La expresión "maestros de la sospecha", en referencia al triángulo Marx-Nietzsche-Freud, es una expresión que, acuñada por Paul Ricoeur, ha calado hondamente en la bibliografía filosófica. Con ella se refiere Ricoeur a que sendos tres autores (aunque difícilmente armonizables entre sí, sobre todo Marx con los otros dos) arrojan sobre la conciencia -sobre el "ego" reflexivo- la sospecha de estar movida por fuerzas (el ser social, la voluntad de poder, el subconsciente) que la desbordan totalmente.

El ego es un momento de lucidez, en un tris de ser inconsistente, expuesto a una dialéctica, a una pugna de fuerzas, de las que nunca puede ser consciente. Digamos que aquel principio antrópico de la homomensura, que había formulado Protágoras ("el hombre es la medida de todas las cosas"), estallaba por los aires con la popularidad de la obra de estos tres autores (por lo menos en su versión divulgativa), dando lugar a una reformulación o nueva fijación del "puesto del hombre en el cosmos".

En realidad, creemos que este hallazgo de Ricoeur es un falso hallazgo, es un descubrimiento del mediterráneo, por así decir, porque la filosofía, ya desde Platón, es en general una disciplina de la "sospecha". El autor de la alegoría de la caverna es el verdadero "maestro de la sospecha" al ofrecer una crítica, sin concesiones, a la conciencia "sensible", ingenua, lo que él fijó en el ámbito de la "pistis", o creencia (doxa), cuyo contenido son las apariencias (los "fenómenos", así les llamó).

La realidad se da a través de su apariencia, de tal manera que casi nada, nunca, es lo que parece. Y, sin embargo, las apariencias tienen cierto afán de saturar la realidad, de parecerse lo más posible al ser, pero sin ser del todo. Los esclavos que están encadenados en el fondo de la caverna platónica creen que aquellas imágenes, que están viendo proyectadas sobre la pared, son la realidad en su integridad, ni más ni menos, cuando resulta que, en realidad, no son más que un mero reflejo de esta.

Pues bien, la situación que ha traído el SARS-CoV-2 nos pone delante de nuevo de ese desmoronamiento de la conciencia, de la conciencia ingenua (de la pistis platónica), para devolvernos a una realidad, la de la química y la bioquímica, que moviliza fuerzas que son capaces de, más allá de la homomensura de Protágoras,"despertarnos del sueño dogmático" capitalista, de la plétora mercantil, si se quiere, del fin de la historia y las sociedades del bienestar.

De repente, como ha dicho nuestro amigo Núñez Huesca, expresando con elocuencia el carácter incidental de la situación, un pangolín de China que, al parecer, rondaba un mercado de animales vivos en la ciudad de Wuhan, desencadena una epidemia, al contagiar a un humano, que pone en jaque, primero a la sociedad china, y ahora, ya transformada en pandemia, a la humanidad de los siete mil quinientos millones de individuos.

Las medidas de combate de esta crisis sanitaria, confinamiento y cuarentena de la población, producen, a su vez, unos desajustes económicos que, a pesar de la solidez de los sistemas financieros occidentales, tendrá unas consecuencias muy difíciles de dominar, de embridar por parte de las instituciones políticas y económicas occidentales (ya no digamos en otras latitudes).

De repente, el batir de alas de una mariposa -en realidad el comportamiento contingente de un pangolín infectado por un virus-, produce un auténtico huracán en los sistemas financieros, de tal manera que la "conciencia" económica de los Estados se desmorona, se viene abajo, sabiendo que vamos a ser vapuleados por fuerzas muy difíciles de sujetar y con efectos imprevisibles, pero sin duda devastadores sobre el tejido social y económico de nuestras sociedades (y en unas más que en otras, por supuesto).

Si esta situación se prolonga mucho tiempo (en China parece que está remitiendo, pero ahora se enfrenta al efecto boomerang), y sin ánimo catastrofista, nos enfrentamos a una situación catastrófica, quedando expuestos a unas dinámicas económicas opacas al dominio y control de los Estados, sin que los gobiernos, salvo dando palos de ciego, puedan hacer mucho. Toda una "crítica a la economía política" la que ha producido este SARS-CoV-2.

Ahora bien, el comportamiento y evolución de un virus no es gratuito, sigue unas leyes, las de la bioquímica, menos opacas, sin duda, que las de la economía en una situación tan crítica. Platón contempló el ámbito de la episteme, de las ciencias dianoéticas, como el lugar en el que las apariencias se resuelven ("salvar los fenómenos"). Es solo desde ahí, desde ese ámbito desde donde se podría restaurar nuestra "conciencia" económica (hoy bajo sospecha, y en quiebra).

En fin, para decirlo de una vez, y menos crípticamente (que así me ha quedado, lo reconozco, este "salir al paso"), sólo la química, la ciencia química, puede salvarnos. Todo el poder para los laboratorios (y los economistas, que hagan lo que puedan).