Primera función del último título de una de las temporadas más complicadas y difíciles que ha tenido que afrontar el Teatro Real. Qué lejos queda aquel 16 de septiembre cuando arrancó con Un Ballo In Masquera, con Sondra Radvanovsky de mágica vinculación entre aquel origen y este final.

Qué 11 meses tan complejos, tan inciertos, tan interminables... Cuántos miles de PCR, controles, medidas de seguridad, esfuerzos inhumanos y mucho sacrificio y esfuerzo para mantener el Teatro Real abierto y vivo. Pero al final, qué gran temporada, qué cierre tan épico con esta grandísima Tosca, un título endiablado tan difícil de hacer, tan conocido y tan escuchado.

Pero la dificultad parece que enciende el talento en el Teatro Real y esta Tosca supone un hito, otro más en la historia de Madrid y del Teatro. De nuevo se ha producido un bis histórico: Sondra Radvanovsky, en el segundo acto y ante los aplausos y bravos de un público exaltado, miró a Luisotti, el director de orquesta, y bastó una mirada para recuperar la posición de arranque y bisar el Vissi d’arte ante el atónito público que no daba crédito a la noche que estaba viviendo.

Sondra Radvanovsky (Floria Tosca) y Carlos Álvarez (Barón Scarpia), en el ensayo de Tosca en el Teatro Real. Efe

De esta manera, la norteamericana entra en el olimpo de los cantantes que han hecho historia en los bises en el Teatro Real, que no son muchos: Leo Nucci en Rigoletto, Camarena en La Fille du Regiment y Lisette Oropesa por partida doble, en el sexteto de la Lucía di Lammermoor y el año pasado, en Traviata.

Pero era la primera vez que se bisaba en el estreno y todo apunta a que Radvanovsky quizá se animará en las seis funciones que le quedan... Y quién sabe si el resto de sopranos se animarán y la seguirán.

No se ha prodigado mucho la soprano norteamericana en Madrid. La hemos visto en Tosca en 2011 y en 2020 en el Ballo in Masquera que inauguró esta temporada que ahora ya terminamos. Pero poco más. No ha sido así en el coliseo barcelonés, donde son muchos los aficionados que ya la conocen de sus frecuentes roles en el Liceu, donde recientemente ha triunfado con un programa durísimo, complejo y peculiar. Las tres grandes escenas finales de la Trilogía Tudor de Donizetti: Ana Bolena, Maria Stuardo y Roberto Devereux.

¡Fue impresionante! Pero no tiene nada que envidiar a lo vivido hace unas horas y por fin la podemos disfrutar en el Teatro Real de nuevo y reconocer su grandísimo talento, su voz inmensa, su apabullante sonoridad, su grandeza, sus enormes agudos y esa técnica prodigiosa para reducir la voz a un hilo y ensancharla de nuevo para volver a llenar la sala con una seguridad pasmosa.

Un excelente control del sonido, del fiato, de la respiración, una inteligentísima actuación que a veces roza el verismo y una vis escénica tremenda. Realmente es una delicia escucharla, es un privilegio verla moverse en escena, cantar con una rabia y una robustez tan firme y después, como hechizada, entrar en el Vissi D’arte con una dulzura y una sensibilidad exquisita, a pesar de tener que enfrentarse a esta dificilísima situación tirada en el suelo en todo momento.

No importa, la impecable técnica, un diafragma domado y una intención teatral fruto de una larguísima experiencia, provocan el milagro y el instante mágico. El público agradeció sobremanera la interpretación y llegó el bis. Sin duda es, junto al maestro Luisotti, lo mejor de la noche.

Tenía muchas ganas de ver a Calleja, tenor al que uno le tiene mucho cariño. Voz grande, carnal, generosa y colorida, un lírico que ha ampliado el cuerpo -de qué manera- y por ende prometía una de sus noches habituales con ese gusto en el canto, la melosidad en la voz y unos amplios y potentes agudos.

Había muchas expectativas. Pero anoche no fue su noche. No pudo ser. Arrancó frío y destemplado y ya en el Recondita Armonía pinchó con un feo y desabrido final en la romanza, algo inusual en este cantante al que hemos visto tan magnífico en tantas ocasiones. No encontraba su sitio. 

En algunas frases resucitaba, aparecía el color mediterráneo, la amplitud de la voz, la proyección y la gallardía, pero de repente volvían las sombras y en los pasajes claves, como Victoria Victoria del segundo acto, regresaba el Calleja incómodo y perdido. En su aria final tampoco encontró acomodo y su E lucevan le stelle tuvo intención, algunas notas preciosas, arranque gallardo pero que no terminó de lucir. Lástima.

Ha costado olvidarse de Mama Agata al ver a Carlos Álvarez vestido de Scarpia. Aún está muy fresco ese recuerdo ya imborrable de Álvarez en la deliciosa producción de Perry para Viva La Mamma!. Y si su entrada fue apoteósica -uno de los escasos aciertos de la producción de Azorín- el personaje carecía de vis escénica -su Scarpia no terminaba de ser ese ser diabólico, ese personaje odioso que le recordábamos de otras Toscas.

Carlos Álvarez (Barón Scarpia) en el ensayo de 'Tosca' en el Teatro Real. Efe

Supongo que así lo quería el regista. Pero Álvarez lo suplía con una interpretación inteligente y con la experiencia de haberlo cantado en numerosas ocasiones. Es un rol que conoce bien, que asume como propio y lo canta con gusto, con una voz encajada y sobre todo con un agudo manejo de las intenciones, lo que se aprecia especialmente en el alto nivel de su escena principal con Tosca en el segundo acto.

Excelentes Gerardo Bullón como Angelotti y especialmente Valeriano Lanchas como Sacristán, una delicia verles y escucharles. Especialmente al colombiano, que interpreta con maestría al ladino y zascandil sacerdote.

Pero si algo sobresale junto a la gran Radvanovsky es el trabajo portentoso de Luisotti al frente de una Orquesta del Teatro Real en estado de gracia. Nada más arrancar con esos primeros tres acordes potentísimos, duros y correosos de los metales anunciando el tema de Scarpia, ya se pudo apreciar que el maestro toscano iba a sacar petróleo de la partitura de Puccini, un compositor al que está especialmente bien acoplado, quizá por su vinculación geográfica (Luisotti nació en Viareggio, donde vivió Puccini y ambos son paisanos originarios de Lucca) y por su cercanía espiritual y emocional a las partituras del compositor.

El trabajo de Luisotti en esta Tosca es abrumador: sabe acompañar a cada cantante con una dulzura increíble, los mima y casi pareciera que los acuna, pero tiene una enorme inteligencia teatral y sabe explotar los momentos más grandiosos de la partitura: desde la potente entrada, una declaración de intenciones acerca de la personalidad de Scarpia, a la aparición del propio personaje en escena o el Te Deum.

Luisotti se acomoda, se pega a la intención teatral y balancea con una enorme maestría los momentos más líricos y los más dramáticos. Mira que hemos oído noches magníficas a la Orquesta del Teatro Real pero en las manos de Luisotti, director musical asociado, siempre suena a otro nivel. Y en esta Tosca realmente hace una labor prodigiosa.

Lo mejor que se puede decir de la producción que Paco Azorín ha creado para el Gran Teatro del Liceu de Barcelona y el Teatro de la Maestranza de Sevilla es que en líneas generales no molesta, no sorprende, no entusiasma pero tampoco incomoda. Uno se pregunta si el regista tiene algún trauma no resuelto con el mobiliario que le lleva a tirar a los personajes por el suelo en el segundo acto ante la ausencia casi total de un sofá, una cama o un elemento que permita no acabar rodando por el escenario a Tosca y Scarpia, o a esconder a Tosca en el tercero o a Angelotti en el primero.

Pero en líneas generales la producción cumple razonablemente bien su labor. Algunos momentos especialmente felices, como la intención del Sacristán, la irrupción de Scarpia o el final del Te Deum, se mezclan con otros más zafios y poco resueltos, sobre todo buena parte del segundo acto y el final de Cavaradossi.

La revolución, encarnada en una mujer desnuda que sin saber muy bien por qué se pasea por el escenario durante toda la representación, es un elemento romántico que en manos de Azorín tiene más de guiño epatante que de lo que realmente son las revoluciones, trágicas, inhumanas, crueles y sádicas.

Ciertamente "il tirano muore e il suo potere finisce, el rivoluzionario muore ma la rivoluzione continua" es una frase molona pero no siempre se cumple. Y uno no participa de la alegre exaltación de la revolución, básicamente porque sólo basta con leer un poco de lo que ha sido cualquiera de ellas para descubrir que el coste salvaje, brutal y sanguinario de cualquier revolución únicamente sirve, como tan brillamentemente puso Lampedusa en boca de Tancredi Falconeri en Il Gatopardo: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi” ("Si queremos que todo siga como está, todo debe cambiar").

Ficha

Tosca

G. Puccini

4 de julio de 2021, Teatro Real

Director musical: Nicola Luisotti

Director del Coro: Andrés Máspero

Director de escena: Paco Azorín

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

Coproducción del Gran Teatro del Liceu (Barcelona) y el Teatro de la Maestranza (Sevilla)

Reparto

Floria Tosca| Sondra Radvanovsky

Mario Cavaradossi | Joseph Calleja

Scarpia | Carlos Álvarez

Angelotti | Gerardo Bullón

Sacristan | Valeriano Lanchas

Tosca está patrocinada por la Fundación BBVA.