Loquillo siempre quiso ir a LA. Dejar Barcelona, su ciudad, y cruzar el mar. Pero la chica le dejó y, seguramente, también le olvidó.

A Barcelona le queda el Cadillac solitario de Loquillo (o de Sabino Méndez, para ser más exactos), la Sagrada Familia y la Pedrera, y también el imponente Liceu. Pero el declive de la ciudad resulta más que evidente. Hasta las últimas diabluras de Messi sobre el césped del Camp Nou parecen estar llegando a su fin. 

Hace poco, Víctor Valdés lo paraba todo, Piqué y Puyol resultaban infranqueables e Iniesta y Xavi, si miraban hacia delante, solo veían talento. Pep Guardiola aún no había dicho demasiadas tonterías y el Barça arrasaba en Europa. Todavía más en Madrid: ¡Hasta se permitía meterle seis goles a Casillas en el Bernabéu…!

Ahora, si Trincao mira hacia atrás no ve aptitud, sino fragilidad en el campo y podredumbre en el palco. Mejor será, para el delantero portugués, evitar levantar la mirada.

Pero la ciudad se hace ver, y el mundo entero, atónito, continúa observando los disturbios nocturnos que han convertido la segunda urbe del país en un lugar inhóspito que, de noche, arroja violencia de forma recurrente. 

Este último fin de semana un grupo de terroristas callejeros (así los definió Vox, por una vez con acierto), prendió fuego a una furgoneta policial detenida en pleno centro de Barcelona. Dentro se encontraba un agente que formaba parte de un dispositivo contra el vandalismo, esa lamentable actividad que parece haberse apropiado de las noches en la ciudad desde hace ya demasiadas fechas.

Pudo darse un desenlace irreversible y ahora estaría escribiendo no sobre el inadmisible fanatismo que acoge la noche catalana desde que encarcelaron al rapero, sino sobre un crimen.

La violencia nunca tiene sentido, y nunca llega a ningún lugar razonable. En este caso, los individuos que violentan la ciudad solo están forjando la ruina de Barcelona. No se trata del ejercicio de la libertad de expresión de Pablo Hasél. Se trata de la supervivencia de la segunda ciudad del país, a la que la pandemia ya ha maltratado bastante.

Se cumple este mes el primer aniversario del impacto del coronavirus en nuestro país. Nunca, en tan poco tiempo, se transformaron tanto nuestras vidas. Resulta bochornoso que, al mismo tiempo que echamos de menos a 100.000 personas que ya nos ha arrancado la Covid, crezca la estupidez en las calles asaltadas de Barcelona y predomine la majadería de las fiestas ilegales en Madrid y en otras ciudades. ¿No habremos aprendido nada?