25 junio, 2023 02:24

Los nietos de Isabel le dicen a su abuela que tiene un pueblo en la cabeza y que ella vive en ese pueblo. Se lo dicen a ratos, cuando la pierden, cuando la sienten viajando sin moverse en el sitio. Los niños se refieren a un pueblo moral, simbólico, literario, estético, sentimental, a un ejército de hombres y mujeres que habitan a esa escritora fascinante, a esa mente inescrutable que es la Allende, cuando se le escapan los ojos vivos y sabios por la habitación como raspándole algo a la vida, cuando se enreda en una musaraña, cuando se siente poseída por otras voces. 

“Estoy sumergida, sumergida. Estoy como en otra vida. Vivo las vidas de mis personajes, no me los puedo sacar de la cabeza, los tengo todo el tiempo conmigo, voy manejando el auto, o preparo la comida, o saco a los perros a pasear y tengo a toda esa gente adentro de la cabeza”, me cuenta, tan bella, con los iris clarísimos, como una santa o una médium. “No me abandonan hasta que se termina el libro. Ese es mi paraíso”. 

Tres matrimonios, dos divorcios, un gran amor cálido y vigente, el de la vejez, el del mejor compañero de su vida. Las pérdidas enganchadas al cuello: la de la madre, la del padre, la de su hija, la Paulita, que se fue tan pronto pero se quedó tanto, también. Todas las mañanas la saluda en su foto vestida de novia, todas las noches le lanza un beso antes de dormir. Allende sabe que los espíritus son un ejercicio de amor y de memoria. Allende afina el oído interior, el ojo clandestino y misterioso, el olfato que une lo viejo y lo nuevo, el sueño y la historia. Es dulce y clara. 

Lleva una vida sencilla. Será rica la mujer, que por algo es la escritora viva más leída y traducida en español, pero habita una casa diminuta, de una sola habitación, con su marido, y si él se pone enfermo de Covid, como ahora, ella duerme en la oficina y se la pasa observando a las parejas en el restorán. Suele levantarse a las cinco y media de la mañana, medita, da las gracias, abre las ventanas, ve a los patos en la laguna, escucha a los pelícanos. Sonríe. Todo está bien. Abraza al perro, besa al marido, hace pilates, se va a la oficina a escribir todo el día, hasta las cinco. Vuelve al hogar: cocina con su amor, ven una película. Es feliz, feliz, feliz. Lo tiene todo. Todo lo suficiente. 

Ahora presenta su último libro, El viento conoce mi nombre (Plaza&Janés), una historia comprometida y conmovedora historia sobre inmigración, violencia, solidaridad y amor. 

P.- Empecemos por el título, El viento conoce mi nombre. He leído que lo pusiste porque a los niños que vienen de la frontera les ponen un número, algo que tiene bastantes resonancias con el nazismo en el pasado. ¿Cuáles son las rémoras nazis que encuentras en el mundo del presente? ¿Te asusta el auge de la extrema derecha? En EEUU, en Europa… 

R.- Y en Chile (sonríe, amargamente). Mira, en todas partes siempre hay un porcentaje de la población que añora el autoritarismo y que fácilmente cae en el fascismo. Siempre existe ese potencial, y si se dan las circunstancias… bueno, asumen el poder, y después es muy difícil sacárselos de encima. En general, las democracias europeas y EEUU tienen instituciones fuertes que resisten esos movimientos, pero el peligro existe, sólo hay que ver Estados Unidos… el país está muy polarizado y armado hasta los dientes. En cualquier momento puede haber una situación grave. 

Isabel Allende.

Isabel Allende.

P.- ¿Una escritora vive atravesada por la política de su tiempo o una escritora, por definición, es antisistema? 

R.- No sé si soy siempre una antisistema, pero sin duda es mucho más fácil estar en la oposición que estar en el Gobierno, porque es mucho más fácil criticar que hacer. A mí lo que me interesa de la política es el problema social, la realidad de la gente. Tengo una fundación que trabaja con los más pobres de los pobres, los más vulnerables, como los refugiados de la frontera. Acabo de hablar con Lydia Cacho, una mujer extraordinaria que está viviendo en el exilio, a la que arrestaron en México, a la que torturaron… su historia, su vida es lo interesante, tanto desde el punto de vista de la literatura como desde el punto de vista humano. 

P.- Teniendo esa mirada social tuya atenta, ¿sientes que los ricos se han insonorizado del dolor del mundo? ¿Has temido que te pasara a ti? 

R.- Es muy fácil aislarse. En una parte del libro escribo que lo más grave es el pecado de la indiferencia, y que tarde o temprano se paga por ese pecado. La verdad es que vivimos en un mundo muy informado, conectado, bombardeado de información y de malas noticias. Entonces uno se desprende: es como que ya no te alcanza la cabeza ni el corazón para manejar toda esa realidad. Mi trabajo como escritora es fijarme en un caso en particular, porque yo no puedo pensar en abstractos. Si me dicen que hay 80 millones de refugiados en el mundo y que la mayoría son mujeres y niños, me cuesta imaginarlo, pero mi fundación trabaja directamente con ellos y conozco cus casos, sus nombres, sus caras, sus historias. 

"Soy una mujer de izquierdas. Siempre voy a votar por quien enfrente a la extrema derecha"

P.- ¿Te consideras una mujer de izquierdas? 

R.- Sí. Lo soy. No pertenezco a ningún partido político, pero si tengo que votar, voto por el partido demócrata. Siempre voy a votar por un candidato que se enfrente a la extrema derecha, por supuesto. 

P.- En el libro hay un personaje interesante, que es Selena Durán, una joven trabajadora social. Creo que te preocupa que sean las mujeres las que se encarguen siempre de los cuidados, y, además, de este tipo de oficios. Tú eres una pionera: ya decías que eras feminista cuando nadie lo decía. ¿Cómo valoras el cambio en estas últimas décadas? 

R.- En los 80 años que tengo he visto cómo ha cambiado mucho la situación de la mujer. Mi generación ha sido la generación puente entre mi madre y mi hija, y a nosotras nos tocó la parte más dura, que era la de ajustarse a esos cambios. El cambio más fundamental para la liberación de la mujer fue la píldora: así las mujeres pudieron tener control sobre su fertilidad y salir a trabajar.

Eso lo revolvió todo. La curva es positiva, es ascendente, pero no es una línea recta, viene y va como un zig zag, porque a cada rato el culatazo de retroceso lo vamos viendo, como en este momento. Pero siempre hay una generación joven que empuja por los derechos de la mujer y el patriarcado reacciona. Mira el Me Too: fue un gran salto hacia adelante y el patriarcado reaccionó inmediatamente. 

"Es legítimo denunciar a los artistas acosadores, pero no puedes eliminar su obra: Wagner era un desalmado, pero, ¿cómo borrar todo lo que compuso?"

Hay países con situaciones realmente dramáticas, como Afganistán, donde durante 20 años las mujeres pudieron ser médicos, abogados, arquitectos, ingenieros, y llega el talibán y en 24 horas ni siquiera tienen derecho a ir a la escuela. Los países más atrasados y pobres son aquellos en los que las mujeres están más sometidas. En el mundo talibán el 97% de la población vive en la pobreza, si no en la extrema pobreza. 

Isabel Allende.

Isabel Allende.

P.- Tú has apuntado en alguna ocasión que había que separar al artista de la obra, como en el caso de Neruda con su histórica violación. Pero, ¿qué tenemos que hacer las feministas con esos hombres acusados que aún están vivos? Pienso, por ejemplo, en Plácido Domingo. 

R.- Yo creo que es legítimo denunciar a la persona, pero no puedes eliminar su obra. ¡Wagner era un desalmado, pero no puedes eliminar todo lo que compuso…! Científicos, políticos, inventores. ¿Cuántos de ellos eran tipos desastrosos? No los quisiera tener cerca. Pero no puedes eliminar lo que inventaron, o lo que hicieron, o lo que crearon. Esa es mi posición. 

P.- ¿Cómo ha sido tu experiencia como escritora y como mujer frente al machismo? ¿Qué obstáculos has encontrado en tu vida profesional y personal? 

R.- Bueno: las oportunidades siempre fueron mucho mayores para los hombres que me rodeaban. Siempre trabajé más que cualquiera y creo que soy más inteligente que cualquiera. Sin embargo, los ascensos eran para ellos. Cuando empecé a escribir fui durante atacada, sobre todo en Chile, porque mis libros se vendían mucho. ¡Ah… es imperdonable para una mujer tener éxito!

“Soy más inteligente que cualquier hombre, pero los ascensos y las oportunidades siempre han sido para ellos”

Pero en Chile cualquiera que tenga éxito sufre de lo que llamamos el “chaqueteo”, y es que te tiran para abajo. En el caso de una mujer es mucho peor. En el boom de la literatura latinoamericana había un montón de hombres pero ni una sola voz femenina. Y no es porque las mujeres no estuvieran escribiendo, porque venían escribiendo desde Sor Juana Inés de la Cruz, pero sus voces estaban silenciadas, y poco publicadas, y mal distribuidas, y no nos las enseñaban en las escuelas. 

Entonces no había modelos que una pudiera emular y tampoco había un campo donde desarrollarse, porque ni siquiera había crítica. La Casa de los Espíritus, en ese sentido, fue un libro muy afortunado porque se publicó en Europa, no en América latina, y en Europa lo compraron en todos los idiomas y tuvo un éxito instantáneo que me pavimentó el camino a mí en mi vida y en mi escritura, pero también creo que le abrió el camino a otras mujeres. Ahora las cosas han cambiado mucho, pero a mí sólo me empezaron a respetar en Chile en 2014, cuando me dieron el Premio Nacional de Literatura. 

Allende.

Allende.

P.- ¿Crees que los hombres de éxito te han tenido envidia por tus ventas? ¿Cómo te llevas, por ejemplo, con Vargas Llosa? Lo digo porque lo tenemos vivo. 

R.- Ah sí, pero a él le tengo un gran respeto. Me he encontrado con él varias veces y me parece un escritor absolutamente formidable. Los escritores que más me atacaron no fueron esos, sino los chilenos. 

P.- ¿Me cuentas el secreto de la Coca-cola? Todo escritor busca lectores, pero, ¿quién puede conseguir tantísimos como tú, la más leída a nivel mundial? ¿Cuál es tu puente con ellos? 

R.- No tengo la menor idea. Nadie lo sabe. Ningún editor, ningún agente, ningún escritor te puede decir qué va a tener éxito y qué no. Depende de las circunstancias del momento en el que se publica, depende del tema… yo, en general, escribo sobre relaciones humanas. Escribo sobre emociones. Eso es universal, por eso mis libros se traducen a 42 idiomas y funcionan en cualquier idioma.

No es una cuestión de estilo, sino de algo que nos conecta a todos. Todos sentimos miedo. Todos nos enfrentamos a la muerte, al dolor y al amor de la misma manera. Eso funciona en Finlandia y en Marruecos igual. ¿Y por qué mis libros han tenido éxito? Yo creo que porque tengo lectoras muy fieles que leen todo lo que escribo, y además son lectoras que de alguna manera se van renovando. Me enfrento a un público joven que podrían ser bien hijas o nietas mías. 

P.- ¿Qué has aprendido del amor romántico, del amor de pareja, que no supieras con 18 años? ¿Me das algún consejito a mí? 

R.- (Ríe). No puedo darte consejos porque cada caso es diferente, pero te hablo de lo que a mí me ha funcionado… bueno, primero: soy muy romántica, me enamoro y me enamoro de verdad. He tenido tres matrimonios y dos divorcios. Sigo en mi última relación. En cada etapa de mi vida tuve un compañero para ese momento justo, ¿sabes? Con mi primer marido tuve hijos, formé una familia, formé un hogar. Empecé con él la vida y siempre con la ilusión de que iba a ser para siempre, pero luego nos pilló el exilio y se fue todo al diablo. 

La segunda etapa, de la madurez, fue con un gran compañero de vida en EEUU y resultó muy bien. Estuvimos juntos 28 años. Después nos divorciamos. Y ahora estoy en una relación diferente a esas dos, la relación de la vejez. Ahora lo que yo pido es amabilidad y buenas maneras, cortesía, y te puedes imaginar lo importante que es eso a mi edad, porque ya no tengo la pasión sexual de los 20 años. Ya no estoy formando una familia ni pensando en mi carrera, ni tengo ambiciones de ninguna clase. Ahora quiero un compañero con el que compartir lo que me queda de vida, y tengo una sensación de urgencia… porque no tengo tiempo que perder. Cada día cuenta. ¡Ojalá eso lo hubiera sido antes! Seguramente me habría divorciado de mi segundo marido mucho antes. 

"He tenido tres matrimonios y dos divorcios: a mi relación actual, la de la vejez, le pido cortesía y amabilidad"

P.- ¿Y de los hombres, qué has aprendido? ¿Cómo llegar a entenderles? ¿Crees que es cierto que nosotras somos más sentimentales? 

R.- Estás generalizando mucho, Lorena, porque es importante la cuestión generacional: no es lo mismo un hombre de mi edad que uno de la edad de mi nieto, o de mi hijo… también hay una cuestión cultural. Un americano es muy distinto a un español. Pero hay ciertos factores que se repiten… 

P.- A eso me refería, al menos al minimo común múltiplo que hallemos entre todos. 

R.- (Ríe). A ver, pues no se puede aplicar absolutamente a todo el mundo, porque hay excepciones, pero en general los hombres son mucho más promiscuos y sexuales que nosotras, las mujeres somos más románticas. Esto en el fondo es un cliché, pero tiene una lógica y una base de verdad. Por ejemplo, en la comunidad gay masculina hay mucha promiscuidad, pero las lesbianas son amigas, se acuestan de vez en cuando, y son relaciones que duran mucho, muy fieles, porque nosotras tenemos menos necesidad de cambiar de pareja. Tal vez sí cuando somos muy jóvenes… 

P.- ¿Por qué nunca se habla del sexo en la edad madura? ¿Sientes que es un tabú? ¿Cómo lo vives tú? 

R.- Bueno, depende. No es, por supuesto, como lo era a los 40 años, porque las hormonas no son las mismas, ni las condiciones las mismas, ni el compañero tampoco tiene el mismo impulso sexual que el que tenía hace 20 o 30 años, ¿no? Pero se puede tener una vida sexual muy satisfactoria a mi edad si uno aprende a conocerse, no hace falta colgar de un trapecio ni hacer experimentos, no hay necesidad de eso. 

Allende.

Allende.

P.- Pensaba en un poema de Luis Rosales que decía: “Para toda la vida no basta un solo amor, / tal vez el nuestro sea para toda la muerte”. ¿Cuántas veces se puede enamorar uno en la vida? 

R.- Depende de cuánto vivas. Fíjate que yo he vivido 80 y tengo tan buena salud que posiblemente voy a vivir un tiempo más. ¿Cuántos compañeros necesita una en la vida? Depende de cómo te vaya, si te resulta bien con el que tienes, ¿para qué lo vas a cambiar? El otro día, fíjate… mi marido y yo tenemos una casa muy pequeña con una sola habitación y una sola cama, y él estaba en casa con Covid y con los perros, y yo estaba durmiendo en la oficina.

No podía ir a la casa y tenía que comer donde fuese. Entonces me fui a sentar en un restorán, frente a la ventana, y vi pasar por lo menos a siete parejas de gente con el pelo blanco, gente anciana, de la mano agarrados y así, y pensé “qué lindo que a esta edad todavía hay amor, hay intimidad, hay romance”. O sea, que yo no soy ninguna excepción. 

P.- ¿Y tú no piensas en la muerte? 

R.- Pienso todo el tiempo en la muerte, pero no le tengo ningún miedo. 

P.- ¿Cómo se consigue eso…? 

R.- ¿Cómo le voy a tener miedo? Me voy a morir de todas maneras. O sea, es algo que me va a pasar de todos modos. Y además, me va a pasar pronto, entonces no puedo vivir con miedo. Vi morir a mi hija, mi morir a mis padres. Los tres murieron en mis brazos. Y sé que la muerte no tiene nada de terrorífico. Es como nacer. Es una etapa, un momento, un umbral. Así que no le tengo miedo, pero le tengo miedo a la demencia. 

"No hay ningún Dios, la religión me da terror, es pensamiento mágico y es la esencia del patriarcado, poder por poder con impunidad"

P.- ¿Cómo se llega a ese estado de sabiduría tan profunda que nos hace tanta falta a todos? Yo siento que estamos todos muertos de miedo. 

P.- ¿De qué tienes miedo, Lorena? Primero, eres muy joven, así que no tienes que pensar en eso, y después, a medida que vas madurando, la vida te prepara. Primero que nada, para las pérdidas. Empieza a morirse gente a tu alrededor. Se te mueren los perros, los padres, los amigos, y te vas familiarizando con las pérdidas, con la enfermedad, con la edad, con la dependencia, con la muerte. Fíjate, mi mamá tenía 98 años cuando murió, y murió muy rápido, y en los últimos días de agonía, totalmente lúcida, viviendo su muerte a fondo, me preguntó “¿me estoy muriendo?”. Y le dije “sí, mamá, ¿tienes miedo?”. Y me dijo: “No, estoy contenta y tengo curiosidad”. Eso se me quedó grabado. Creo que estaba contenta porque estaba en paz con su vida y contenta por el hecho de morir sin dolor en su cama, con su hija, con sus tres hijos… 

P.- Creo que tienes algunas supersticiones, como no hablar de un libro hasta que lo tienes totalmente acabado. ¿Cómo te llevas con los espíritus? ¿Qué relación tienes con dios? 

R.- Para mí, los espíritus son un ejercicio de memoria y de amor. Me siento rodeada de la gente a quien recuerdo, a la que amo. Mi mamá. La Paulita, que está aquí. Mi padrastro, mis amigos. Mis perros. Todos me acompañan igual, yo vivo igual que si estuviera aquí mi hija, la siento muy presente. Me levanto en la mañana y me voy a poner mi maquillaje y a lavarme la cara, y veo fotos de mi mamá y de Paula, las dos vestidas de novia, y lo primero que hago es saludarlas. Lo último que hago en el día es despedirme de ellas. No es que yo vea fantasmas, sino que hago un esfuerzo de memoria, de recordar vivamente eso, porque no quiero sentirme sola y no quiero que se me pierdan. 

Mis supersticiones son prácticas. Por ejemplo, empiezo todos mis libros el 8 de enero, llevo haciéndolo 40 años. ¿Por qué? Por disciplina. Es muy fácil ir postergando el momento de comprometerte con una novela, así que si tengo un día para empezar, pues empiezo. He preparado el calendario. Es como un día de dar a luz algo. Uno se prepara. Además, yo no hablo de lo que estoy haciendo con nadie, porque lo tengo adentro, y si lo hablo, se diluye. Empiezo a conversar y no escribo. No quiero oír nada hasta que mi libro esté terminado, porque si no, ya no es mi libro. Tengo que concentrarme en la escritura. 

P.- ¿Hay algún dios, Isabel? 

R.- No. La religión me da terror. En nombre de la religión se cometen brutalidades históricamente, y es pensamiento mágico completamente, porque no hay ninguna prueba de que nada sea verdad. Es la esencia del patriarcado, el poder por el poder con impunidad. 

P.- ¿Qué sabes de la felicidad? 

R.- Para mí depende de la gente que quiero. Mi hijo, mi marido. Sí, pero yo necesito silencio. Para mí la felicidad es soledad y silencio. Acabo de llegar de Nueva York… yo no sé cómo la gente puede vivir allí. El ruido es permanente, te explota la cabeza de ruido. Gente, actividad, autos, ambulancias, policía. Nunca para el ruido. Lo que más me gusta de mi casa es que estamos al lado de una laguna. No se oye nada más que los patos y los pelícanos. 

P.- Eso es ser rica, ¿no? 

R.- Sí. 

P.- ¿Se puede hacer una rica escribiendo libros? 

R.- En mi caso, sí. 

"¿Se puede hacer uno rico escribiendo libros? En mi caso, sí"

P.- Justo en el mundo de las pantallas, justo en el mundo donde se acusa a las nuevas generaciones de no leer… parece como un viejo sueño, ¿no? 

R.- Yo es que eso no lo entiendo, porque se publican más libros que nunca y se vende más ficción que nunca. Llevo por lo menos 30 años escuchando que la novela está muerta. Pues yo sigo escribiéndola, y todo el mundo la escribe, y se vende de puerta a puerta. 

P.- ¿Cuáles han sido los libros de tu vida, los libros que te han conformado? No los escritos, sino los leídos. 

R.- Hay libros que me han ayudado mucho en diferentes aspectos. Por ejemplo, La mujer eunuco, de Germaine Greer, me dio un lenguaje para expresar la rabia que sentía dentro contra el machismo. O el libro de Galeano, Las venas abiertas de América Latina, me inició en explorar mi parte más política. Los escritores del boom… yo diría que por lo menos, cuatro o cinco de ellos.

Yo soy de la primera generación que creció leyendo a los escritores del boom, porque eran mayores que yo y publicaban en sus países de origen y no se distribuían por todos lados. De una manera, qué sé yo, en la que Octavio Paz estaba escribiendo en México y en Chile no se conseguían sus libros hasta que se empezaron a publicar en España. El boom de la literatura latinoamericana fue realmente creado en España, fue a partir de esa distribución y exportación. Yo me crié leyéndolos, eso debe haberme influenciado. Pero yo no era escritora en ese tiempo, para nada. 

P.- ¿Qué día dijiste “soy escritora”? 

R.- ¡Llevaba como cuatro libros escritos y todavía pensaba que no era…! Pensaba que era como un milagro que hubiera podido escribir sólo un libro, pensaba que no se iba a repetir. Cuando tenía que llenar un formulario, nunca ponía “escritora”, ponía “periodista”, porque me daba como vergüenza decir “escritora”. Al cuarto libro empecé a llamarme escritora… tímidamente.