La celebración del Consejo de Ministros del próximo 21 de diciembre en Barcelona se está convirtiendo en un auténtico quebradero de cabeza para el Gobierno. El propio Sánchez sabe que del desenlace de esa cita depende su futuro.

El clima es de tanta tensión que, ante la amenaza de los CDR de violentar la jornada, el Ministerio del Interior se ha visto obligado a desplegar un contingente de 1.100 efectivos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en la Ciudad Condal. Prueba de que ni siquiera el Gobierno se fía de los Mossos.

Ninguneo a Sánchez

La supuesta audacia de Sánchez al concebir la celebración de un Consejo de Ministros en Barcelona, y hacerlo coincidir con el aniversario de las elecciones convocadas por el 155 en Cataluña, se ha vuelto en contra de su promotor. Hasta el ministro Ábalos, el más prudente del Gabinete, se dio cuenta y mostró públicamente su inquietud. Pero una vez hecho el anuncio ya no cabía dar marcha atrás.

Los autoridades catalanas afrontan este 21-D como una nueva oportunidad para seguir agitando la calle y unir al separatismo, justo en puertas del juicio a los cabecillas del procés. Una y otra vez se ha ninguneado al presidente del Gobierno y se ha devaluado el carácter histórico que Sánchez pretendía dar a la cita. Primero pidieron una cumbre bilateral Gobierno-Govern, luego condicionaron la posible reunión entre Sánchez y Torra a hablar del derecho a la autodeterminación, y han acabado por demorar la respuesta a Moncloa de si aceptan o no ese encuentro.

Gobierno descolocado

Sánchez confiaba en llegar al 21 de diciembre en otras circunstancias, ayudado por el ambiente de complicidad que podía generar entre la izquierda y los nacionalistas el pacto entre PP, Cs y Vox en Andalucía. Lejos de ello, el Govern ha calificado la visita de "provocación" y Torra ha apelado a la violencia con su "vía eslovena".

El Gobierno está descolocado. Así se explica que la ministra portavoz conceda rango de "anfitrión" a Torra por el hecho de celebrarse el Consejo de Ministros en Barcelona. Como si la Ciudad Condal no fuera tan española como Madrid o Sevilla. A ojos de millones de españoles, los esfuerzos de Sánchez para que el diálogo siga abierto y la reiterada respuesta displicente de Torra convierten esos gestos de distensión en claudicantes.