Querido tío Canuto:

Llevo tres semanas viviendo entre carlistas como tú. Me da miedo amar la libertad en todas y cada una de sus formas. Estoy rodeado por "gente de orden", adultos de gesto serio que comenzaron a fumar a los ocho años.

La culpa del viaje, como siempre, la ha tenido el periodismo. Y Juan Carlos de Borbón, que con sus escándalos me ha empujado a la ocurrencia: ¿no es esta la última oportunidad para vosotros los requetés? ¿No os ha puesto el balón botando en el punto de penalti?

Armé el petate, como cuando a Azorín le enviaron a recorrer la ruta del Quijote, y me planté en estas montañas navarras alfombradas por la niebla, inundadas de ermitas y piedras milenarias.

Primero me entrevisté con Carlos Javier de Borbón-Parma, nacido en Holanda en 1970 y actual pretendiente al trono de España. Para mi sorpresa, topé con un federalista y "socialista autogestionario". Para que luego digan que no quedan carlistas… ¡si los hay hasta de izquierdas!

Después, en el recóndito castillo de Lignières escuché a Sixto de Borbón-Parma, tío carnal del anterior. Requeté y derechón, hijo del 18 de julio de 1936. Me habló de la "monarquía tradicional". Dijo: "Nunca he dejado de conspirar". Respiré tranquilo: había encontrado a un carlista estilo Zumalacárregui, parecido a ti, querido tío. Tuve un poco de miedo al escuchar su proyecto. Me deseó un 2021 –no es broma– lleno "de contrarrevolución y restauración".

Justo cuando iba a regresar a la redacción, recibí un último mensaje. Me trasladaban sus preocupaciones los conocidos como "tronovacantistas". Es decir: carlistas que no "creen" –porque esto tiene mucho de religión– en ninguno de los dos pretendientes mencionados. Me temo que, antes de combatir la monarquía liberal, la cuarta guerra carlista se librará entre vosotros, los boinas rojas. Si el cura Santa Cruz levantara la cabeza…

Debo decir que no he salido indemne de este viaje. Unas cuantas líneas sarcásticas provocaron la cólera de los hunos y los hotros, los de Carlos Javier y los de Sixto. Me vapulearon tuiteramente por "no tomarme en serio" el carlismo, por arrimarme a la santa tradición como un lector de novelas de caballerías. A ti también te habría enfurecido, estoy seguro. Por eso te escribo esta carta.

Canuto Mina, retratado por Elías Salaverría.

Canuto Mina, retratado por Elías Salaverría.

Un carlista de pro, éste muy cordial, me dijo: "Probablemente, por tus venas corra sangre carlista". Agaché la cabeza. En el proceloso mar de los recuerdos, asomaste la cabeza, querido tío. Don Canuto Mina Guelbenzu (1854-1934). Y, ahora sí, tengo muchísimo miedo.

¡Pecador! ¡Sinvergüenza! Vaya manera de pisotear los principios dinásticos que nos dejaste en herencia. Porque tú, querido tío, defendiste con las armas la tradición. A las órdenes del comandante general Argonz, perseguiste con la bayoneta a los graciosillos como yo. Después, ya encanecido, peleaste con la pluma. En el ardoroso combate del pensamiento, dirigiste El Tradicionalista e impulsaste mítines contra la blasfemia.

Cada vez que piso una discoteca o acaricio la cintura de una mujer, se me aparece tu fantasma. En julio de 1914, escribiste un artículo contra el baile agarrado en Pamplona, que provocó el asalto armado de un periódico, la confluencia de dos manifestaciones –una a favor y otra en contra– y la intervención de las fuerzas del orden público. ¡Perdóname, tío Canuto! A los dos nos encandila Wagner y el color rojo, aunque en mi caso tenga que ver con Osasuna.

Siempre me lo has puesto muy difícil. A los carlistas de verdad ni siquiera os gustaba Valle-Inclán. ¡Con todos los libros que os dedicó! ¿Que cómo lo he sabido?  En noviembre de 1940, un lector valenciano envió una carta a El Pensamiento Navarro –periódico en el que también escribiste. Andaba el hombre, como yo ahora, apesadumbrado. No sabía si la doctrina carlista permitía la admiración de Valle. 

Francisco López Sanz, el director, le contestó. Dijo que, en el mejor de los casos, Valle sólo fue carlista en su juventud. ¡Perdóname, tío Canuto! Ni siquiera es mi caso. Criticó la "creación caprichosa y arbitraria de un espíritu rebelde". Lo tachó de "bohemio desordenado" y de "vivir mal para ni siquiera saber morir bien": "Que Dios le haya perdonado".

Querido tío Canuto: como espero vivir unos pocos años más, he dejado el perdón celestial para más adelante. Lo que fervientemente deseo es que me perdones tú. Piensa en la abuela Celestina. Ella te lo habría pedido en vascuence, la lengua de tu niñez y los días felices. A la mierda el "baile agarrao" y la "música de manubrio". Abraza a este sobrino infiel que tanto te quiere.