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LA TRIBUNA

Se cierra una etapa de la Monarquía y comienza otra

El autor analiza la decisión de Juan Carlos I de marcharse del país y repasa también su legado. Considera que la Corona ha alumbrado la mejor España que hemos tenido en la Historia. 

4 agosto, 2020 02:37

El Rey Juan Carlos se va, no lo echan. Es un nuevo servicio que hace a España, a la democracia y al orden constitucional. Eso es con lo que nos tenemos que quedar, con esa demostrada capacidad de sacrificio: a pesar de los numerosos errores acaba cumpliendo con su responsabilidad.

La izquierda comunista y populista pretende aprovechar el árbol caído para desautorizar el papel de Juan Carlos desde 1975, tachar de engaño la Transición y deslegitimar la democracia liberal que tanto costó construir. Además, a esa misma izquierda le vendrá muy bien el final de este episodio lamentable de los Borbones para tapar sus escándalos personales, políticos y de financiación opaca.

Oiremos que es hora de un referéndum sobre la Monarquía. Pero no será para mejorar la democracia y echar a un lado el peligro autoritario o independentista, sino para derrocar a Felipe VI y entrar en un proceso constituyente que solo traerá más crisis y menos libertad. Este proceso sería muy perjudicial para España. Un país que no da seguridad jurídica en el ámbito internacional, que no da la sensación de estabilidad ni transmite confianza, es un país en el que nadie fía un euro.

Estos antimonárquicos quieren derribar a Felipe VI porque el Rey se ha mostrado siempre firme en la defensa de la letra constitucional, de los valores de la Transición, y de la convivencia. Por eso disgusta tanto a comunistas populistas y a nacionalistas de toda condición. La marcha de Juan Carlos de España, en consecuencia, no valida una República a todas luces iliberal por quienes la defienden, sino que hace más grande la figura de Felipe VI y aumenta su responsabilidad.

No bastan las buenas palabras y los deseos honestos. El Rey debe seguir como hasta ahora, tan ejemplarizante en su papel constitucional como distante del comportamiento privado que hemos conocido de Juan Carlos y que tanto daño ha hecho a la Monarquía parlamentaria, a la imagen internacional, y a la credibilidad del sistema del 78.

Es habitual tomar la parte por el todo, y proyectar en el Rey la bondad o maldad de la institución monárquica

Todos estos errores, que no se limitan a Juan Carlos porque lamentablemente han afectado a otros miembros de la Familia Real, no impiden reconocer su labor histórica. En 1964 escribió Hannah Arendt que el fin de una dictadura solo se podía producir por un golpe de Estado que acabara con el tirano e instaurara un sistema distinto. La España del Rey Juan Carlos demostró que no era así. La Transición que protagonizó sorprendió al mundo. La dictadura de Franco acabó y las instituciones, bien guiadas, supieron vencer todas las dificultades. Despreciar ahí el papel del Rey es injusto y estúpido.

España hizo entonces un acto mayoritario de generosidad y de cordura. No fue olvidar, fue racionalizar la instauración de una democracia liberal como un régimen de convivencia sin derramamiento de sangre. El mayor homenaje que se puede hacer a aquella generación es demostrar que se han asumido las costumbres públicas liberales y democráticas, y que no hay otra vía que la concordia y la razón.

En nuestro país es habitual tomar la parte por el todo, y proyectar en el Rey la bondad o maldad de la institución monárquica. De ser así, la abdicación de Juan Carlos en 2014, tras una larga cadena de errores y vergüenzas, dio paso a un reinado totalmente distinto, reflejo de una España democrática, moderna y europea. Es la diferencia que hubo entre Isabel II y Alfonso XII, entre una reina que, con sus errores manchó el nombre de los Borbones, y un rey joven y nuevo que dio el impulso necesario para construir un sistema representativo aceptado por los grandes partidos, el de la Restauración.

Hoy, con la marcha voluntaria del Rey Juan Carlos, sin olvidar los asuntos pendientes que seguirán su curso judicial, se cierra una etapa de la Monarquía española y comienza otra. Felipe VI ha demostrado la responsabilidad suficiente, como su padre, para poner por encima de sus sentimientos personales la estabilidad de la mejor España que hemos tenido en nuestra Historia. Ese es justamente el espíritu de la Transición: la toma de decisiones a favor del porvenir del conjunto de los españoles.

*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.

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