Hasta el moño de Pablo Iglesias se ha hecho viral. Es inconcebible que, con España tambaleándose por el tsunami del coronavirus y el hachazo seco de la marcha del Rey Emérito, una de las noticias más leídas y comentadas haya sido el cambio de forma de recogerse el pelo del vicepresidente segundo del Gobierno. Tremendo.

Lo que más parece llamar la atención de lo que hace y dice el vicepresidente es su forma de pasar de la coleta al moño. Contaba Tucídides que los espartanos se peinaban los unos a los otros en los momentos previos a la batalla. Era su forma de estar relajados para el combate. A Iglesias solo le falta prenderse el pelo, como hacían ellos, con broches dorados en forma de saltamontes.

No sería buena idea para él, en época catastrófica, ponerse una langosta en el moño. Sería inevitable la asociación de ideas con la Octava Plaga de Egipto. No fuera a ser que, en un alarde de metonimia, se tomara el todo por la parte, y le vieran como el líder de los saltamontes que pueden devastar a España, sin que el faraón Sánchez sea capaz de evitarlo. Cuenta el Éxodo que Moisés, como hoy gran parte de la sociedad, acudió al faraón, advirtiéndole de la llegada de una marabunta infernal de langostas, pidiéndole que pusiera a salvo a su pueblo, a los israelitas.

El faraón se negaba, pese a la insistencia de los funcionarios que le prevenían contra los efectos aniquiladores de las langostas para el país. Pero el faraón apenas se movió y no pactó. No creyó que la llegada de aquella nube fuera a desencadenar una plaga. Hizo, más bien, un ejercicio de demagogia para que pareciera que negociaba y ofreció lo inaceptable: podrían marcharse los hombres israelitas, pero permanecerían mujeres, niños y ganado. Ante tal alarde de cinismo, la negociación se hizo imposible y la nación caminaba hacia la perdición.

Lo que más parece llamar la atención de lo que hace y dice el vicepresidente es su forma de pasar de la coleta al moño

Moisés, desanimado, como lo está el pueblo español, recibió una prueba incontrovertida desde el más allá. Tuvo la posibilidad de exhibir la certeza del peligro con un enjambre de saltamontes que cubrió el cielo durante veinticuatro horas. La plaga estaba ahí, como la Covid y la consecuente crisis económica están sobre nosotros. Era una firme advertencia de la devastación que se cernía, con efectos ya inmediatos, sobre la economía. En el caso de Egipto, acabó con cultivos y plantas. En el caso de la pandemia en España, está aún por ver qué quedará en pie.

El faraón volvió a pedir a Moisés ayuda para eliminar la plaga y se comprometió a permitir que todos los suyos pudiesen adorar a Dios en el desierto. La plaga desapareció pero, de nuevo, impidió a los israelitas salir. Esta vieja historia bíblica parece ser una profecía de lo que puede ser nuestro futuro sin pactos políticos, sin medir las consecuencias, con el crudo invierno que se nos presenta.

Las cigarras, primas hermanas de las langostas, en lugar de preparar el plan de urgencia necesario, están cantando, disfrutando del verano y esperando a que el faraón les siga dando de comer en invierno, necesitarán luego del ejército de hormigas que ahora sigue previendo el frío que deja la crisis en los huesos. Cómo me gustaría ver codo a codo, como buenas hormigas a Pedro, Inés y Pablo, pero al Pablo que no lleva moño. Cómo me gustaría ver al faraón, a Casado y a Inés cambiando el final de la historia del Éxodo.

Mientras tanto, volviendo a la preparación para la batalla, quizás debamos estar alerta para el momento en que Iglesias decida soltarse el moño.

*** Cruz Sánchez de Lara es abogada, presidenta de THRibune: Tribune for Human Rights y miembro del Consejo de Administración de EL ESPAÑOL.