Ignacio Garriga era el encargado, a la sazón (y brillando por su ausencia tras la moción, eclipsado totalmente por el protagonismo de Abascal), de presentar la moción de censura que Vox quiso llevar al Congreso aun sabiendo que iba a perderse.

Ignacio Garriga, un tanto sobreactuado, argumentó a favor de la moción, apagógicamente, criticando las interpretaciones de aquellos que objetaban la iniciativa parlamentaria de Vox, y la calificaban de espuria e innecesaria. La moción, empezó descartando Garriga, no es una operación de marketing electoral por parte de Vox, para tratar de ponerse a la cabeza de la oposición frente al PP; tampoco habría por qué suponer que el gobierno “socialcomunista” saliera reforzado de ella; y tampoco es objeción para su presentación el hecho de saber que el resultado no va a ser favorable.

La moción tiene sentido, al margen de que sumen los votos o no, porque es un “deber nacional”, así lo ha dicho Garriga, al tratarse de una ideología, la que inspira al gobierno, “totalitaria” y “antidemocrática” que busca la ruina, la servidumbre y la muerte de los españoles. Y ello con la complicidad, por inacción, del resto de formaciones políticas (en referencia, claro, a PP y Ciudadanos).

Inmediatamente justifica con números globales (crecimiento, deuda y paro) esta moción frente al resto, presentadas durante la democracia del 78 (el PSOE a UCD, AP al PSOE, Podemos al PP, PSOE al PP), diciendo que, en esta ocasión, España se encuentra con los peores números en crecimiento, deuda y paro desde la guerra civil, siendo así que ello es razón suficiente para una moción de censura (aunque obvia, en esa comparativa, el hecho de que en marzo del 2020 España sufrió una pandemia, y un confinamiento posterior que paralizó el país, un detallito que no introduce Garriga en esta relación).

A continuación abunda más en esas razones, no bastándole con la “razón suficiente”, empezando por lo que Vox concibe como un “fraude” de origen en la formación del gobierno de coalición (Sánchez había prometido no llevar a cabo algo que, finalmente, hizo, esto es, un pacto de gobierno con Iglesias), hasta sus acuerdos con Bildu, pasando por el hecho, visto con escándalo, de que un “matrimonio” (sic) forme parte de un gobierno.

El caso es que en esta movilización de “razones” para justificar la moción nos terminamos encontrando, en procesión, con una lista caótica de lavandería, llena de guiños ideológicos y descalificaciones de cara a su parroquia (“bolivariano”, “socialcomunismo”, “cachorros de la izquierda”, “virus chino”, etc.) y de juicios de intenciones muchas veces metidos con calzador, que, realmente, perdían el pie respecto a la situación que Garriga pretendía retratar en su análisis. Particularmente la atribución a algunos dirigentes del gobierno de una conducta perversa, malvada, diciendo Garriga que estos, por dar prioridad a su agenda ideológica (8-M), y aún sabiendo de la letalidad del virus, no advirtieron al resto de ciudadanos, convierte el relato de Garriga en un cuento infantil, con “cocos comunistas” y hadas buenas de Vox, que termina por desacreditar totalmente su discurso. “No hicieron nada, a pesar de que tenían la información”, dice Garriga, “pero ustedes se cuidaron de protegerse con guantes”. “Su 8-M condujo a la muerte de miles de españoles”, insiste, acusando al gobierno de hacerlo deliberadamente para sacar adelante su programa “socialcomunista”.

Un discurso, por lo demás, que ya se estaba introduciendo por terrenos pantanosos y arenas movedizas, a punto de naufragar, según ganaba en extensión (casi 90 minutos estuvo hablando), pero que llega al límite del ridículo con esa versión maniquea, complemente fuera de lugar, de lo sucedido en España desde marzo hasta ahora.

Esta historia, en fin, que ha contado Vox en el Congreso, una verdadera historieta, ya estaba previamente redactada, limitándose Garriga a hacer “memoria del comunismo”. Una historieta escrita por algún publicista o locutor de radio que, convertida en éxito editorial, sirvió de guión a Vox en su presentación de la moción: que hay ruina y enfermedad, pues “Rusia culpable”.

De nuevo, flatus vox.