Las reacciones de los socios del Gobierno a la detención y posterior puesta en libertad en Cerdeña del expresident Carles Puigdemont, prófugo de la Justicia española desde otoño de 2017, muestran que las compañías de Pedro Sánchez no son las deseables. Desde Podemos le dicen que “la detención de Puigdemont es una mala noticia”, y desde el separatismo aprovechan para escenificar una unidad inverosímil, pero inquebrantable, contra el "Estado represor".

El episodio demuestra que Puigdemont sigue siendo un jarrón intocable y un elemento de agitación en Cataluña. Y que, por eso mismo, Moncloa comprende que este desenlace es el mejor para sus intereses.

La detención de Puigdemont empujó al president Pere Aragonès a escenificar el fin del espíritu conciliador una semana después de asistir sin Junts a la mesa de diálogo con el Gobierno. Ayer suspendió su agenda del día, hizo una declaración institucional con el Govern al completo y programó un viaje a Cerdeña para elevar la protesta.

Esta sobreactuación certifica que la radicalidad de Podemos y ERC siempre se impondrá a las peticiones de lealtad del PSOE.

La gran paradoja

Resulta descorazonador que Moncloa encaje con alivio la puesta en libertad de Puigdemont. Y es así porque durante veinte horas y media se tambaleó el acuerdo con ERC que permite a Sánchez aprobar los Presupuestos. 

La reacción lógica del Gobierno debería haber sido la misma que la de la mayoría de los españoles y la del Tribunal Supremo: un sensación de frustración al ver que la Justicia europea sigue protegiendo a un prófugo y que la euroorden emitida por el juez Llarena es poco menos que papel mojado.

Nos encontramos ante la paradoja de que la liberación del responsable del mayor golpe a nuestra democracia en los últimos cuarenta años termina por ser beneficiosa para Sánchez. Tan paradójico como que se haya convertido en Cataluña en héroe nacional a quien escapó del país en un maletero, mientras sus compinches pagaban con la cárcel. 

Escasa fiabilidad

Pese a la dramatización, no hay que descartar que Puigdemont buscase su entrega a España para poder intervenir de una vez en la política catalana, tan lejana de su exilio en Waterloo. Hoy sólo es el bufón del independentismo para jolgorio de ERC.

Ahora bien, de lo ocurrido en las últimas 48 horas se desprende que los socios y aliados del Gobierno no son compañeros de viaje fiables. Están en su naturaleza la desestabilización y la deslealtad.