Boris Johnson ha dimitido este viernes como diputado del Parlamento británico. Aunque renunció como primer ministro de Reino Unido en julio del 2022, tras un goteo de dimisiones de los miembros de su gabinete y del Partido Conservador, había mantenido su escaño en la Cámara de los Comunes.

La dimisión del ex premier se ha producido después de que recibiera una carta de la comisión parlamentaria que le investiga por las fiestas que celebró durante el confinamiento en su despacho y en su residencia oficial. Aunque el veredicto final del comité se dará a conocer el próximo lunes, la renuncia de Johnson da a entender que ha quedado probado que mintió al Parlamento, cuando aseguró que se habían observado todas las normas Covid durante estas bacanales ilegales.

El descrédito de esta figura tan extravagante ya era irremediable después que cambiara varias veces de versión sobre si infringió las restricciones en los peores momentos de la pandemia que su propio gobierno decretó. Y no sólo con el partygate se demostró que Johnson falló al deber de ejemplaridad que pesa sobre todo gobernante.

Su carrera política está jalonada de escándalos, mentiras, torpezas e inmoralidades. Desde el encubrimiento de los casos de abuso sexual en las filas tories a la obtención gracias a la mediación del expresidente de la BBC de un crédito de 900.000 euros, pasando por la reforma del 10 de Downing Street con donaciones irregulares.

Johnson ha sido uno de los mayores responsables de haber arrastrado al Reino Unido a una dinámica de inestabilidad política crónica y de crisis económica irresoluble. Y con su impulso del brexit, consumado durante su mandato, contribuyó al deterioro del sistema político británico, carcomido por el fanatismo nacionalista y el populismo más irresponsable.

A la manera trumpista, Johnson se ha declarado víctima de una cacería de brujas por parte de una investigación sesgada que querría incriminarle sin pruebas. Una tesis ridícula, en la medida en que el comité tiene una mayoría tory, y teniendo en cuenta que ya era incontestable que el ex primer ministro intentó engañar al Parlamento y a la nación.

Al igual que el expresidente de EEUU, Johnson (que ha asegurado que sólo deja Westminster "por ahora") podría estar planeando su regreso, como ya hizo cuando se postuló para suceder a Liz Truss. Pero nadie entre los observadores y analistas británicos se toma en serio las ensoñaciones de este cadáver político, entre cuyos planes estaría volver a ser elegido para la Cámara de los Comunes, y posteriormente aspirar al liderazgo del Partido Conservador si cae Rishi Sunak.

Lo cierto es que la pérdida de su escaño en el Parlamento marca el fin de su carrera política, el abandono de sus últimos acólitos y su amortización como activo electoral. Se trata del fin oprobioso de un político desconocedor de la honestidad y la seriedad que manda un mensaje al resto de líderes de esta laya: que la mentira no tiene cabida en la vida pública.