Un pasadizo conduce hasta el palacio y una verja de su jardín da acceso directo a la Orangerie y las famosas dos escaleras de los 100 peldaños (Cent-Marches) de Versalles.

El lujo francés del siglo XXI en viajes no es otro que mirar a su espléndido pasado y devolverlo a la vida

Una vez vacío, ¿qué hacer con el edificio? El Gobierno francés plantea por primera vez la posibilidad de explotar una dependencia de Versalles como pequeño hotel de lujo. Se convoca un concurso público al que se presenta más de 20 empresas hoteleras, incluidas las más reconocibles internacionalmente. Se plantea un arrendamiento por 40 años. El tándem formado por el poderoso empresario francés Stéphane Courbit, dueño de un holding que incluye la pequeña y lujosa cadena Airelles, y el chef Alain Ducasse, se hacen con la joya demostrando visión de futuro en lo que va a ser el lujo en tiempos venideros.

Detalle de la Suite Madame de Staël. Renée Kemps

Se crea una colaboración en la que todos ganan: las arcas del Estado no tienen dinero para renovar estos edificios cuya puesta al día corre a cargo de los arrendatarios, ya no son funcionales para albergar dependencias administrativas pero pueden ser realmente apreciados por un tipo de turista dispuesto a pagar una cantidad considerable por una experiencia inolvidable, de la que además el Estado obtendrá interesantes ingresos.

Voilá un buen ejemplo de colaboración público-privada. Voilá el lujo francés del siglo XXI en materia de viajes, que no es otro que mirar a su espléndido pasado, devolverlo con todo su esplendor a la vida y ofrecérselo en bandeja de plata a las nuevas elites globales deseosas de disfrutar de experiencias tan exclusivas sin preguntar el precio.

Los franceses saben que su mejor baza sigue siendo su pasado, que en la aldea global Versalles no es solo una parte de Patrimonio Mundial de la Unesco, ni una parte de la historia universal. Versalles es una marca en este planeta de logos. La grandeur es un filón y el universo del rey Sol está dispuesto a brillar con más fuerza que nunca.

El chef Alain Ducasse, responsable del restaurante de Le Grand Contrôle. ducasse-paris.com

El chef Ducasse

El primero en ver las grandes posibilidades como marca de Versalles fue precisamente el chef francés Alain Ducasse. Recuerdo haber cenado hace unos ocho años en su célebre restaurante del Hotel Plaza Athénée.

Lo que mas me llamó la atención de la cena es que la carta decía que las hortalizas y vegetales utilizados por el chef Ducasse se cultivaban en el Palacio de Versalles. Una suma importante donada al Palacio le daba derecho a semejante denominación de origen.

Aunque Ducasse acaba de terminar su larga y exitosa colaboración con el emblemático hotel de la cadena Dorchester (perteneciente al sultán de Brunei) refuerza sus lazos con Versalles, donde opera otro restaurante desde hace años.

Por su parte Courbit, entre las 100 mayores fortunas de Francia, es relativamente un recién llegado al mundo hotelero. Nuevo y selecto. Tan solo cinco hoteles en lugares como Saint-Tropez y Courchevel. Hace unos meses, el empresario se ha hecho con la célebre firma Ladurée, acreditada como la creadora de los famosos macarrons, otro símbolo del lujo francés con pedigrí.

El baño de la Suite Madame de Staël, con vistas a los jardines. Renée Kemps

Habitaciones con nombre

Una bandeja de plata con estas delicias dulces (todo queda en casa) y coloridas tan francesas y una botella de champagne me reciben en la suite 104. Nada menos que la Suite Necker, controlador y progenitor de mi admirada Madame de Steal, personaje que también da nombre a otra espléndida suite. Las habitaciones llevan los nombres de personas relacionadas directamente con la historia del edificio, y se ha huido de los manidos tópicos a lo María Antonieta, Madame Pompidou, etc.

Miro a mi alrededor. Lo encuentro todo elegante y sin ostentación. Parquet Versalles original, alfombras Aubusson, cuadros, libros, escritorios, una cama con dosel, paredes enteladas como motivos florales y de mariposas realizados siguiendo patrones de la época. Sensacional, a decir verdad.

Me impresiona particularmente el cuarto de baño. Una bañera con vistas. "¿Es éste el único lugar del mundo donde darse un baño contemplando el Palacio de Versalles o La Orangerie?", le pregunto a Stéphanie. "Sí, lo es". Compruebo que no hay televisión. Ningún elemento que rompa esta especie de encantamiento del viaje a la grandeur.

Hay un pequeño truco. De nuevo Jeeves y Jobs. En una caja, mi butler me enseña un iPad Pro especialmente configurado para ver todos los canales de televisión imaginables. Es el primer hotel del mundo que ofrece semejante dispositivo. Las chimeneas esconden un sistema que permite conectar pantallas grandes. Siempre hay alguien que quiere ver la Champions, supongo.

El spa recuerda al Salón de Mármol de Versalles. Renée Kemps

En el salón de la suite, hablamos de los planes para el día siguiente. Stéphanie, que hasta hace unos meses trabajaba en el exclusivo Cheval Blanc de Sant Barth, me ofrece la posibilidad de disfrutar de "El despertar de la reina", una de las atenciones que ofrece el hotel a sus huéspedes. Por lo que me explica, entrará en mi suite, descorrerá las cortinas, pondrá música suave, me traerá una bebida a la cama y me preparará la bañera.

La idea me recuerda un poco a los despertarse de las protagonistas de Lo que el viento se llevó o Vacaciones en Roma. Creo que no es para mí. Me seduce más la idea de ir al spa (pequeña concesión a la modernidad, así como la piscina climatizada, si bien, toda la sala está inspirada en la Sala de Mármol de Versalles) o mejor aún la propuesta de disfrutar de un pícnic en los jardines de Versalles. Alain Ducasse en la gran obra de Le Nôtre. Ce pas mal!

Sin la marabunta

Los jardines están abiertos para los huéspedes del hotel a cualquier hora del día o de la noche. Un buggie eléctrico está a su disposición para moverse por sus 800 hectáreas. Una barca también eléctrica para disfrutar del Gran Canal.

Si el hotel es extraordinario, sin duda lo mejor está fuera de él. Por la mañana, antes de que abra al público, se puede visitar Trianon, la aldea de la reina. A las 18:30, Versalles cierra las puertas al público, es la hora de ir preparándose para contemplar en casi exquisita soledad un lugar que visitaron en 2019, ocho millones de personas. Creo que la última vez que recorrí la Sala de los Espejos me acompañaba una especie de marabunta, no sé si llegué a ver más de un espejo al mismo tiempo de los más de 300 que la conforman.

Sin embargo, en una impresionante, grandiosa y vacía galería es el momento de hacerse un selfie. Parece tan cotizado como los autorretratos junto a un gorila en el Parque Nacionales de los Volcanes, en Ruanda. Tal vez un poco menos que en el interior de los juguetes galácticos de Branson y Bezos.

El restaurante Grand Cabinet en Versalles. Renée Kemps

Para celebrar esta experiencia tan au-dessus de la mêlée que me espera, decido bajar al bar y brindar por la grandeur. El barman me sugiere una bebida de la que no tenía noticia. Se trata de una ginebra creada en Canadá llamada Royal Blue, un nombre muy propio para el lugar. Presenta la peculiaridad de que tiene un azul natural que en contacto con un cítrico se vuelve de color rojizo, lo que me hace pensar en la evolución de los egregios habitantes de este Palacio.

Y pensando en sangres azules y guillotinas, emprendo la visita. Por el acento, deduzco que muchos de los huéspedes son estadounidenses, siempre fascinados por Europa. Aunque quizá no tanto como la familia Rockefeller, primer gran mecenazgo recibido por un edificio tan significativo, que ha conocido importantes momentos de deterioro y falta de recursos.

Desde que el hotel abrió sus puertas hace un par de meses, la nacionalidad de sus huéspedes ha ido cambiando conforme mejoraba la movilidad entre fronteras. Primero solo eran franceses, luego europeos, ahora se suman los norteamericanos. Intuyo que tal vez el año que viene, dos a lo sumo, estará lleno de asiáticos y tal vez sea tan difícil conseguir habitación como asistir al concierto de Año Nuevo de Viena.

La mayoría de los huéspedes son europeos y estadounidenses, pero en dos años a lo sumo, estará lleno de asiáticos.

De hecho, el restaurante (cena literalmente "espectacular" de la que es mejor no hacer spoiler pero que se inspira en los festines ya decadentes de los soberanos que habitaron el palacio mas emblemático de Europa) ya tiene dos meses de lista de espera para los no huéspedes y ya hay unas cuantas reservas para alojarse en el hotel en fin de año y entrar en 2022 no exactamente a lo grande, que también, sino con toda la grandeur.

Intuyo que en unos años, tal vez haya más antiguas dependencias palaciegas en Versalles convertidas en lujosos hoteles con accesos exclusivos. Y quizá tal vez la moda se extienda a otros países.

En el siglo XVIII, cuando Europa hablaba francés, era Versalles quien dictaba modas y modos, creaba tendencias, imponía estilos. Me pregunto si de nuevo, este "nombre de renombre oxidado y dulce", como decía Proust, marca tendencia y quizá, tal vez, veamos algo similar en El Escorial, Aranjuez o La Alhambra. Seguramente no nos vendría nada mal.

Los jardines de Versalles. E. E.

Para saber más...

Habitaciones. El Hotel Airelles Château de Versailles, Le Grand Contrôle, dispone de 14 habitaciones repartidas en dos edificios contiguos de diferente estilo.

Precio. Hay suites desde 1.700 euros la noche. El precio incluye el desayuno, afternoon tea, acceso al spa y entrada libre a cualquier hora a los jardines de Versalles, así como el uso de los coches eléctricos del hotel y la barca en el Gran Canal.

Visita privada. Se pueden realizar dos visitas guiadas de hora y media al interior de las dependencias cuando ya estén cerradas al público. Por la mañana, al Petit y Grand Trianon y a la Aldea de María Antonieta, y por la tarde al palacio.

Restaurante. El restaurante Ducasse au Château de Versailles está abierto a clientes no alojados, pero los huéspedes tienen prioridad. Los domingos se sirve el brunch también en la terraza junto a los jardines de La Orangerie. El precio medio es de 140 euros.