A Raúl del Pozo le han escrito el libro de un muerto. Una biografía tan lúcida como para enterrarle. Es el texto que todo reportero querría en su funeral: un retrato bondadoso y descarnado… ¡con lo difícil que es conjugar estos dos adjetivos en una semblanza!

Pero Del Pozo está muy vivo y agarra el teclado cada día como si fuera una ametralladora. De ahí que Jesús F. Úbeda y Julio Valdeón -autores de No le des más whisky a la perrita (La Esfera de los Libros, 2020)- hayan podido pintar al modelo como se pintan los buenos retratos: provocando y escrutando sus reacciones.

El biografiado a ratos cuenta; y a ratos, no. A veces, en la narración, es más importante lo segundo que lo primero. Ocurre así con las conquistas: que si la Duquesa de Alba, que si la amante que le robó a Jesús Quintero… Aquel día, el Loco de la Colina se encaminó al Café Gijón para partirle las piernas, pero se desmoronó en una avalancha de carcajadas cuando se topó con Del Pozo esperándole, arrodillado, con una servilleta cual capote y a porta gayola.

En otros capítulos sí es imprescindible la voz de Del Pozo. No hace falta leer demasiado para detectar que a Raúl le aburre hablar de sí mismo, por eso su voz gana enteros y luminosidad cuando describe la escuela de Pueblo, la misión del periodista o los entresijos de la profesión más cainita y maravillosa del mundo.

El férreo control de su ego es digno de alabanza, teniendo en cuenta que hablamos de un oficio asquerosamente narcisista y de uno de los periodistas mejor informados del país. ¿Conocen algún otro que tenga tanta confianza con un jefe del Estado como para hacerle bromas acerca de su “ciruelo”? “Viva la República… francesa”, suele saludar Del Pozo a Juan Carlos I cuando suena el teléfono. Raúl fue el primero en mencionar los papeles de Bárcenas.

Este libro -en parte por culpa de Del Pozo y en parte por la de sus autores- es también un cuadro de época. Y eso es lo que lo hace imprescindible para asomarse a la cara oculta de las redacciones de los ochenta, que también estaban en el Gijón, Oliver, Bocaccio y toda una ristra de garitos en los que se cocía el cuarto poder.

No le des más whisky a la perrita también es la historia de cuando Del Olmo dio la noticia de la muerte del emperador japonés y Del Pozo, creyendo su micro cerrado, dijo: “A tomar por culo" -con su consecuente crisis diplomática-. También es la historia de cuando Pérez-Reverte, de no ser por Raúl, le hubiera metido una ensalada de hostias al poliédrico Umbral.

Del Pozo se ha portado bien con sus biógrafos. Les ha alimentado y les ha inflado a whisky. No es frecuente en el Periodismo ese amor del viejo al joven, porque el maestro aconseja y alaba a su discípulo… hasta que éste empieza a hacerlo bien. Así lo cuenta Ignacio Peyró en su último dietario.

La información que les ha brindado Del Pozo ha sido, en muchas ocasiones, inversamente proporcional a su hospitalidad. Pero para solventar esos vacíos, Úbeda y Valdeón han entrevistado hasta debajo de las piedras: sus hermanos, sus amigos, sus enemigos…

De estos, se queja Del Pozo, ¡hay pocos!: “¡Se me han muerto todos!”. Ay si hubiera estado Carrillo, con quien casi se lía a golpes por acusarle de “estar del lado del poder”. Porque la vida de este reportero no ha sido otra cosa que frecuentar al poder para clavarle el puñal… cuando la noticia lo ha necesitado.