Sepamos que no hay nada de normal en una metida de mano indeseada, en un beso arrancado, en una frase ordinaria sobre tus tetas, en plena calle. No es normal, tampoco, que te restrieguen el paquete a las ocho de la mañana en el metro, ni que un desgraciado te enseñe el pene mientras caminas con tus vecinas hacia el colegio.

No es normal que una panda de niños se tiren encima de ti para tocar y retocar, que luego se piren, tan tranquilos, entre risas. Que tú no se lo cuentes a nadie. Que tu profesor de hípica, mientras coloca la cincha en su sitio, aproveche para tocarte el culo cuando tú tienes doce años. Tampoco lo es si tienes cuarenta.

Todas estas anormalidades las he sufrido yo, algunas de ellas tantas veces que he perdido la cuenta. Mal hecho. Hemos de grabar en nuestra memoria esas mierdas, sus detalles y la cara del anormal en cuestión. Sería ilegal que sus jetos estuvieran en una base de datos al alcance de todas. Sería ilegal, pero no inmoral.

El tema que ocupa esta columna a algunos les parecerá manido, repetitivo. Qué pesadas, joder, otra vez con lo mismo. Exacto: CON LO MISMO. Con lo de siempre, por los siglos de los siglos, sin amén. Porque, por un lado la vulneración de los derechos de las mujeres, que deberían sentirse como los derechos de todos, es continua y, por otro, porque aún hay gente, hombres y mujeres, que ignoran la gravedad de asunto. Hasta que las abusadas son ellas, o sus hijas, o sus hermanas. Anda la hostia, que esto, ahora que me toca a mí, sí me afecta. Solidaridad se llamaría la cosa. O empatía. O humanidad.

La cara vista de este cuadro de bifrontismo es solo la punta del iceberg. El silencio entierra la mayor parte de los abusos. Para muestra, el botón de Carlota en Gran Hermano. Qué asco más grande, señores de la tele.

El pasado 25 de noviembre, Día Internacional de la eliminación de la Violencia Machista, las chicas de Devermut pusieron en marcha el movimiento #Quesesepa, creando un cuestionario en quesesepa.org y elaborando preguntas relacionadas con la violencia sexual en toda su extensión, desde las agresiones verbales hasta violaciones, desde la infancia hasta la madurez. El objetivo era alcanzar una muestra de 10.172 personas, cien más que la última macroencuesta del CIS sobre la misma cuestión.

En aquella ocasión, la encuesta fue presencial. No hace falta decir lo incómodo que puede resultar responder a según qué cuestiones si el anonimato no te protege. Hasta el pasado miércoles, más de 600.000 personas habían rellenado las casillas de las Devermut. Todo un récord a nivel mundial, equiparable a la falta de respeto generalizada.

Servidora respondió a todas esas preguntas y, mientras lo hacía, me sorprendí sintiéndome afortunada por no haber sufrido abusos graves y también recordando todos los momentos en los que la violencia machista me ha pasado la mano por la cara, desde muy jovencita. Haciendo clic en las casillas, he caído en que no conozco a ninguna amiga que no haya sufrido jamás alguno de esos abusos. NINGUNA.

Algunas, lamentablemente, elevan mi listón en lo que a gravedad se refiere. Solo un amigo lo ha sufrido, de niño, a manos de otro hombre. Su caso es tan terrorífico como los de las féminas, aunque es la excepción en la regla de las tías machacadas por los tíos. Lo siento, es un hecho. Ojalá no lo fuera. Ojalá no necesitara escribir esta columna, rellenar encuestas, conmemorar nada ningún 25 de noviembre.

#Quesesepa pretende dar visibilidad a un fantasma escurridizo que se mueve entre nosotros con total impunidad. Las manadas no son una excepción, los tíos que se aprovechan de una borrachera para metértela, tampoco.

No estamos locas, estamos hartas.