Cuando en Derecho Constitucional aprendí que la figura del Jefe de Estado es inviolable –"no está sujeto a responsabilidad", remata la Constitución– pensé que sería una formalidad simbólica que nunca aterrizaría en la vida real. El típico por si acaso escrito para darle más importancia a la figura del Rey. Estaba descontado un comportamiento intachable, propio de su cargo y la institución representada, impensable la necesidad de recurrir a esa figura. Pensé, de verdad, que la no responsabilidad penal era un adorno para decorar la Constitución y agradecerle con ese regalo su paciencia al nuevo Rey, por favorecer la construcción de una democracia dejando atrás lo que se dejó atrás.

Don Juan Carlos tenía ese aire de hombre atribulado que necesitaba escapar de la responsabilidad de Zarzuela montado en moto, irreconocible detrás del casco con los cristales ahumados y la cazadora, pero definitivamente él cruzando la Castellana a toda velocidad, según contaba la leyenda. Era un hombre duro y tierno, así firme, con el linaje a cuestas, aficionado a los deportes, bromista, representando el papel de su vida como campechano oficial.

Su imagen se ha ido complicando con el paso de los años y las exclusivas, sobre todo las exclusivas. Detrás sólo había un tipo haciendo lo que le daba la gana con la confianza de ser el Jefe de Estado de una nación adolescente: el producto del Jefe de Estado simpático formaba parte de los descubrimientos de los españoles, deslumbrados por los primeros pasos en la libertad. Vaya, si lo de la inviolabilidad estaba escrito era por algo. El Rey decidió utilizar ampliamente el poder de la Corona, como cuando en el bufé libre del desayuno pruebas hasta el bollo con pasas. 

La imagen de Efe no es reciente. En la sombras reconozco la pared del "bosquecillo de Las Ventas" Picalagartos, situado frente a la puerta que suele utilizar la Familia Real. Don Juan Carlos ha descubierto en los toros el último lugar en el que se le rinde pleitesía. La gente se levanta a su paso, corean el himno nacional y se le gritan vivas. Sólo ocurre en la plaza. Ahí no es un anciano preocupado, con la conciencia cargada y dilemas. Los taurinos asumen ese vasallaje como peaje por las carantoñas al sector, frágil y perseguido. Los aficionados son su otra Corinna; va, derrotado, a por dosis de cariño.

A los más jóvenes nos queda muy lejos la crisis del 23-F, siempre sale cuando se tocan estos temas. Hubiera estado bien actualizar la lista de las cosas buenas, poco más le cabe a la otra. La necesidad de recurrir a la inviolabilidad es su derrota definitiva. El hundimiento de un semidiós.

Releyendo el texto descubro las muchas mayúsculas que le acompañarán hasta su muerte. Me resulta artificial tener que cumplir con las formalidades del cargo tratando con precisión a quien le ha estado faltando el respeto tantas décadas.