Convertir un procedimiento constitucional en un disparate. Para eso y, si acaso, para lanzar al candidato de Vox al Parlament de Cataluña, Ignacio Garriga, sirve la moción de censura que ha presentado Abascal contra Sánchez.

No es ya que la moción sea inoportuna y estéril: llega en el peor momento, cuando se habla de decretar un toque de queda para toda España, y no va a sumar ni un solo voto que no sea de Vox. Es que además, Abascal ha exhibido en su discurso los tópicos más radicales de su partido, de la eurofobia a la chinofobia, sin olvidarse de los "traidores" y "renegados" españoles que no comulgan con sus ideas.

España bipolar

A Pedro Sánchez no le ha costado aprovechar la retórica inflamada de su contendiente para figurar, por contraste, como el adalid de la moderación. Lo tenía fácil, después de que Abascal afirmase que hasta los gobiernos de Franco, desde 1940, fueron mejores que el actual. 

Sánchez hubiera sido el gran vencedor de la primera jornada de no ser por la brillante intervención de Inés Arrimadas, que supo abrir una tercera vía con críticas a la gestión del Gobierno y a los discursos "trasnochados", y reivindicando el papel que ha de desempeñar una oposición responsable en situaciones excepcionales como la actual.

Moción trampa 

Hoy es el turno de Pablo Casado, que ha mantenido oculto hasta el último minuto el sentido de su voto ante lo que en el PP afrontan, con razón, como una "moción trampa". En ese sentido, acertó también Arrimadas al manifestarle a Abascal que parecía una iniciativa orquestada por Iván Redondo para mayor gloria de Sánchez.

Casado tiene la oportunidad de demostrar que es la única alternativa a Sánchez, desmarcándose de los extremos. Con todo, el regusto amargo que dejarán estos dos días de batalla política en medio de la pandemia, será la prueba de que lo primero a censurar era la propia moción de censura.