Vox ha vuelto por sus fueros después de un periodo de relativo silencio forzado por el discurso de Pablo Casado en la moción de censura que alejó al PP de la formación de Santiago Abascal y reposicionó a los populares en el centroderecha. Allí donde, como dice ese viejo lugar común de la política española, se ganan las elecciones.

Con el abandono por parte de Casado de la lucha por el votante más rocoso de Vox, Abascal ha aprovechado el último pleno del año para volver a azuzar dos de las cruzadas que forman su ideario: eurofobia y lucha sin matices contra los inmigrantes ilegales, a los que Vox condena de forma preventiva, y sin matices de ningún tipo, a un cajón de sastre de la demagogia en el que conviven violadores, ladrones e islamistas radicales con inmigrantes alojados en hoteles de lujo y que "no aportan nada" a los españoles. 

Con la crisis de Canarias todavía latente, con Marruecos acudiendo puntual a su cita con las grandes crisis españolas, con las elecciones catalanas en lontananza y respaldando sin ambages la posición de Polonia y de Hungría respecto a la inmigración musulmana, Santiago Abascal se ha lanzado a por el voto del miedo con la esperanza de dar el sorpaso al PP en Cataluña, una posibilidad que las encuestas todavía ven lejana.

Sin Trump, Le Pen

Frente a una realidad inescapable que implica a toda la UE, Abascal postula soluciones de brocha gorda. El incremento de la beligerancia en el lenguaje de Abascal no es ajeno a la victoria de Joe Biden en las presidenciales de Estados Unidos y la previsible futura pérdida de protagonismo de Donald Trump, que ha dejado a Vox en fuera de juego y necesitado de nuevos referentes internacionales.

En sintonía con el lepenismo francés, movimiento del que Vox se considera hermano, Santiago Abascal trata de movilizar a las clases populares más golpeadas por la crisis con un maniqueo cóctel donde el extranjero aparece como el culpable sistemático de todos los problemas de España. El drama canario, el incendio de un edificio en Badalona que provocó la muerte de tres okupas y la análoga demagogia de Podemos, que niega cualquier problema con la inmigración ilegal y aboga por una política de puertas abiertas, propulsan el discurso de Vox de cara a las próximas elecciones autonómicas en Cataluña, una comunidad con un alto porcentaje de población inmigrante.

Es contradictorio que un partido tan obcecado con este tema trate de simplificarlo con un populismo abiertamente contrario a Europa. En especial cuando la UE es la única capaz de implicarse con los recursos financieros y diplomáticos suficientes para paliar este drama. Este martes hablábamos en EL ESPAÑOL de la sintonía entre Pedro Sánchez y Pablo Casado de cara a un gran pacto de Estado sobre inmigración bajo premisas de sentido común como la de que esta sea legal, vinculada a un puesto de trabajo y fruto de un pacto con los países de origen. Ese es el camino. 

Paralelismos

El paralelismo entre Vox y Podemos es claro. A problemas complejos, soluciones pueriles. Si el partido de Santiago Abascal carga las tintas contra los migrantes como un colectivo intrínsecamente peligroso, Podemos cierra los ojos ante la grave crisis canaria con el argumento de que cualquier intento de regularizarla equivale a una criminalización. 

Precisamente por nuestra condición de frontera del sur de Europa, y habida cuenta de lo que nos jugamos con el vecino Marruecos y que afecta a intereses geoestratégicos potencialmente letales para España, es urgente que PP y PSOE abandonen cualquier posición maximalista alejada de la diplomacia más sensata. La misma que le ha permitido al país alauí que Estados Unidos reconozca la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental mientras, en España, Vox y Podemos atizaban los peores instintos de sus respectivos votantes en una batalla tan estéril como contraproducente para los intereses españoles.