Dice Pablo Iglesias que en España no existe una democracia plena. Si es así, también será, y en gran medida, culpa suya, ya que es el vicepresidente segundo del Gobierno. Y dice María Jesús Montero, la portavoz, respecto a las críticas que ha suscitado semejante comentario, que no importa mucho lo que haya manifestado su colega de coalición porque "estamos en campaña".

Pero yo, la verdad, no estoy en campaña. España no está en campaña. Que desde el propio Gobierno se vapulee la calidad de nuestro sistema democrático delante del resto del mundo supone una temeridad de dimensiones colosales.

Además, esa memez de Iglesias se halla, en realidad, muy alejada de la realidad. Pero aún peor que eso es que semejante aseveración atenta contra los intereses del país. Del de Iglesias, del de Montero; del tuyo, del mío.

Es cierto, sí, que existe una parte del Estado que está en campaña electoral, y esa es otra temeridad que nunca debía haber sucedido. ¿Cómo se puede enviar a la calle a votar al electorado catalán en medio de una pandemia, justo cuando acabamos de superar los tres millones de contagios? ¿Cómo se pretende llenar los colegios de votantes precisamente en el momento en que hemos alcanzado el pico de la tercera ola, con la escalofriante cifra de 766 fallecidos en un solo día?

No hace falta ser extremadamente inteligente para entender que estos comicios no deberían haberse convocado en las condiciones en las que vivimos. De hecho, que este domingo haya pacientes con Covid votando en unas elecciones constituye un hito notable en cuanto a las mayores estupideces posibles.

Que haya ciudadanos obligados a atender a los enfermos del virus en una mesa electoral supone otra de un tamaño similar. ¿De verdad no se podía haber evitado semejante insensatez?

Porque participar en la fiesta de la democracia es un derecho fundamental, cierto. Y debe respetarse. Pero la Covid no es un juego. El último fin de semana murieron más de 900 personas. El periodista Carlos del Amor se pregunta si nos habremos insensibilizado, como hicimos con los muertos en accidentes de tráfico cuando morían cuatro mil personas cada año. Ahora leemos casi mil muertos diarios por culpa del coronavirus, y no pasa nada.

En otros países sí pasa. En Alemania, la canciller Angela Merkel lloró en público y pidió perdón por la gestión de la pandemia. En el Reino Unido, el primer ministro Boris Johnson asumió toda la responsabilidad al observar que su estrategia era un problema, no una solución.

En España, el presidente Pedro Sánchez ni llora ni asume, sino que envía a su gestor contra la pandemia de cabeza de cartel en Cataluña y, asombrosamente, parte como favorito. La desastrosa gestión española no sólo no ha perjudicado a Salvador Illa, sino que lo propulsa hacia el liderazgo del Gobierno catalán. ¿Quién lo entiende?

Son malos tiempos para los vivos. Peores, claro, para los demás. Nosotros, los que seguimos aquí, esperamos volver pronto a la vida de 2019. Pero quién sabe. Eso igual no ocurre nunca más. A lo mejor, este virus nos acaba enviando con la cantante de The Supremes, Mary Wilson. O con el admirable Alberto Corazón. Nada se puede ya descartar.