La invasión que padece España en las Islas Canarias de inmigrante ilegales tiene una causa y responsable inmediato: el gobierno de Sánchez-Iglesias por su pasividad. Y una causa remota: muchos nuevos estados africanos han resultado fallidos por una independencia prematura de las potencias europeas administradoras.

Es políticamente incorrecto señalarlo, pero hay una línea directa de relación entre la presión emigrante actual y una descolonización acelerada e imprudente de países africanos en los años 60 del pasado siglo. A las antiguas colonias en África les hubiera convenido más tiempo de administración europea para la construcción de infraestructuras y mejores niveles de educación.

Con seguridad, muchos países africanos habrían sido mejor gobernados por los colonizadores hasta que se hubieran podido desarrollar y asimilar los valores democráticos de respeto básico de los derechos humanos, de división de poderes y surgiera una elite gobernante de acuerdo a los estándares de la civilización occidental. En una sociedad tribal son incomprensibles los conceptos de libertad, democracia, división de poderes, etc.

Al final de la la década de 1950, una poderosa corriente de países no alineados (impulsados por la Unión Soviética y la China comunista de Mao) promovió un proceso descolonizador en África contra las debilitadas potencias administradoras, Francia y Reino Unido. Estados Unidos quiso también participar e invertir en África y no hizo frente a esa corriente; el resultado fue la creación de estados soberanos en las antiguas colonias.

España y sus colonias (Sáhara español y Guinea) fueron también víctimas de un proceso prematuro e interesado. El caso de nuestro protectorado del norte de Marruecos fue diferente debido a la existencia del antiguo reino de Marruecos que recuperaba parte de su territorio con estatus de protectorado desde 1906.

La operación descolonizadora del continente formaba parte del reequilibrio de poder posterior a la II Guerra Mundial y se hizo de modo prematuro y con claro perjuicio para los habitantes de muchos de los nuevos estados. Buena parte de los nuevos políticos nacionalistas africanos no quisieron o no pudieron construir estados viables. Ni las fronteras correspondían a delimitaciones “nacionales” reconocibles ni se articularon sistemas democráticos estables u homologados.

El peso del tribalismo y de los militares determinaron dictaduras y golpes de estado constantes, cuando no matanzas de unas etnias contra otras, como el caso del genocidio de casi un millón de tutsis a manos de los hutus en Ruanda en 1994. Por cierto a machetazo limpio con machetes y armas vendidos por China a los hutus a cargo de la donación de fondos para el desarrollo de 183 millones de dólares a los hutus que se emplearon para realizar las matanzas durante 100 días.

En 1987 tuve la experiencia de visitar la ex Guinea española, como profesor de la UNED, tanto a la Isla de Fernando Poo (hoy, Bioko) a su capital Santa Isabel (hoy Malabo), como a la parte continental, a la ciudad de Bata. Allí conversé con un joven guineano, que tenía un puesto de venta callejera, en una mesa improvisada con tornillos usados y alguna verdura y fruta. Me refirió lo siguiente:

“Llevo años ahorrando para poder ir a España. Quiero ir como sea; no aguanto más. Aquí no pasa nadie; no pasa nada –decía señalando la calle vacía- Quiero estar en una ciudad o pueblo en el que haya gente. Si hay personas, hay algo, trabajo o lo que sea.”

Guinea tenía bajo la administración española, hasta 1968, el mejor hospital africano de la Seguridad Social, en Malabo. Al cabo de un año no quedaba del hospital más que las paredes; desaparecieron las camas, los lavabos, los sanitarios, todo…Por supuesto, las luchas tribales de dominio de la poderosa tribu de los fang contra los bubis sometidos marcaron la independencia de Guinea Ecuatorial desde el principio. Un “éxito” de descolonización.

Mientras el futuro de Mauritania y otros estados subsaharianos no se resuelva en origen, Europa en general y en particular las Islas Canarias, vamos a padecer, estamos padeciendo, una presión inmigratoria que es difícilmente soportable, que altera equilibrios sociales y presupuestarios y que es un elemento de radicalización política.

Macron, en Francia, tiene como prioridad garantizar la seguridad de sus fronteras. Se requiere un esfuerzo conjunto de los países del sur de Europa que no sea una excusa, una vía de escape, de la responsabilidad de cada gobierno.