Cada 12 de octubre se alzan voces lastimeras que tratan de tirar por tierra, cada vez más literalmente, cualquier aportación que tenga que ver con el Imperio español. López Obrador es uno de esos personajes recurrentes que se aprovechan de nuestros inveterados complejos para hacer leña del árbol hispano, como si sus raíces no le tocaran también a él.

Y sin embargo, cuando hoy nos sentimos impotentes ante algo que supera nuestras fuerzas, tal vez sea tiempo de volver la cabeza hacia atrás y buscar inspiración y modelo en aquellos de nuestros antepasados que se enfrentaron a dificultades no menores con muchos menos medios. Quienes altaneros nos piden que nos disculpemos por sus hazañas, harían bien en estudiarlas con más detenimiento pues pudieran sacar provecho e incluso reconocerse en ellas, pues nuestros héroes, lo aprecien o no, también son suyos.

Uno de estos casos es Hernán Cortés, ejemplo de valor, aguante y coraje (eso que hoy pomposamente se llama “resiliencia”), emprendimiento, estrategia, diplomacia, capacidad de reinventarse y sacar partido a recursos escasos, y sí, también llegado el caso, de fuerza. Hoy despreciado por quienes se consideran, aunque sean de tez blanca, herederos (sólo) de los aztecas, y por tanto centralistas que desprecian al resto de tribus que se aliaron con el español. Tanto amaba a México que Madariaga lo consideró al mismo tiempo “el primer patriota mejicano y el español más grande y capaz de su siglo”. Y, sin embargo, pudiendo ser referente compartido, unos y otros lo ocultan cuando no lo desprecian.

¿Qué habría pasado si no hubiera sido español? ¡Qué loas se habrían escrito de sus hazañas, de su genio militar, de su lucha contra el poder y las intrigas de la Corte, de su ánimo reformador, de su liderazgo, de su vida trágica! Su epopeya, tanto desde el punto de vista militar como por su magnitud y significación histórica, no es menor a la conquista de las Galias por César o a las gestas de Alejandro Magno. De hecho, a los dos tomó como ejemplo. Pero fue español, extremeño y por ello tiene que arrastrar tras de sí la injusta leyenda negra que nos persigue.

No necesitó ser hijo de un rey macedonio, ni tener a Aristóteles como tutor particular. De familia de hidalgos pobres, era sin embargo persona culta. Había estudiado en la Universidad de Salamanca, entonces una de las mejores de Europa, alcanzando un excelente conocimiento del latín y de técnica jurídica.

Con 400 hombres y 13 armas de fuego venció a 100.000 aztecas, logrando la mayor gesta militar de la historia

Fue sin duda un gran resiliente, como muestra su actuación en la Batalla de Otumbra. Después de la Noche Triste, en la que murieron 600 españoles y 900 indios tlaxcaltecas (aliados de los españoles), con 400 hombres cansados tras miles de kilómetros a pie, no más de 20 caballos, 13 armas de fuego tan primitivas como el arcabuz (algunos mojados y de difícil uso), mosquete y mosquete de borda…, Hernán Cortés venció a los casi 100.000 aztecas que le hacían frente, logrando tal vez la mayor gesta militar de la historia.

Pero en Cortés, lo valiente no quita al estadista o al emprendedor pues sus virtudes no se reducían al terreno militar. En la estela del Alejandro, fundó ciudades, construyó cuatro hospitales para combatir tanto las epidemias europeas como las locales, y levantó el primer puerto de la zona en Acapulco, que sirvió para fabricar los barcos que permitieron explorar el mar del sur, viajar a Perú y Filipinas, o que el propio Cortés llegara a California.

Abrió nuevas vías comerciales, que se verían reforzadas con el Galeón de Manila, sentando las bases para que el Virreinato de Nueva España, con la capital en México-Tenochtitlan, se convirtiera en uno de los mayores polos comerciales e industriales del mundo. Y todo ello lo hizo jugándose su propio patrimonio para financiar sus empresas.

Poseía un fuerte sentido de Estado y una sofisticada capacidad organizativa. Basta leer las Cartas de relación (1519-1526) que dirigió al monarca Carlos I, donde le explicaba las normas que pensaba adoptar y cómo planteaba organizar la Nueva España. En ellas hizo hincapié en los derechos de los primeros pobladores “en convivencia” con la sociedad indígena en un gobierno eficaz y justo.

En el espinoso asunto de la transmisión de la soberanía, Cortés consideraba que las tierras del Nuevo Mundo debían gozar de una categoría semejante al de las tierras europeas que formaban parte del Imperio español, con un fundamento jurídico semejante al que Carlos I presentó para su candidatura al Imperio alemán. El rey de España aparecía como señor natural de esas tierras con títulos tan poderosos como sus predecesores, pues el propio Moctezuma había reconocido que una vez había sido extranjero en esas tierras.

Este moderno empeño de Cortés en legitimar política, social y jurídicamente la conquista, al margen de las decisiones papales, le granjeó más problemas en casa que entre los indígenas, sobre todo con otros dirigentes españoles de allí por el peligro que representaba su liderazgo. Y fueron esas suspicacias las que le obligaron a volver a España, y vivir ya retirado (y olvidado) en Castilleja de la Cuesta (Sevilla).

En un continente inexplorado creó las alianzas necesarias para hacer caer el mayor imperio de Mesoamérica

Pero nunca olvidó a su querido México, amor que se demuestra en su testamento, dictado en Sevilla el 12 de octubre de 1547, donde mandaba que se restituyeran a los naturales las tierras que se les hubiera podido usurpar para viñas o algodonales, legando fondos para fundar y sostener un hospital, un convento y un colegio universitario con el que ansiaba “poder dar a Méjico una clase indígena preparada para sus altas funciones con la cultura universitaria europea”.

Mandó igualmente que su cuerpo fuera enterrado en México (Cuyoacán) ¿Cuántos ejemplos similares de militares extranjeros podemos encontrar? Sin embargo, su tumba hoy aparece escondida y de difícil acceso, pero no como la tumba perdida de Alejandro, sino olvidada por la leyenda negra que todo lo empaña.

Alejandro Magno dominó el mundo oriental, desde Persia hasta más allá del Indo, con la fuerza de una espada que no sólo cortaba nudos gordianos sino gordos y delgados cuellos. Hernán Cortés también fue Magno. Un gran hombre, un gran militar, un gran estadista y un gran emprendedor que debería estudiarse en las Escuelas de Negocios, en lugar de ser olvidado y vilipendiado.

En un continente inexplorado creó las alianzas necesarias para hacer caer el mayor imperio de Mesoamérica, que asolaba con sacrificios de máxima crueldad a los pueblos que sometía. Su sueño duró trescientos años. Y el México actual es tan hijo del imperio español como de los últimos 200 años.

¿No debería pedirle disculpas un Obrador avergonzado en lugar de organizar un sumario y sectario juicio histórico? ¿No deberíamos todos pedirle disculpas a Cortés por no haberle honrado, ni en América ni en España, ni por supuesto en el resto del mundo, como se merece? ¿Por qué españoles y mexicanos, en lugar de golpes de pecho o exabruptos, no reconstruimos juntos el legado de un gran hombre que es de todos? No sólo por chauvinismo sino por simple justicia histórica: a similares méritos, similar reconocimiento. Y es que lo Cortés no quita lo Magno.

*** Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Su último libro es 'La Guerra cultural. Enemigos internos de España y Occidente' (Almuzara, 2020).