Según una encuesta de Sigma Dos publicada en agosto, cuatro de cada diez votantes del PSOE no quieren a Podemos en el Gobierno. Otro sondeo de Gad3 conocido en octubre desvela que los electores socialistas tampoco son partidarios de los acuerdos con Bildu o con los independentistas catalanes: siete de cada diez prefieren negociar los Presupuestos con Ciudadanos. Además, tres de cada cuatro están en contra de indultar a los presos del procés y ocho de cada diez rechazan los ataques a la Monarquía.

La moderación del electorado socialista desentona con las estrategias de Pedro Sánchez. El presidente ratificó la confianza en sus socios de coalición después de que el vicepresidente Iglesias y el ministro Garzón vertieran duras críticas al Rey. Más recientemente, durante la moción de censura, el PSOE firmó junto a Bildu, la CUP, ERC o Junts Per Catalunya un manifiesto “a favor de la democracia”. Por último, el ministro Ábalos, preguntado esta semana por los indultos, respondió que “todo gesto de normalización es positivo”.

No obstante, las encuestas también coinciden en señalar que Sánchez volvería a ganar las elecciones de celebrarse hoy. Su intención de voto se mantiene estable, cercana al 30%, y la robustez de sus apoyos contrasta con las preferencias expresadas por sus votantes. ¿Cómo se explica?

La hegemonía sanchista se construye sobre un equilibrio de bloques separados por un centro infranqueable. España está atrapada en un proceso político reactivo: no es el apego a los propios lo que moviliza el voto, sino el rechazo al extraño. Esta dinámica contribuye a las desapariciones del matiz y la sofisticación de los argumentos: la polarización es una política de brocha gorda.

Solo Ciudadanos apostó desde el comienzo de la legislatura por una política que tendiera puentes entre las dos Españas. Sin embargo, la papeleta de Arrimadas es ardua. Su determinación conseguirá airar a muchos de los pocos votantes que el partido logró retener con la estrategia de intransigencia a Sánchez, sin que quepan grandes esperanzas sobre la capacidad de Cs para prosperar en un centro-izquierda que le perdió la fe. La credibilidad es una cualidad política fácil de malograr pero difícil de recuperar, y es indesligable del tamaño de una formación. Los naranjas necesitarían una masa crítica que no tienen para atraer a su órbita al votante socialista moderado.

La conclusión que se impone es que hay un votante de centro-izquierda que no está cómodo con la política de alianzas de Sánchez, pero que no encuentra una alternativa que lo convenza de cambiar su voto. La falta de opciones apuntala el equilibrio de bloques en el que se ha hecho fuerte Pedro Sánchez, pero también permite adivinar una oportunidad: existe un caladero de votantes insatisfechos en las posiciones 4-5 de la escala ideológica. Un emprendedor político que supiera reclamarlos sin alienarse al electorado de centro-derecha no solo podría obtener representación parlamentaria, también podría jugar un papel destacado en la superación de la polarización que ha conducido a la parálisis institucional y ha sacado del debate público las reformas pendientes.