Cuando se cumplen 50 años de la guerra de Yom Kippur, las milicias palestinas de Hamás han lanzado uno de los mayores ataques en décadas contra Israel en la mañana de este sábado. La operación combinada "Tormenta de Al-Aqsa" de la organización terrorista, con el disparo de miles de misiles y la incursión en territorio israelí, ha dejado al menos 700 muertos, e imágenes estremecedoras de secuestros y atroces pogromos contra la población civil.
En virtud de su derecho a la legítima defensa, Tel Aviv ha respondido con ataques al territorio palestino que han dejado casi 300 bajas. Benjamin Netanyahu ha declarado el estado de emergencia y ha asegurado que "estamos en guerra", por lo que todo parece indicar que el Ejército israelí prepara la invasión militar de la Franja de Gaza.
La ofensiva sorpresa de los terroristas palestinos, en plena mañana del día de descanso judío, ha pillado desprevenida a la inteligencia israelí. Pero sorprende que uno de los mejores servicios secretos y una de las fuerzas armadas más potentes del mundo no hayan sido capaces de prever los atentados, ni de evitar el traspaso de los milicianos de la frontera de Israel.
Este fracaso flagrante del Mosad debilita mucho la imagen del país y daña su capacidad de disuasión. Y la falla de seguridad apunta a responsabilidades del Gobierno y a la crisis política interna que vive el país, a cuenta de la controvertida reforma judicial que ha sacado masivamente a la población a las calles.
Netanyahu gobierna junto a partidos supremacistas y ultranacionalistas, y ha dado alas al crecimiento del sionismo ultraortodoxo, atribuyendo a fundamentalistas incompetentes competencias de seguridad, lo que ha podido repercutir en la falta de preparación del país.
Es este deterioro de las instituciones democráticas y del Estado secular lo que había alejado a Joe Biden de Netanyahu, si bien el presidente americano se ha apresurado a ofrecer su apoyo "sólido e inquebrantable" al gobierno israelí. Lo cual prueba que, a la hora de la verdad, Washington va a seguir su política de respaldo incondicional a su principal socio y mayor valedor en la región.
Ahora a EEUU le surge otro flanco en el que tendrá que hacer valer su capacidad diplomática, en esta escalada de un largo conflicto cuya reactivación no parece casualidad. Se ha internacionalizado rápidamente, engarzando con el ya tensionado contexto geopolítico actual.
El Eje de Resistencia contra el Estado hebreo incluye también al grupo libanés Hezbollah, a los talibanes afganos, a los hutíes del Yemen y a Siria. Los terroristas palestinos también han recibido muestras de solidaridad de otros países musulmanes como Argelia.
El actor más inquietante de cuantos han celebrado los ataques de Hamás es Irán, enemigo acérrimo de Israel, que se ha comprometido a apoyar a los palestinos hasta la liberación de Jerusalén. Teherán quiere mantener su influencia en Oriente Medio, y espolea el choque en la Franja de Gaza para agitar el avispero. Un riesgo mayúsculo, porque como contó a este periódico Shlomo Ben Ami, exministro israelí, si Netanyahu atacase Irán, la guerra sería realmente "apocalíptica".
El otro gran Estado interesado en que se agrave este problema es el aliado de Irán, Rusia, que ha estrechado en los últimos meses las relaciones con Hamás, instándoles a "debilitar a Occidente". La propaganda rusa quiere beneficiarse del conflicto para desviar la atención de Ucrania, como ha explicitado el expresidente ruso Dmitri Medvédev, quien ha afirmado que "el choque entre Hamas e Israel es en lo que Washington y sus aliados deberían estar ocupados".
Con esta probable estrategia conjunta ruso-iraní para conducir una guerra proxy en Israel, Moscú y Teherán pueden avanzar en su programa de acoso a las democracias occidentales mediante la desestabilización de sus frentes críticos.
Hay que recordar que Tel Aviv lleva un tiempo normalizando sus relaciones con los países árabes, habiendo llegado a acuerdos con Arabia Saudí o Marruecos. No resulta extraño entonces que los terroristas hayan querido provocar a Israel para que lance una guerra total que ponga en peligro los avances hacia la paz con el mundo árabe, hermanos musulmanes de Hamás.
Por eso, el gobierno de Netanyahu se encuentra en una endiablada tesitura: contentar a sus apoyos internos radicales, que exigirán severas represalias contra los palestinos, sin echar a perder la estabilización de sus relaciones con los países árabes.