Descartadas esas películas para niños cuyo único mérito ha sido el de su taquillaje (Capitana Marvel, Frozen II, Vengadores: Endgame) 2019 será recordado por esa triada de la testosterona que es Érase una vez en Hollywood, Joker y El irlandés. Tres obras que deben buena parte de su éxito a su desprecio, tanto estético como ideológico, por las modas religiosas del momento

Desprecio explícito, casi desafiante, en el caso de la película de Quentin Tarantino. Implícito en la de Martin Scorsese y sobre todo en la de Todd Phillips, convertida en emblema de la derecha alternativa por razones obvias y a pesar de las interpretaciones iniciales de algunos críticos que la leían como una "reivindicación de la sanidad pública" y de "otros modelos de salud mental" y yo qué sé que sandeces más.

Jamás se ha escrito peor crítica cinematográfica, más infantil y con menos amor por el cine, que en nuestra época. Pero si el nuevo modelo para las secciones de cultura de los diarios han de ser publicaciones no ya aculturales, sino aculturizadas, como Pikara, ViceTeen Vogue, que así sea. Como cantaban los Stones, "el tiempo está de mi parte, dices que quieres ser libre, pero vas a volver corriendo hacia mí". 

En realidad, Joker es una película bastante más incoherente ideológicamente de lo que pretenden muchos. Pero también el protagonista de V de Vendetta está basado en un personaje histórico cuyo mensaje era antitético al que venden la película y el cómic original y ahí tienen su careta sobre la cara de esos adolescentes burgueses que queman iglesias y saquean tiendas en Chile para hacerse con el último iPhone 11 Pro. A veces importa más lo que se cree ver que la realidad. Pero cualquiera reconstruye la ola una vez ha roto en la orilla.

Es muy significativa, en cualquier caso, la coincidencia del éxito de películas como Joker con la reciente recuperación de libros como Manifiesto Redneck, de Jim Goad, que data de 1998 pero que explica mejor que muchos ensayos actuales la victoria electoral de Donald Trump

O con esa tendencia a leer las obras de Houllebecq no como lo que fingen ser, novelas, sino como lo que son en realidad, ensayos políticos en forma de ficción.

O con la sorprendente adopción por parte de la derecha de feministas hoy repudiadas por la izquierda como Camille Paglia. Un icono del feminismo de los años sesenta que vive en la actualidad una segunda juventud gracias a ese liberalismo cuya visión de la mujer –y de lo femenino– es bastante más progresista y científicamente informada que la de aquellas que la llaman a Paglia "traidora". 

No deja de ser llamativo que sea la derecha la que reivindica hoy a sus locos antisistémicos de la misma manera que la izquierda de los años cuarenta reivindicaba el arte producido por los pacientes de los hospitales psiquiátricos al ver en sus garabatos la semilla de la libertad absoluta frente a las imposiciones sociales.

Hoy es la izquierda la que lucha por integrar a sus privilegiados en el sistema –y de ahí sus periódicos intentos de apropiación cultural de los iconos de la cultura pop occidental a falta del talento necesario para generar los suyos propios– mientras la derecha lucha por escapar de ese sistema de censura ideológica y moral para crear, libre, en sus márgenes. 

Entiendan, por cierto, el concepto de moda ideológica citado en el primer párrafo de esta columna como ese deseo, más propio de monjas enfurruñadas que de ciudadanos librepensadores, de que las películas sean valoradas en función de su fervor a la hora de evangelizar al público y no por sus méritos artísticos.

Hay que reconocer, en cualquier caso, que esas mismas modas ideológicas facilitan mucho la tarea a la hora de escoger qué películas ver y cuáles evitar sin mayores remordimientos. "Una adolescente atormentada por el rechazo…". Buf. "El tránsito a la edad adulta de…". Mejor otro día. "Tres activistas sociales en búsqueda de…". Siguiente. "Reflexión sobre el despertar sexual de…". Fuera. "Una familia disfuncional de clase obrera…". Mejor sigo viendo The Crown.

No hay hoy un solo director de menos de cuarenta años, quizá con la excepción de Damien Chazelle, al que le asome por el cuello de la camisa el talento suficiente para ocupar el hueco que dejarán Quentin Tarantino, Martin Scorsese, Woody Allen, Roman Polanski, Christopher Nolan, David Fincher, Denis Villeneuve, George Miller, Mel Gibson, Clint Eastwood, Terrence Malick, Kathryn BigelowDavid Lynch, Steven Spielberg, Richard Linklater, Wes Anderson, Alejandro G. Iñárritu, Ridley Scott, Darren Aronofsky o Sofia Coppola cuando mueran.

Que los más jóvenes de ellos ronden los cincuenta años y el resto los superen ampliamente lo dice todo acerca de la decadencia del cine, un arte del siglo XX que no llegará vivo al XXII, finiquitado por las generaciones más informadas pero menos cultas de la historia de Occidente