En España, ya desde hace tiempo, a diferencia de Hispanoamérica, y en general de otros lugares (en inglés se dice spanish, no castilian), se ha dejado de hablar del español como lengua (aunque también ocurre esto, por cierto, en algunas Constituciones americanas).

Oficialmente, según se recoge en las distintas disposiciones legales al respecto, en España se habla el castellano, el catalán, el valenciano, el vascuence, el gallego y, también el aranés (según se reconoce en el Estatuto de Cataluña). Por lo menos oficialmente, en España ya no se habla el español (la propia Constitución del 78 así lo dice: “Art. 3º. El castellano es la lengua española oficial del Estado”).

Sin embargo, lingüísticamente el castellano es un dialecto, no un idioma, y un dialecto siempre lo es respecto de una lengua, una lengua que, en este caso, se silencia oficialmente. Porque el castellano es actualmente, en realidad, el español hablado en Castilla (castellano septentrional) y Andalucía (castellano meridional o andaluz), siendo así que en España no sólo se habla el español castellano, sino también el español canario, el churro, murciano, asturiano, gallego, catalán, vasco, etc., todos ellos variantes dialectales del español.

El castellano, por tanto, como variante dialectal del español -que es lo que es actualmente-, no es común a toda España, como sí lo es el español, sin más, cuyo nombre, sin embargo, ha sido oficialmente barrido -insisto- del ordenamiento jurídico y de la Administración.

Lo que hace pues la Constitución del 78, como también lo hizo la del 31 (y no hay antecedentes al respecto en las constituciones jurídicas anteriores, salvo en el Anteproyecto de Constitución de 1929), es practicar la sinécdoque y llamar al español por uno de sus dialectos actuales, el castellano, evitando así mencionar la palabra maldita para el separatismo.

Los constituyentes concedieron aquí mucho a la pretensión separatista, y es que la comunidad lingüística es uno de los elementos más importantes de cohesión nacional (por lo menos en el caso de España), siendo la lengua española la única común de las habladas en España, y, por lo tanto, el referente lingüístico real en el que se asienta la nación española.

Desaparecido el español como lengua oficial, ya se puede hacer de las lenguas regionales de Galicia, Cataluña, etc. lenguas propias de las regiones correspondientes, que es el paso previo inmediato para convertirlas en lenguas oficiales de la nación en ciernes, haciendo del español -convertido oficialmente en castellano- una lengua extraña, impropia, extranjera, advenediza, impuesta en esas regiones, al ser por lo visto lengua propia de otra región, que es Castilla.

Esta es la excusa, en efecto, la coartada perfecta para dar el siguiente paso, favorable al separatismo, que es la obstaculización y segregación social del uso del español como lengua, no solamente ya extraña, sino hostil, invasora en esas regiones, y que hay que arrinconar para normalizar una situación de previa anormalidad, a saber, la que ha producido que, en Cataluña, País Vasco, Navarra, Galicia, etc., se hable el español.

Con esta maniobra se ha convertido a millones de hispanohablantes (catalanes, vascos, gallegos) en hablantes anormales, que hablan una lengua que no deberían, porque, según los planes nacionalfragmentarios. debieran estar hablando su lengua, distinta del castellano (yo soy gallego, y, según esta banda, tendría que estar escribiendo en gallego si quisiera hacerlo en mi lengua propia).

Esto es, en fin, lo que quiere el nacionalismo fragmentario, que este deber normalizador (en Galicia, en gallego; en Cataluña, en catalán, etc.) sea una realidad; y el caso es que el ordenamiento jurídico del 78, y aquí está la gravedad, se lo facilita (Estatutos autonómicos, leyes de normalización, etc.).

Porque, desaparecido oficialmente (que no realmente) el español como idioma común de España, ya se puede hablar del gallego, el catalán, etc., como de idiomas propios de las regiones correspondientes, pero en el sentido de exclusivos. Es decir, se da por bueno el que, por ejemplo, el catalán sea el idioma propio de Cataluña sobreentendiendo que no puede haber más (al quedar, se supone, la identidad lingüística de Cataluña saturada por el catalán), y sobreentendiendo también, a su vez (en el colmo del absurdo), que en las regiones en las que sólo se habla español -castellano, oficialmente- carecen de idioma propio (por ser oficial en ellas solamente el idioma común).

Ambos presupuestos son del todo absurdos al ignorar (ignorancia holótica) que lo propio no excluye lo común, de tal modo que algo que es común, no por ello deja de ser propio (sin ser exclusivo). Así, por ejemplo, es propio de los individuos de la especie homo sapiens tener fémur, pero ello no significa que les sea exclusivo: el fémur es también común al resto de mamíferos, sin dejar de ser por ello propio del homo sapiens.

De la misma manera, aplicado al caso, el español es la lengua común a toda España, siendo así que es lengua propia de todas sus partes (incluyendo País Vasco, Galicia y Cataluña). El que el español sea lengua común a otras partes de España (Extremadura, Asturias, etc.) -e incluso a regiones y países situados fuera de España (Argentina, Méjico, Perú …)-, no impide que también sea lengua propia de Cataluña, País Vasco o Galicia (como efectivamente lo es).

Igualmente, que el español sea propio de cada una de las partes regionales de España, no excluye que sea común a todas ellas (precisamente por ser propio de todas ellas es por lo que es común). Así, en toda España, en cada una de sus partes regionales, existe por lo menos una lengua propia: la común, el español. Que además existan, en algunas de esas regiones, hablantes de lenguas regionales distintas de la lengua española (como son la lengua gallega, la catalana, etc.), para nada excluye la propiedad del español en ellas.

En definitiva, tan propio del País Vasco o de Navarra es el español como lo es el euskera. Si no más, porque el español es de uso común entre vascos y navarros, lo habla toda la población, mientras que el euskera lo habla una minoría en el País Vasco, que es todavía más exigua en Navarra (en algunas comarcas ni se habla, ni se ha hablado nunca).

Tanto, que si, como experimento sociolingüístico, imaginásemos por un momento que vascos y navarros dejasen repentinamente de hablar el euskera, la sociedad podría funcionar perfectamente sin ese idioma propio, mientras que, si repentinamente, enmudeciera allí el español, se produciría un colapso social, y se extinguiría la vida en común en esas regiones.