Me hubiera gustado ser como Lucia, protagonista de un cómic que soñé, ya que la novela se me quedaba corta.

Según la autora real del libro, Lucia era cachonda y disparatada, protagonista de un humor que raramente se da en los libros. Quise imitarla, pero fracasé.

Ahora escribo estas líneas a modo de prólogo. Sólo son un introito para desviar la atención de la actualidad, que no siempre engorda con los chismes de la política.

La princesa Leonor, antes de zarpar en el Juan Sebastián Elcano, el pasado domingo en el Puerto de Cádiz. Europa Press

El nombre que más destaca es el de Leonor, aclamada por guapa, lista, simpática y deportiva, razones de peso que ya hubieran querido para sí Isabel II o Ana de Inglaterra.

La heredera de la Corona española se halla estos días surcando los mares a bordo del buque escuela Juan Sebastián Elcano, donde ha dado muestras de agilidad atlética trepando por las cuerdas como Pinito del Oro.

Supongo que a Sánchez le temblaron los dientes en cuanto vio a la Princesa exhibiendo sus habilidades gimnásticas como si nada. El presi no perdona.

Él demuestra continuamente sus ansias de medrar. Se le nota. Sirva de ejemplo la excursión a Huesca que realizó con su esposa para esquiar en solitario. Los Sánchez pidieron que la policía les protegiera y espantara a los mirones de la curiosidad pública.

Así se hizo.

En los años ochenta, cuando los reyes Juan Carlos y Sofía esquiaban en Baqueira Beret, lo hacían en multitud, rodeados de españoles que les pedían un selfi.

En mi particular colección de indeseables ocupa un lugar preferente María Jesús Montero, vicepresidenta del Gobierno. En el Congreso, comparte banco con el presidente. Mientras uno toma apuntes, la otra le hace la pelota. Con el tiempo la vicepresidenta se ha convertido en un ave palmípeda que da clase de aplausos al resto de diputados que ocupa los escaños de atrás.

A ratos el presidente agacha la cabeza para no sonrojarse, pero ella lo anima con las palmas. En tres palabras: se la bufa.

Paseo por el Congreso recogiendo los frutos de la actualidad. Leo las páginas en las que Lucia Berlin narra en mi libro preferido (Manual para las mujeres de la limpieza) sus viajes a la lavandería, a la clínica de abortos o sin ir más lejos, a la consulta del dentista (su abuelo), un prodigio de odontólogo que quita y pone muelas a la velocidad del rayo.

Lucia olvida por un momento al abuelo y comprueba que la lavadora ha cumplido el ciclo. Antes de levantarse, recorre con la mirada el cuerpo desparramado del hombre que está junto a ella y con el que conversa en un par de ocasiones.

La escritora empuja con el brazo el cuerpo adormecido del hombre. Está sumido en un sueño espeso y emite un silbido que parece producto de una mala digestión. Lucia sigue al pie de la lavadora. Extrae sábanas de su interior. También cortinas, monos de trabajo y delantales de colores imposibles: mostaza, negro, berenjena, bermellón...

La mujer vuelve a su asiento y recoge los bártulos. En la pituitaria todavía conserva restos de sudor que le ha transmitido su vecino de silla. Lucia lo mira con cierto desdén.

Piensa ella que le ha dedicado un exabrupto en señal de despedida. Se diría que es un gruñido: "Borracha". Le ha llamado "borracha".