Greta ya ha llegado sana y salva a Lisboa desafiando tormentas, alisios puñeteros, delfines contaminantes y submarinos de narco. Su odisea tiene mucho de capricho, de rabieta y de unos padres a los que habría que decirles que Woodstock ya pasó y que los niños sobreexpuestos acaban como Joselito, hechos mercenarios y con el alma de juguetes rotos.

Aparte de sus padres, lo peor del asunto Thunberg es quizá la peña de los gretos, que vienen a culparnos de acabar con los tigres de África y de acabar a machetazos con el gato montés. Greta es la Dulceida de la izquierda más ista, acaso porque la zurdería hace tiempo que perdió el oremus y lo mismo le sirve un #Metoo de las esnobs de Hollywood que una niña maleada a la que le van robando lo más sagrado: la intimidad y el criterio.

Leo las crónicas de su llegada a Lisboa después de cruzar el Atlántico en otoño y encuentro que ha remontado el amplio Tajo y que allí, donde la melancolía tiene su capital, ha sido saludada por activistas de rojo. La cosa es preguntarnos de dónde sacan los jurdós los activistas para pegarse la vida padre a costa de cuatro ideíllas que son de sentido común pero que a ellos les sirven como brújula moral en tiempos líquidos. En España, el epítome del activismo es la Colau, y con eso ya se comprenden muchas cosas.

En la Cumbre del Clima, en esa Babel del capitalismo para reformularse y sobrevivir con la excusa de lo verde, el mundo se ha plegado a Sánchez y a Greta, quizá por esa conexión que tienen los grandes nombres de la Historia (Pedro y Greta, Greta y Pedro). Sánchez fía que haya Gobierno a la emergencia climática y Greta fía su felicidad y el fin de su infancia a pegarle cuatro gritos al respetable, que es que contamina tela; detrás, los padres de Greta y su Begoña y su Redondo. En la oscuridad y susurrando quizá la letra del pasodoble: "Tú eres el (la) más grande".

Como Sánchez camina sobre las aguas y Greta se mueve por los vientos, somos los españoles contaminantes los que les pagamos a estos dos la monomanía. Y lo hacemos a gusto, claro, quizá porque no nos queda más remedio que creer que estos dos van a congelar el polo y las nieves de Kilimanjaro.