Fallece la Semana Santa, el canto por excelencia a la muerte de los cristianos. Ignoro si perviven determinadas costumbres semanasanteras, pero antaño se cubrían las imágenes con trapos morados y no los destapaban hasta la noche de resurrección.

Salvemos la Semana Santa, decíamos no hace nada. Atrás había quedado Salvemos San José, Salvemos las Fallas, Salvemos la Navidad, Salvemos el puente de la Constitución, Salvemos también a la Purísima Concepción.

Que no quede ahí la cosa. Que se salven también los vivos, los muertos, los santos, los insalvables y hasta los políticos, que no merecen salvación alguna.

Con un poco de suerte, que nos salvemos todos, empezando por los olvidados como usted o como yo, a quien ya llaman los desheredados de las vacunas.

Ayer martes leí en un periódico una información sobre los calendarios de vacunas que hoy traigo a la columna por si alguien quiere compartir indignación conmigo. No me ha dado un pampurrio de milagro. Según la información del periódico, los septuagenarios son los grandes afectados por nuestro plan de vacunación.

Aquí hay tres millones de rezagados que quedarán descolgados si la Comisión de Salud Pública no se pone las pilas hoy mismo (ayer para ustedes) y amplía la vacunación con AstraZeneca a seis millones de personas que tienen entre 65 y 79 años.

España es el único país europeo que ha dejado en tierra de nadie a sus septuagenarios.

La vacuna AstraZeneca es muy efectiva en las personas mayores. Pese al revuelo originado con el escándalo de los trombos, la ciencia ha demostrado que la administración de esta vacuna se ofrece actualmente a personas cuya franja de edad está comprendida entre 50 y 60, pero es más aconsejable cuanto más mayores sean los candidatos.

Para entendernos, el mayor riesgo de morir es la edad.

Los septuagenarios deberían ponerse en la cola ya mismo. Si no los llaman, la nueva franja de víctimas estará cantada: de 65 a 69.